sábado, 24 de agosto de 2024

Poemas. Sharon Olds.

Las víctimas. 


Cuando mamá se divorció de vos, nos alegramos. Se la aguantó
y se la aguantó en silencio, durante todos esos años, hasta que al fin
te echó sin previo aviso: sus hijos, encantados. Tiempo después te echaron
del trabajo: nos alegramos en el fuero interno, como la gente se alegró
la última vez que Nixon dejó la Casa Blanca en helicóptero. Nos divertía
imaginar que te quitaran tu oficina, tus secretarias,
tus almuerzos con tres whiskies dobles,
tus lápices, tus resmas de papel. ¿Te harían devolver también
tus trajes, esos oscuros armazones colgados del placard,
y las punteras negras de tus zapatos con sus grandes poros?
Nos había enseñado a aguantárnosla, a odiarte y a aguantárnosla,
hasta que la empujamos a aniquilarte, Padre. Ahora,
cada vez que paso por al lado de un mendigo en un portal,
el cuerpo de babosa brillándole a través de las rendijas
de su traje de barro comprimido, las aletas
manchadas de sus manos, el fuego
submarino de sus ojos, como barcos hundidos
con las luces encendidas, me pregunto quiénes habrán sido
los que se lo aguantaron en silencio, hasta que dieron todo,
y no les quedó nada más que esto.





Sexo sin amor.


¿Cómo lo pueden hacer, los que hacen el amor sin amor?
Bailarines hermosos,
deslizándose como patinadores
sobre el hielo, con los dedos engarzados
a sus cuerpos, de caras enrojecidas
como el bistec y el vino, mojados
como los niños abandonados por sus madres al nacer.
¿Cómo pueden llegar al instante
del instante mismo de los dioses, llegar a las aguas tranquilas,
sin amar al que llega con ellos, ligeramente
elevándose como el vapor de los cuerpos juntos?
Ellos son los místicos verdaderos,
los puristas, los duros que no van a aceptar
al falso Mesías, ni a confundir al sacerdote
con Dios. Ni al amante con su propio placer;
como los mejores atletas, saben que están solos
frente a la pista, con el frío, el viento,
las zapatillas bien amarradas y el corazón
en su puesto -circunstancias y factores solamente, como su pareja
en la cama, y no la verdad: el cuerpo solitario en el universo,
compitiendo con el mejor instante de su vida.





El niño injustamente castigado.


El niño grita en su cuarto. La rabia
le sube a la cabeza.
Pasando por estadios como el metal
a altas temperaturas.

Cuando se calme y salga por esa puerta
no será más el mismo que corrió
dando el portazo. Una aleación le añadieron. Ahora
se va quebrar en otra parte cuando lo golpeen.

Es más fuerte. La infinita impurificación
ha comenzado esta mañana.





Barómetro. 


Por ser la hermana menor de una mujer
que abandonó a su hija —dejándola a mitad de camino,
como se tira un marido— no soy como las otras madres.
Por las noches, voy al cuarto de mi hija,
y escucho el sonido en la cisterna
de su respiración; voy al cuarto de mi hijo, el grillo
todavía vivo en su garganta, en su pecho;
Quisiera poder inclinarme sobre mi propia cama
y escuchar mi respiración, para saber el clima
que viene.





Artificios.


Mi madre
la maga
puede hacer
que aparezcan
huevos en su mano.
Mis ovarios
aparecen en su mano, negros como higos
y dedos arrugados de tanto lavar.

Cierra su mano,
y cuando la abre,
nada.

Se saca de los oídos bufandas de seda
de todos los colores, joyas de su boca,
leche de sus pezones. Desnuda
sobre el tablado blanco,
hace sus números,
mi madre la maga.

Se saca los ojos.
Las cuencas vacías
se llenan de aceite
que rezuma bourbon y heces.
Por las ventanas de su nariz
saca pergaminos
que arden.

En el grand final
ese saca lentamente a mi padre
de su coño,
y poniéndolo en un sombrero de seda
lo desaparece.

Dije que ella puede hacer que todo
se vuelva nada, es un vacío en el espacio,
lo máximo,
la mejor maga. Todo

lo que he sacado de mi boca
frente a ustedes.





Estación.


Al regresar del muelle después de escribir,
avancé hacia la casa
y te vi la cara señoría
iluminada bajo una pantalla
pergamino color fuego.

Una mano elegante en la barba. Tus ojos agudos
me encontraron en el césped. Me miraste
como el señor mira hacia abajo desde su angosta ventana,
y tú que desciendes de lores. Calmadamente, sin dejar
tu insolencia, me examinaste,
la esposa corriendo hasta el muelle a escribir
tan pronto como uno de los niños se duerme,
dejándote el otro.

Tu boca alargada,
flexible como el arco de un guerrero,
no se curvó. Nos pasamos mucho rato
en la verdad de la situación, los poemas,
como cacería robada, pesaban en mis manos.





Las formas. 


Siempre tuve la sensación de que mi madre
moriría por nosotros, se lanzaría a un fuego
para sacarnos, el pelo incandescente como
un halo, se zambulliría en el agua, su cuerpo
blanco sucumbiendo y girando lentamente,
ese astronauta cuyo cable se corta
para
perderse
en la nada. Nos habría
protegido con su cuerpo, habría interpuesto
sus senos entre nuestro cuerpo y el cuchillo,
nos habría metido en el bolsillo del abrigo
lejos de las tormentas. En la tragedia, el animal
hembra habría muerto por nosotros,
pero en la vida tal y como era
tuvo que mirar
por ella.
Tuvo que hacer a los niños
lo que él dijera, tenía que
protegerse. En la guerra, habría
dado la vida por nosotros, te aseguro que sí,
y lo sé: soy una estudiosa de la guerra,
de hornos de gas, de asfixia, cuchillos,
de ahogamientos, quemaduras, todas las formas
en las que sufrí su amor.


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