lunes, 2 de diciembre de 2024

Poemas. James Laughlin (1914-1997)

¿Por qué nos ocurre el amor? 


No es tan simple
Como el imperativo biológico
De continuar la especie.
Claro que hay algo de eso,
Pero además tu modo de mirar-
Me, tu cara encendida de alegría
Y el modo de hacer oír tu voz
En la oscuridad. ¿Qué hace que tu amor
Me elija? Te lo pregunté alguna vez
Pero no quisiste responder.
Era tu secreto. Mejor así.





El enlace.


El dormirse en los brazos
de alguien que se ama
tiene algo de sagrado:
algo que sobrevive
de un rito primitivo
es más que acurrucarse
como los animales
en días de tormenta
es un cuerpo un santuario
para el otro: el enla
-ce es un pacto de cara
hacia el futuro una alianza
que no debe romperse
ahora entra en contacto
la sangre con la sangre
y la respiración
con la respiración
como si fueran manos
tocándose, estrechándose.





Quiero respirar.


No te estoy hablando de
perfume ni siquiera del olor
dulce de tu piel sino del
mismo aire quiero respirar
tu aire inhalando lo que
exhalás me gustaría estar
así de cerca ambos respirándonos
así de unidos.





El viaje sin nombre.


¿A dónde se va ella
cuando cierra sus ojos
cuando hacemos el amor?

Está ahí a mi lado
y aún así ahí no está
Apenas la toco ella tiembla
pero nada me dice

Una noche le pregunté
hacia dónde era que iba
Sonrió entonces y me dijo
no hay porqué preocuparse

Siempre estaré cerca
La tierra que visito
es la tierra de los poemas
que para mí has escrito.





Una traducción.


Cómo vos decidiste traducirme
de uno a otro lenguaje vamos
a decir que del inglés de la amistad
al francés de los amantes Hacía
medio año que nos conocíamos cuando
un día hablando (era acerca de uno de
tus dibujos) de golpe te acurrucaste
contra mí y mis labios trazaste
hacia los tuyos eso sí fue un ágil
intercambio de nuestros lenguajes
como diciéndome que ahora si yo quisiera
sí que podría hablarte en francés.


Poemas V. William Shakespeare (1564-1616)

Si a mis días colmados sobrevives...

Si a mis días colmados sobrevives,
y cuando esté en el polvo de la Muerte
una vez más relees por ventura
los inhábiles versos de tu amigo,

con lo mejor de tu época compáralos,
y aunque todas las plumas los excedan,
guárdalos por mi amor, no por mis rimas,
superadas por hombres más felices.

Que tu amor reflexione: «Si su Musa
crecido hubiera en esta edad creciente,
frutos más caros a su edad le diera,
dignos de incorporarse a tal cortejo:

pero ha muerto; en poetas más notables
estilo buscaré y en él amor».





Si la hosca carne fuera pensamiento...

Si la hosca carne fuera pensamiento
La vil distancia no me detendría,
Pues a do te hallas desde lo más lejos
Yo, pese al espacio, arribaría.

Y qué importará así que yo pisara
La más remota tierra que no vieras,
Pues la ágil idea el mar, países salva
Tan pronto rumia el sitio que desea.

Mas ¡ay!, me mata el pensar que no soy
Pensamiento que venza millas, leguas;
Que por ser de tanta agua y tierra yo
Debo ocupar el ocio con mis quejas.

Sin nada lograr de agentes tan lentos
Más que lágrimas, signos del mal nuestro.





Si la muerte domina al poderío...

Si la muerte domina al poderío
de bronce, roca, tierra y mar sin límites,
¿cómo le haría frente la hermosura
cuando es más débil que una flor su fuerza?

Con su hálito de miel, ¿podrá el verano
resistir el asedio de los días,
cuando peñascos y aceradas puertas
no son invulnerables para el Tiempo?

¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte,
joyel que para su arca el Tiempo quiere?
¿Qué mano detendrá sus pies sutiles?
Y ¿quién prohibirá que te despojen?

Ninguno a menos que un prodigio guarde
el brillo de mi amor en negra tinta.





¿Te he de comparar con un sol de estío?...

¿Te he de comparar con un sol de estío?
Descubro en ti más gracia y más encanto.
Furiosos vientos agitan el fino
Botón de mayo, es tan breve el verano.

