lunes, 9 de septiembre de 2024

Poemas II. Pere Quart (1899-1986)

La cita.

Yo no me detendré; y tú camina
como si no nos conociésemos.
Las confusas voces y las difíciles señales
de la ciudad, me turban;
por los ojos de los demás
y por los espejos,
me descubre la muerte
y me hace preguntas.
Mujer, anda

al otro lado del carril
hay que emprender el descenso.
Sigue, entonces, el recodo.
Pasado el puente de piedra,
atajo arriba.
No tuerzas a mano izquierda
hasta que encuentres el recinto
plantado de cipreses vivos
y de cruces muertas.
Quizá yo te haya adelantado;
si no, espérame.
Y no sentada, de pie,
entera, vertical, no como los demás.

Nos cuadraría un cielo bien alto,
un mediodía despejado
por el viento de los grandes viajes.
La noche es harto piadosa.
Y con tantas estrellas ilusiona.

Mujer, la vida es moda, ya lo sabes.
Desde hoy se impone
la escondida manera de la desnudez
hacia la línea ósea
hasta el polvo primero y último.

Desprevenidos y decepcionados,
despidámonos y desmemoriémonos
con nulos gestos de mármol.
La gravedad es infalible.

¿Quién sabe, empero, si en la hora undécima
no nos plantarán las alas?
Jamás pretendí entender misterio alguno.
Abrumado de leyes supremas,
ignoro con tino mortal
y con avaricia.

Y ahora, mujer, camina.





Letanía.

Para los niños
                                  mentiras.
Para el amor
                                  mentiras.
Para los amigos
                                  mentiras.
Para los clientes
                                  mentiras.

Mentiras gordas o finas,
firmes o tiernas -juramentos, besos-;
vivas -cual sangre fresca-;
sabias, agradecidas.
Trolas y patrañas.
Medias mentiras.

Y mentiras históricas
que hoy achacamos a los mentirosos bisabuelos.
Mentiras literarias
-en cada verso, dos mentiras-.
Mentiras metafísicas
-el ser y el tiempo ¡rediez !-.
Mentiras técnicas, científicas:
cifras que se vuelven máquinas
y máquinas que mienten
cual leyendas locas.

Y mentiras de fe,
que son la triste gran misericordia
del cielo para los sufrientes
y míseros de la tierra;
altas mentiras fabulosas
que un día, no sé cómo,
dicen, serán certezas
(gracias, Señor, por adelantado,
a cuenta sin garantías,
por si así fuese.
¡Amén, amén, Señor!
Señor, ¿oyes el grito?

¡Para que la muerte, al rematarnos, mienta!)





Plegaria de enero.

(Rito occidental)

Sois los Tres, sois los Tres
Viajantes de Comercio.

El Rubio,
champán y capones del Prat.

El Negro,
perlas y abrigos de astracán.

El Blanco,
coches cromados y artefactos.

¡Salvad a la Cristiandad
del Infierno con magro balance!

Oremus...
(Rezaremos un padrevuestro
por los que yerran sus cuentas
y por su conversión
a la sagrada área del dólar.)





Salmo de las lágrimas.

¡Para mí no vale!
¡No juego! ¡No contéis conmigo!
(Nadie te lo pide; no te han invitado.
Pecador de poco juicio y mal provecho,
la fiesta no es para ti.
¡Ni traje nupcial traes...! ¿Qué pretendes
y qué denotan tantos aspavientos?).

Mujer, no me beses: te contagiaré
la llaga de la boca, o la del corazón.
Echa adelante o te rezagarás.

Muy bien, me habéis dejado solo a la orilla del camino
Me gusta esta llovizna y este relente,
la noche que pasa como un leve duelo.
Así, de espaldas al fango, cara al cielo
siento que soy, muy desdichadamente,
un hombre, y que soy yo.

Amigos, no lo sabréis nunca
pero os amo a todos
sólo porque os parecéis a mí.

(¡Hoy, quizá tan sólo hoy,
estoy enamorado de mí mismo! ).
También al que me rechazaba por leproso.

Me llega la música que danzáis
al oscurecer, sosegadamente
(¡la edad, la grasa, la presión!);
debe ser en el claro, buen lugar,
de encinar de can Pedrell,
mientras los espliegos huelen de uno en uno
con la refrenada envidia de los humildes.

¡Humildes, ja ja! ¡También yo soy humilde!
(Más bien diría resentido).
La casita y el pequeño huerto no me tentaron;
tenía un caserón y un jardín;
sonreía como el orate que no sufre,
saciado inexplicablemente
entre hartos, y vecino miope
de los incontables rabiosos del puño
-enarbolada, mutilada cruz-;
la mala sangre, que llama a la sangre,
prójimo de nadie,
ángeles pestilentes y andrajosos del Dios
que adora el favorito de rodillas
cuatro segundos, desde hace diecisiete siglos,
y siempre, siempre bendecido
a diestro y siniestro por enjoyadas manos.
«¡Oh cerdos inverecundos!» -como decía aquél;
y añadía luego: « ¡Oh cerdos lascivos!».

Pero esto son monsergas, sin embargo,
superadas felizmente por el vividor
y por la patrona que rige como es debido
pupilas complacientes con los parroquianos.

Buen señorito, que tiene pensado
para un verano, quizá el próximo,
encerrarse con catorce más
y un levita retórico y avispado
ocho días en Vallsoma, aire de pinos
y cocina sana y abundante.

Pero no quiero juzgar, ¿tal vez me compete?

Me iré y me voy
cobarde como soy, y delicado, y yermo.

Y  lloraré, solo, por mí,
 deshechas lágrimas finales
mientras se acerca cojeando el olvido
o un retoñar con mejor cara, ¡oh, Dios!

Y si me sobran, lloraré por todos.





Seis adivinanzas.

1. Más que joven novísima,
flamante;
intacta más que virgen,
y sin tacha.
Trabajo de encargo,
pieza única.

Hija,
hermana,
nuera,
vecina de nadie.
Ni madre, entretanto.

Hembra tan sólo,
sólo para el hombre.

2. ¿Se paró el Sol?
¿Fue la Tierra? Todo
creo que es temerario;
todo comporta
peligros de gran alcance.

Y yo me inclino a creer,
sencillamente, que el celuloide
-cosas que pasan-
se rompió.

3. Había sido un gran señor, ¡y vedlo!
Desnudo y pobre como un gusano;
le quitaron los hijos y la hacienda,
y la lepra lo devora:
con un cascote
se rasca las costras.
Pero le queda un buen consuelo: la peña
de la tarde con los amigos.

4. -¡Mandadme, Majestad!
-Me gusta esa vecina.
-Está casada, Majestad.
-Y él, ¿quién será?
-El Capitán Sánchez.
-Llévalo al frente. Primera línea.
  Hoy mismo. Razones de Estado.
-¡Mandadme, Majestad!

5. Súbito vómito a medio digerir,
lo ensucia todavía
el jugo gástrico del gran pez.
De saliva salada regurgita.
De cuando en cuando escupe chanquete.

6. El poeta murió y en la balanza
pesó más la hiel que la miel.

Y fue al infierno,
el infierno del cual fue comediógrafo.

Es su primer y único huésped,
¿quién con mejor derecho?
Lo recorre con aires de empresario
entre monstruos de carnaval de Niza
y condenados de museo Grévin.

Resulta todo tan modernista
y tan inhabitable
como él lo imaginó;
y por ello es feliz:
¡vanidad de los poetas!

Si no fuese porque, solo
y con mala luz,
desde hace siglos espera en vano
visitantes y espectadores
para su desfile
de pecados.

A última hora le han enviado,
virgilio inútil,
al pequeño y servicial Gustave.

¡Qué más da!
Ha perdido toda esperanza.
Descuelga la muestra,
corre el cerrojo,
apaga el fuego.





Vacaciones pagadas.

He decidido marcharme para siempre.
Amén.

Volveré mañana
porque soy viejo
y tengo los pies muy resentidos
e hinchados por la gota.

Pero volveré a marcharme pasado mañana,
rejuvenecido por el asco.
Para siempre jamás. Amén.

Pasado mañana no, el otro, volveré,
paloma de raza mensajera,
como ella estúpido,
aunque no tan recto,
ni blanco tampoco.

Emponzoñado de mitos,
con las alforjas colmadas de blasfemias,
huesudo y chupado y legañoso,
príncipe desposeído hasta de sus sueños,
Job de pocilga;
con la lengua cortada, castrado,
pasto de la piojería.

Tomaré el tren de vacaciones pagadas.
Agarrado al tope.
La tierra que fue nuestra herencia,
huye de mí.
Es un chorro entre las piernas
que me rechaza.
Herbaza, pedregal:
signos de amor disueltos en vergüenza.
¡Oh, tierra sin ciclo!

Pero miradme:
otra vez he vuelto.
Solo, casi ciego de tanta lepra.
Mañana me voy
-no os engaño esta vez.

Sí, sí: me voy a gatas
como el tatarabuelo,
por el atajo de los contrabandistas
hasta la línea negra de la muerte.

Salto entonces en las tinieblas ardientes,
donde todo es extranjero.
Donde vive desterrado
el Dios antiguo de los padres.





Ya es hora de que se sepa.

Pido la palabra previa.
Quiero decir -¡y que de una vez se sepa! -
que yo soy Yo,
que soy el Centro,
y el Árbitro.

Que todos vosotros, todos,
-dandose bien las cosas-
sois mis coterráneos:
parientes, vecinos, acreedores míos,
prójimos míos propiamente dicho;
que todos los demás, todos,
buenos y malos
-amarillos y negros, antípodas, gitanos-
son, todo lo más,
y ya es mucho,
mis contemporáneos.

Sabed que:
cuando os veo, de hecho
os suscito, os resucito;
y al pensaros
os doy una esperanza.

Pero si os he perdido de vista,
mientras os olvido u os ignoro,
dormís el sueño de los justos,
como suele decirse.
No pasáis de potencias
en la acepci6n más triste del vocablo.

Ya lo sé. Muchos esperáis
con impaciencia
el día de cantarme el responso.
No os embaléis, por favor.
En el mejor de los casos,
cuando yo muera,
todos, todos,
buenos o malos,
no seréis más que mis sobrevivientes.


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