sábado, 24 de agosto de 2024

Poemas. Paul Muldoon.

¿Por qué se fue Brownlee?.


Por qué se fue Brownlee, y a dónde iba,
sigue siendo aún hoy un misterio.
Pues si un hombre debía estar satisfecho
era él. Dos acres de cebada,
uno de papas, cuatro bueyes,
una vaca lechera, una casa de tejas en el campo.
Fue visto por última vez saliendo a arar
una clara mañana de marzo, temprano.

Para el mediodía Brownlee era famoso;
encontraron todo abandonado, el
último zurco sin abrir, su par de caballos negros,
como marido y mujer,
cambiando su peso de una pata
a otra, y mirando fijo hacia el futuro.





Erizo.


El caracol se mueve como un
aerodeslizador, que se eleva
sobre un colchón de caucho propio
y comparte su secreto

con el erizo. El erizo
no comparte su secreto con nadie.
Le decimos, Erizo, sal
de ti mismo y te amaremos.

No queremos hacerte daño. Sólo
queremos oír aquéllo
que tengas que decir. Queremos
tus respuestas a nuestras preguntas.

El erizo no suelta nada,
se mete en sí mismo.
Nos intriga qué tiene que ocultar
un erizo, qué lo hace desconfiar.

Olvidamos al dios
bajo esta corona de espinas.
Olvidamos que nunca más
confiará en el mundo un dios.





Viento y árbol.


Así como casi todo el viento
ocurre donde hay árboles,
casi todo el mundo se centra
alrededor de nosotros.
A menudo cuando el viento
ha reunido a los árboles
un árbol tomará a otro árbol
en sus brazos y lo sujetará.
Sus ramas que se machacan
enloquecidas,
no hacen un fuego real.
Se rompen unas a otras.
A menudo pienso que debía ser
como el árbol solo, que no va a ningún lado,
pues mi propio brazo no puede y no quiere
quebrar al otro. Pero en mis huesos rotos
siento el cambio de clima.





La rana.


Uno se la figura como otro pequeño
levantamiento entre el cascajo.
Sus ojos idénticos a la burbuja
de mi nivel. Dejo a un lado el martillo y el cincel
y la recojo con la paleta.

Toda la población de Irlanda
viene de un par que se dejó
a pasar la noche en un estanque
en los jardines de Trinity College,
dos botellas de vino dejadas a enfriar
después del Tratado de la Unión.

Sin duda hay una moraleja
en esta historia. Una lección para esta época.
¿Qué tal si me la pongo en la cabeza
y se la extraigo exprimiéndola,
como el recién exprimido jugo de un limón
o una nieve de lima?





El ultrasonido.


Hasta hace unas pocas semanas el ultrasonido
de la matriz de Jean a nada era tan parecido
como a un mapa por satélite de Irlanda:

la imagen ahora
está tan definida que distinguimos no sólo la mano
sino un pulgar;

en el camino a Spiddal, una mujer pide aventón;
un gladiador en su red, sentenciando a cada espectador





Los turistas.


Mi padre y mi madre, mi hermano y mi hermana
y yo, con el tío Pat, nuestro severo, pero bien amado tío,
nos fuimos aquella tarde de domingo de julio
en su maltrecho Ford,

no a visitar un cementerio -uno que había muerto de herpes;
otro, de fiebre; otro con una rodilla hecha puré-,
sino a ver la nueva rotonda en la carretera de Ballygawley,
la primera en el centro de Ulster.

El tío Pat nos contaba cómo los policías
lo habían detenido en una ocasión cerca de Ballygawley
y le habían destrozado la bicicleta,

y le habían hecho cantar The Sash, y maldecir al papa.
Le apretaron tanto la pistola contra la frente
que cuando llegó a casa todavía tenía la huella de una O.





El conejo.


Aunque nunca he aprendido a segar
de pronto me vi abriendo camino entre
los tallos de guisante
y los tronchos de coliflor del año pasado
en nuestro jardín de apenas media hectárea.
Mi padre siempre había dejado la piedra de amolar
guardada con esmero
dentro de su vieja gorra de obrero
encima del mismo tablón maltrecho
junto al foso de los desechos.

Este último invierno estaba demasiado enfermo
para trabajar. La guadaña se desafilaba
mucho más aprisa en mis manos
que en las suyas, y se amolaba tan a menudo,
que si la hoja
fue mermando a ojos vista
la piedra había desaparecido por completo
y agazapado dentro de la gorra
había un conejo de orejas pendientes.
Me lanzó por el hueco entre sus dientes

un silbido;
-Me preguntaba, jefe,
si sabe usted la denominación
de las coliflores en ese frío terrón
que aún espera plantar
en un pedazo de tierra
tan poco envidiable.
-Serían de esas de Variedad perdurable
-Eso me había parecido; y sin más se
pavoneó por el trampolín

y saltó. En cuanto cayó al agua
perdió el harapiento
taparrabos por causa
de la jauría en la piscina.
-Métete; el conejo despellejado desfilaba
y hacía cabriolas como la miel por la cuchara:
-Métete, Paddy Muldoon.
Y aunque a nadar no he aprendido
bien a gusto lo hubiera seguido.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario