jueves, 4 de julio de 2024

Poemas. Simon Armitage.

Poema.


Y si nevaba y la nieve cubría el camino
Agarraba la pala y la hacía a un lado.
Y siempre arropaba a su hija por la noche.
Y una vez que mintió le pegó con la chancla.

Y cada semana se bebía la mitad de su sueldo.
Y los que no gastaba cada semana lo ahorraba.
Y alababa todas las comidas de su esposa.
Y una vez, por reírse la golpeó en el rostro.

Y para su madre contrató una enfermera privada.
Y los domingos la llevaba a la iglesia en taxi.
Y lloró cuando paso de mal a peor.
Y dos veces le robó diez libras del bolso.

Así es como lo consideran al volver la vista atrás:
A veces se portaba así, a veces se portaba asá.





Chiste nevado.


¿Te sabes el del tipo aquel de Heaton Mersey?
La mujer en casa, la amante en Hyde, la querida
en Newton-le-Willows y dos lindas chicas
en Werneth, en tercero de prepa. Bueno,

pues como iba ya tarde y en un muy buen coche
desdeñó las señales de alarma y quiso sortear
las seis millas finales de nevada en los Altos;
y en cosa de minutos, dicen, se había atascado.

Se entretuvo pensando en la vida y en cosas así,
lo que hace el perro al morderse la cola,
y la serpiente que se devora así misma.
Y veía que la nieve ascendía por los vidrios

y se sintió a gusto; y el whisky en la anforita
estaba tibio y suave, y aunque no tiene gracia
el chiste termina más o menos así.
Lo hallaron recostado en el manubrio

con las letras de VOLVO marcadas al revés
en la frente escarchada. Y alrededor de un ponche
discutieron después en el pub
quién de ellos tenía el mérito mayor.

Si el que confundió la antena con una vara seca,
el que reconoció la silueta del coche,
o el que dijo que oyó el quejido de la bocina
como un despertador bajo la almohada.





Hombre con corazón de pelota de golf.


Se le fueron encima con tenedor y cuchillo, me contaron,
y se lo extirparon con una cuchara: Dunlop, cacarizo, totalmente duro.
Rebotaba en la piedra pero no en un suelo blando. Tomaron
nota de eso. Rebanaron la piel (algo como de cuero,
o de hule, de párpado) y se adentraron; tres millas
de tripa o cuerda, elástica. Y dentro una bolsa
o un saco lleno de bálsamo o esmalte, como Copydex.
Marcaba el registro más bajo del papel tornasol
pero no se quemaba, y sabía amargo, feo; a resina
quizás, de un árbol o una planta. Y despedía un gas
que los hizo llorar a todos cuando lo inspeccionaban.

Ese corazón fue alguna vez una manzana, concluyeron.
Verde. Y tenían la intención de plantar otra manzana
en ese sitio, empezando por la semilla. Pero él se negó.





No es lo que haces, sino lo que eso te hace.


No vagué por los Estados Unidos
con apenas un dólar en el bolsillo,
un par de jeans rotos y una navaja suiza.
Viví entre ladrones en Manchester.

No atravesé descalzo el Taj Mahal,
escuchando el espacio que se abría
entre cada pisada, levantando y poniendo
la huella sobre el piso de mármol. Pero jugué

a hacer patitos en el lago Black Moss
en un día tan quieto que se oía cada onda
surcar. Sentí la inercia de cada piedra
gastarse contra el agua; luego hundirse.

No he jugueteado con el cordel de un paracaídas
sentado al borde de una avioneta en vuelo
pero sostuve la cabeza lacia de un niño
en la guardería, y acaricié sus manos rollizas.

Y sospecho que el nudo en la garganta
y la sutil sensación en cascada, en algún sitio
dentro de nosotros, son ambos parte de esa
intuición de algo más. Esa emoción, quiero decir.


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