miércoles, 9 de octubre de 2024

Poemas. Robert Graves (1895-1985)

Un Boche muerto.


Para vos que lees mis canciones de guerra
Y solamente escuchas de sangre y fama
Te voy a decir (habrás oído esto anteriormente)
“La Guerra es un Infierno” y si lo mismo dudás,
Hoy encontré en el Bosque de Mametz
Cierta cura para el anhelo de sangre:

Exactamente contra un destrozado tronco,
En un gran lío de cosas sucias,
Está sentado un Boche muerto: tiene mal gesto y apesta.
Con una mojadura verde en ropa y cara
Gran barriga, anteojos, pelo crecido,
Gotea sangre negra de nariz y barba.

Boche: alemán, en sentido despectivo.





1915.


Estuve observando el paso lento, tan lento de la Temporada
En los campos entre La Bassée y Bethune.
El amarillo verdoso y el primer día caliente de primavera.
Inundación de rojas amapolas en Junio.
Agosto, y el amarillo otoño. También
Las noches de invierno con sus rodillas en lo profundo de la nieve o barro.
Y vos estuviste en todas las cosas.

Querido, estuviste en todas estas cosas y yo casi necesitado
en estas apagadas almas de trincheras-pinturas, libros
Música: la quietud de un bosque ingles.
Hermosos camaradas- miren,
El angosto y rocoso paso en la montaña.
El ancho y amplio pecho del océano; verde y negro
Y tranquilo; y en todo esto es bueno.





Escape.


(6 de agosto, 1916. Oficial previamente reportado como muerto por heridas ahora se reporta herido, Graves, Cap. de R., Brig. Real de Fusileros)

… Pero estuve muerto, una hora o más:
desperté cuando ya había pasado las puertas
que guarda el Cancerbero, a medio camino
del Leteo, como anunciaba un antiguo hito griego.
Sobre mí, en mi camilla de aquí para allá,
vi estrellas nuevas en el subterráneo cielo,
una Cruz, una Rosa en Flor, una Jaula con Barrotes
y una Flecha con púas, penígera de magníficas estrellas.
Percibí que los humos del olvido
ascendían por mi nariz: ¡oh! el Cielo bendiga a
la Augusta Perséfone, quien me vio despertar
e inclinada sobre mí, en nombre de Henna,
despejó mi pobre mente confundida y me envió de nuevo,
sin aliento, con el corazón desbocado, por aquel camino.
Tras de mí rugían y berreaban furiosas huestes
de demonios, héroes y fantasmagóricos policías.
“¡Vida, vida! No puedo estar muerto, no quiero estar muerto:
me parta un rayo si por alguien muero”, dije…

Ya el Cancerbero se alza y sonríe sobre mí;
porta tres cabezas de león y lince y cerdo.
“¡Rápido, un revólver! Pero mi pistolete ya no está,
lo robaron… no tengo granadas… ni cuchillo (la turba embiste,
brama, arroja piedras)… ni siquiera un pan con miel…
nada… lindo Cancerbero… lindo perro… ¡quieto!
¡sentado!... una idea brillante y genial… creo que
todavía tengo algo de morfina que compré de licencia”.
Y así, con cuidado, atiborro las fauces del Cancerbero
de galletas del ejército untadas de jalea;

Y el sueño empieza a merodear en la voluptuosa ciruela
y la manzana. Él muerde, traga, se entiesa, parece luchar
contra aquella amapola poderosa… luego un ronquido,
un desplome; la bestia cierra el corredor
con aquella monstruosa y peluda zalea, roja y parda…
demasiado tarde: ya salí corriendo.
¡Oh, Vida! ¡Oh, Sol!





Por imágenes fragmentarias.


El es rápido, piensa con imágenes claras;
yo soy lento, pienso con imágenes fragmentarias.

El se torna obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me torno agudo, desconfío de mis imágenes fragmentarias.

Confiando en sus imágenes, él acepta la importancia de ellas;
desconfiando de mis imágenes, yo cuestiono su importancia.

Aceptando su importancia, él acepta el hecho;
cuestionando su importancia, yo cuestiono el hecho.

Cuando el hecho se le escapa, él cuestiona sus sentidos;
cuando el hecho se me escapa, yo apruebo mis sentidos.

El persiste rápido y obtuso con sus imágenes claras;
yo persisto lento y agudo con mis imágenes fragmentarias.

El en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.


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