Quema a veces tanto el ojo del cielo,
Se opaca a menudo su tez dorada,
Lo que es bello deja a veces de serlo
Por azar o por natural mudanza.

Mas tu eterno estío no decaerá
Ni ha de perder el bello que posees,
Ni el nublarte la muerte jactará
Cuando en el tiempo en verso eterno creces.

Mientras respirando o viendo se siga
Esto vivirá, y esto te da vida.





Tiempo devorador, desafila las garras del león...

Tiempo devorador, desafila las garras del león
y haz que la tierra devore su propio dulce retoño,
arranca los agudos colmillos de las crueles mandíbulas del tigre
y quema en su sangre el fénix de larga vida;

alterna en tu vuelo estaciones tristes y alegres
y haz todo lo que quieras, Tiempo de rápido pie,
al vasto mundo y a todas sus dulzuras fugitivas;
pero yo te prohíbo un crimen, el más odioso:

¡oh! no marques con tus horas la frente de mi hermoso amor,
ni traces líneas con tu antigua pluma,
déjalo intacto en tu carrera,
como modelo de belleza para los hombres a venir.

O bien haz lo peor, viejo Tiempo: a despecho de tu ultraje,
en mis versos mi amor vivirá joven eternamente.





Tiempo, no has de jactarte de mis cambios...

Tiempo, no has de jactarte de mis cambios:
alzas con nuevo brío tus pirámides
y no son para mí nuevas ni extrañas
sino aspectos de formas anteriores.

Por ser corta la vida, nos sorprende
lo antiguo que reiteras y que impones,
cual si fuera lo nuevo que deseamos
y si no conociéramos su historia.

Os desafío a ti y a tus anales;
no me asombran pasado ni presente,
pues tus anales y lo visto engañan
al transformarse mientras te apresuras.

Por mí, te juro que he de ser constante
a pesar de tu hoz y de ti mismo.





Tu capricho y tu edad, según se mire...

Tu capricho y tu edad, según se mire,
provocan tus defectos o tu encanto;
y te aman por tu encanto o tus defectos,
pues tus defectos en encanto mudas.

Lo mismo que a la joya más humilde
valor se da en los dedos de una reina,
se truecan tus errores en verdades
y por cosa legítima se tienen.

¡Cómo engañara el lobo a los corderos,
si en cordero pudiera transformarse!
Y ¡a cuánto admirador extraviarías,
si usaras plenamente tu prestigio!

Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.





Tu pecho está cargado con todos los corazones...

Tu pecho está cargado con todos los corazones,
que yo supuse, en mi ignorancia, muertos;
y allí reina el Amor con todas sus amantes partes
y todos los amigos que yo creía extintos.

Cuántas sagradas y obsequiosas lágrimas
extrajo de mis ojos el amor religioso
en interés de los muertos, que aparecen ahora
como cosas remotas que en ti yacen ocultas!

Tú eres la tumba en que el amor sepulto ahora vive,
adornado con los trofeos de mis amores idos,
que todas sus partes de mí a ti te dieron,

pues ese haber de muchos es tuyo ahora solo:
Sus imágenes que amé las veo en ti
y tú, con todos ellos, lo tienes todo del total de mí.





Unos se vanaglorian de la estirpe...

Unos se vanaglorian de la estirpe,
del saber, el vigor o la fortuna;
otros, de la elegancia extravagante,
o de halcones, lebreles y caballos;

cada carácter un placer comporta
cuya alegría a las demás excede;
pero estas distinciones no me alcanzan
pues tengo algo mejor que las incluye.

En altura, tu amor vence al linaje;
en soberbia al atuendo; al oro en fausto;
en júbilo al de halcones y corceles.
Teniéndote, todo el orgullo es mío.

Mi única miseria es que pudieras
quitarme todo y en miseria hundirme.





¡Ve! si en oriente la graciosa luz...

¡Ve! si en oriente la graciosa luz
su cabeza flamígera levanta,
los ojos de los hombres, sus vasallos,
con miradas le rinden homenaje.

Y mientras sube al escarpado cielo,
como un joven robusto en su edad media,
lo siguen venerando las miradas
que su dorada procesión escoltan.

Pero cuando en su carro fatigado
deja la cumbre y abandona al día,
apártanse los ojos antes fieles,
del anciano y su marcha declinante.

Así tú, al declinar sin ser mirado,
si no tienes un hijo, morirás.





Y por qué no es tu guerra más pujante...

¿Y por qué no es tu guerra más pujante
contra el Tirano tiempo sanguinario;
y contra el decaer no te aseguras
mejores medios que mi rima estéril?

En el cenit estás de horas risueñas.
Los incultos jardines virginales
darían para ti vivientes flores,
a ti más semejantes que tu efigie.

Tendrías vida nueva en vivos trazos,
pues ni mi pluma inhábil ni el pincel
harán que tu nobleza y tu hermosura
ante los ojos de los hombres vivan.

Si a ti mismo te entregas, quedarás
por tu dulce destreza retratado.


Poemas IV. William Shakespeare (1564-1616)

No te acongojes más por lo que has hecho...

No te acongojes más por lo que has hecho;
fango y espina tienen fuente y rosa;
a la luna y al sol vela el eclipse;
vive el gusano en el capullo suave.

Todos cometen faltas, yo también
pues disculpo con símiles la tuya,
y por justificarte me corrompo
y excuso tus pecados con exceso.

A tu yerro sensual le doy mi ayuda;
de opositor me vuelvo tu abogado
y comienzo a pleitear contra mí mismo.
Tanto el amor y el odio en mí combaten

que no puedo dejar de ser el cómplice
del ladrón tierno que cruel me roba.





O viviré para escribir tu losa...

O viviré para escribir tu losa,
o vives y en la tierra me he podrido.
Qué importa que yo caiga en el olvido
si en mi canto inmortal tu honor reposa.

No morirá por mí tu fama hermosa
aunque yo al mundo moriré ya ido:
tú serás recordado y bendecido,
yo volveré a ser polvo entre la fosa.

Cuando sean los que hoy viven sombra vana
mis estrofas serán tu monumento
que mirará generación lejana.

Remota edad repetirá mi acento;
vivirás por mi pluma soberana
doquier se exhale un amoroso aliento.





Pobre alma, centro de culpable limo...

Pobre alma, centro de culpable limo
a la que burla, indócil, quien la ciñe,
¿por qué adentro sufrir afán y hambre
si pintas lo exterior de alegre lujo?

Si el contrato es tan breve, ¿por qué gastas
ornando tu morada pasajera?
¿Tendrá por fin tu cuerpo sustentar
al gusano que herede tu derroche?

Vive, alma, a expensas de tu servidor;
que aumenten sus fatigas tu tesoro;
y cambia horas de espuma por divinas.
Sé rica adentro, en vez de serlo afuera.

Devora tú a la Muerte y no la nutras,
pues si ella muere, no podrás morir.





¿Por qué me prometiste un día hermoso...

¿Por qué me prometiste un día hermoso
y a viajar sin mi capa me obligaste,
si me dejaste sorprender por nubes
que en su bruma ocultaron tu destello?

No me basta que surjas de la niebla
y que la lluvia enjugues en mi rostro,
pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo
que cicatriza pero no remedia.

Ni tu vergüenza a mi dolor aplaca,
ni tu remordimiento a lo perdido:
del ofensor la pena poco alivia
a quien la cruz soporta del agravio.

Pero tus lágrimas de amor son perlas
y su riqueza todo el mal rescata.





Pintado por Natura el rostro tienes...

Pintado por Natura el rostro tienes
de mujer, dueño y dueña de mi amor;
y de mujer el corazón sensible
mas no mudable como el femenino;

tus ojos brillan más, son más leales
y doran los objetos que contemplas;
de hombre es tu hechura, y tu dominio roba
miradas de hombres y almas de mujeres.

Primero te creó mujer Natura
y, desvariando mientras te esculpía,
de ti me separó, decepcionándome,
al agregarte lo que no me sirve.

Si es tu fin el placer de las mujeres,
mío sea tu amor, suyo tu goce.





Pintores son mis ojos: te fijaron...

Pintores son mis ojos: te fijaron
sobre la tabla de mi corazón,
y mi cuerpo es el marco que sostiene
la perspectiva de la obra insigne.

A través del pintor hay que mirar
para encontrar tu imagen verdadera,
colgada en el taller que hay en mi pecho
al que brindan ventanas tus dos ojos.

Y observa de los ojos el servicio:
los míos diseñaron tu figura,
los tuyos son ventanas de mi pecho
por las que atisba el sol, feliz de verte.

Mas algo falta al arte de los ojos:
dibujan lo que ven y al alma ignoran.





Que los favorecidos por los astros...

Que los favorecidos por los astros
de honores y de títulos se ufanen;
yo, que la suerte priva de esos triunfos,
hallo mi dicha en lo que más venero.

Los favoritos de los grandes príncipes
abren al sol sus hojas cual caléndulas,
y su orgullo sepultan en sí mismos
pues los abate un ceño que se frunce.

El célebre guerrero laborioso,
derrocado una vez tras mil victorias,
es del libro de honores suprimido
y de su gesta lo demás se olvida.

Feliz de mí, que amando soy amado,
y ni cambiar ni ser cambiado puedo.





Que no le ponga inconvenientes yo...

Que no le ponga inconvenientes yo
A la alianza de espíritus constantes.
Amor que cede ante otro no es amor,
Ni el que cambie cuando cambios halle;

Oh, no, es un faro eternalmente fijo
Entre tormentas, y jamás da en tierra;
Es el astro de nómadas navíos,
Invalorado, bien que a lo alto ascienda.

Tiempo en Amor no se inmiscuye, aunque
Bajo el zas de su hoz caen labios rosas;
Con Tiempo va hasta donde el sino alcance
Amor, que no muda en fugaces horas.

Si es esto error, y en mí se demostrase,
Jamás he yo escrito, ni amado nadie.





Quién creerá en el futuro a mis poemas...

¿Quién creerá en el futuro a mis poemas
si los colman tus méritos altísimos?
Tu vida, empero, esconden en su tumba
y apenas la mitad de tus bondades.

Si pudiera exaltar tus bellos ojos
y en frescos versos detallar sus gracias,
diría el porvenir: «Miente el poeta,
rasgos divinos son, no terrenales».

Desdeñarían mis papeles mustios,
como ancianos locuaces, embusteros;
«métrico exceso» de un «antiguo» canto.
Mas si entonces viviera un hijo tuyo,

mi rima y él dos vidas te darían.
para darla a la muerte y los gusanos.





Señor del amor mío, cuyo mérito...

Señor del amor mío, cuyo mérito
obliga mi homenaje de vasallo,
te envío esta embajada manuscrita,
mi devoción probando y no mi ingenio.

Grande es mi devoción: mi pobre espíritu
la muestra sin ropaje de vocablos
y espera, aunque desnuda, que en tu alma
le dé tu comprensión sutil albergue;

hasta que el astro que mi andanza guía
me señale con brillo favorable,
y al ornar mis andrajos amorosos
haga que yo merezca que me mires.

Así podré exhibir mi amor ufano,
pero hasta entonces rehuiré la prueba.


Poemas III. William Shakespeare (1564-1616)

Las horas que gentiles compusieron...

Las horas que gentiles compusieron
tal visión para encanto de los ojos,
sus tiranos serán cuando destruyan
una belleza de suprema gracia:

porque el tiempo incansable, en torvo invierno,
muda al verano que en su seno arruina;
la savia hiela y el follaje esparce
y a la hermosura agosta entre la nieve.

Si no quedara la estival esencia,
en muros de cristal cautivo líquido,
la belleza y su fruto morirían

sin dejar ni el recuerdo de su forma.
Mas la flor destilada, hasta en invierno,
su ornato pierde y en perfume vive.





Los corazones que supuse muertos...

Los corazones que supuse muertos
pues me faltaban, a tu pecho ocupan;
en él reinan amor y sus virtudes
y los amigos que creí enterrados.

¡Cuánta lágrima pía de mis ojos
robó el amor leal por esos muertos
que no son más que seres que han cambiado
de lugar y que yacen en ti ocultos!

Tú eres la tumba donde vive amor;
de mis amores los trofeos te ornan;
cada uno te dio mi parte suya
y ahora es tuyo el bien que fue de muchos.

Veo en ti las imágenes que amé:
soy tuyo entero pues las tienes todas.





Mas cuán pesante se me hace este viaje...

Mas cuán pesante se me hace este viaje
Al ver que su final, que tanto ansío,
Me hará exclamar cuando pare y descanse:
¡Ya tan atrás has dejado a tu amigo!

La bestia que me lleva, ya sin fuerzas
Por mi penar, también con éste carga
Jadeando, como si algo le dijera
Que prisa su jinete no demanda.

La espuela en sangre su paso no apremia
Sino que ira en la piel le clava a veces,
Responde el animal con una queja
Que de cuanto le hiera más me hiere.

Pues esa misma queja me recuerda
Que alante el dolor, mi dicha atrás queda.





Mejor ser vil que tal considerado...

Mejor ser vil que tal considerado
Cuando, sin serlo, esta culpa te achacan,
Y un lícito placer pierdes, que tanto
Los demás condenan, pero no tu alma.

Pues ¿por qué los ojos espurios de otros
Han de juzgar a mi impetuosa sangre;
O espiar mis flaquezas quien es más flojo
Y estima malo lo que yo, agradable?

No, yo soy el que soy; y los que apuntan
A mis desmanes, los propios exponen;
Habrá en sus ojos una torcedura,
Que sus juicios no ensucien mis acciones.

A no ser que esta máxima sostengan:
Todo hombre es malo y en su maldad reina.





Mella, Tiempo voraz, del león las garras...

Mella, Tiempo voraz, del león las garras,
deja a la tierra devorar sus brotes,
arranca al tigre su colmillo agudo,
quema al añoso fénix en su sangre.

Mientras huyes con pies alados, Tiempo,
da vida a la estación, triste o alegre,
y haz lo que quieras, marchitando al mundo
Pero un crimen odioso te prohíbo:

no cinceles la frente de mi amor,
ni la dibujes con tu pluma antigua;
permite que tu senda siga, intacto,
ideal sempiterno de hermosura.

O afréntalo si quieres, Tiempo viejo:
mi amor será en mis versos siempre joven.





Mi amor es una fiebre que incesante...

Mi amor es una fiebre que incesante
ansía lo que su virus alimenta,
porque en mi mal mi gusto se apacienta
y es por sí enfermo el apetito amante.

Ya, viendo mi doctor (la vigilante
razón) que no haga del caso ni cuenta,
me abandonó, y el ánima sedienta
corre a su abismo, aunque lo ve adelante.

Salvación para mí, ni la hay ni la quiero:
todo yo soy locura, inquietud, ira;
loco en cuanto imagino y vocifero,
y víctima infeliz de una mentira

te juré honrada y franca; y mi amor tierno
¿qué halló en ti? Noche oscura, negro infierno.





Mira a tu espejo, y a tu rostro dile...

Mira a tu espejo, y a tu rostro dile:
ya es tiempo de formar otro como éste.
Si no renuevas hoy su lozanía,
al mundo engañas y a una madre robas.

¿Quién es la bella del intacto seno
que tu cultivo marital desdeñe?
y ¿quién tan loco para ser la tumba
de un amor egoísta sin futuro?

Tu madre encuentra en ti, que eres su espejo,
la gracia de su abril, su primavera;
así, de tu vejez por las ventanas,
aunque mustio, verás tu tiempo de oro.

Mas si pasar prefieres sin memoria,
muere solo y tu imagen morirá.





No creeré en mi vejez, ante el espejo...

No creeré en mi vejez, ante el espejo,
mientras la juventud tu edad comparta;
sólo cuando los surcos te señalen
pensaré que la muerte se aproxima.

Si toda la hermosura que te cubre
es el ropaje de mi corazón,
que vive en ti, como en mí vive el tuyo,
¿cómo puedo ser yo mayor que tú?

Por eso, amor, contigo sé prudente,
como soy yo por ti, no por mí mismo;
tu corazón tendré con el cuidado
de la nodriza que al pequeño ampara.

No te ufanes del tuyo, si me hieres,
pues me lo diste para no volverlo.





No dejes, pues, sin destilar tu savia...

No dejes, pues, sin destilar tu savia,
que la mano invernal tu estío borre:
aroma un frasco y antes que se esfume
enriquece un lugar con tu belleza.

No ha de ser una usura prohibida
la que alegra a quien paga de buen grado;
y tú debes dar vida a otro tú mismo,
feliz diez veces, si son diez por uno.

Más que ahora feliz fueras diez veces,
si diez veces, diez hijos te copiaran:
¿qué podría la muerte, si al partir

en tu posteridad siguieras vivo?
No te obstines, que es mucha tu hermosura.





No me sucede lo que a aquel poeta...

No me sucede lo que a aquel poeta
que versifica a una beldad pintada,
y al cielo mismo empleá como adorno,
midiendo cuánto es bello con su bella;

y en henchidas imágenes la acopla
al sol, la luna y a las gemas ricas
y a las flores de abril y a las rarezas
que el aire envuelve en este globo vasto.

Sincero amante, la verdad escribo.
Mi amor es tan gentil, podéis creerme,
como cualquier hijo de madre, y brilla
menos que las candelas celestiales.

Dejad que digan más los habladores;
yo no quiero ensalzar lo que no vendo.





No, no aparta a dos almas amadoras...

No, no aparta a dos almas amadoras
adverso caso ni crüel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas.

Es fanal que borrascas bramadoras
con inmóviles rayos desafía;
estrella fija que los barcos guía;
mides su altura, mas su esencia ignoras.

Amor no sigue la fugaz corriente
de la edad, que deshace los colores
de los floridos labios y mejillas.

Eres eterno, Amor: si esto desmiente
mi vida, no he sentido tus ardores,
ni supe comprender tus maravillas.


Poemas II. William Shakespeare (1564-1616)

Cuando, infeliz, postrado por el hombre y la suerte...

Cuando, infeliz, postrado por el hombre y la suerte,
en mi triste destierro lloro a solas conmigo,
y agito al sordo cielo mi grito vano y fuerte,
y, volviendo a mirarme, mi destino maldigo,

y sueño ser como otro más rico en esperanza,
tener su mismo aspecto, gozar sus compañías,
y envidio el arte de éste, del otro la pujanza,
hastiado aún de aquello que me daba alegrías;

si en estos pensamientos mi desprecio me espanta,
pienso en ti felizmente, y entonces mi consuelo
como una alondra a orillas del día se levanta
del mundo oscuro, y canta a las puertas del cielo.

Tal riqueza me ofreces, dulce amor recordado,
que desdeño cambiar con los reyes mi estado.





Cuando pienso que todo lo que crece...

Cuando pienso que todo lo que crece
su perfección conserva un mero instante;
que las funciones de este gran proscenio
se dan bajo la influencia de los astros;

y que el hombre florece como planta
a quien el mismo cielo alienta y rinde,
primero ufano y abatido luego,
hasta que su esplendor nadie recuerda:

la idea de una estada tan fugaz
a mis ojos te muestra más vibrante,
mientras que Tiempo y Decadencia traman
mudar tu joven día en noche sórdida.

Y, por tu amor guerreando con el Tiempo,
si él te roba, te injerto nueva vida.





De los hermosos el retoño ansiamos...

De los hermosos el retoño ansiamos
para que su rosal no muera nunca,
pues cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará su memoria su heredero.

Pero tú, que tus propios ojos amas,
para nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre produces en donde hay hartura,
demasiado cruel y hostil contigo.

Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de la radiante primavera,
sepultas tu poder en el capullo,
dulce egoísta que malgasta ahorrando.

Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos, lo que es suyo no devoren.





Déjame confesar que somos dos...

Déjame confesar que somos dos
aunque es indivisible el amor nuestro,
así las manchas que conmigo quedan
he de llevar yo solo sin tu ayuda.

No hay más que un sentimiento en nuestro amor
si bien un hado adverso nos separa,
que si el objeto del amor no altera,
dulces horas le roba a su delicia.

No podré desde hoy reconocerte
para que así mis faltas no te humillen,
ni podrá tu bondad honrarme en público
sin despojar la honra de tu nombre.

Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.





Derroche del espíritu en vergüenza...

Derroche del espíritu en vergüenza
la lujuria es en acto, y hasta el acto
perjura, sanguinaria, traidora,
salvaje, extrema, cruel y ruda:

despreciada no bien se la disfruta,
sin mesura anhelada, y ya alcanzada,
odiada sin mesura, cual un cebo
que desquicia al incauto que lo traga.

Desquicio los suspiros, los abrazos,
los gemidos del antes y el durante,
júbilo al gozar, después penuria,
promesa de alegría, luego un sueño.

Lo saben todos, pero nadie sabe
cerrar el cielo que lleva hasta ese infierno.





Derrochador de encanto, ¿por qué gastas...

Derrochador de encanto, ¿por qué gastas
en ti mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza presta y no regala,
y, generosa, presta al generoso.

Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que se te dio para que dieras?
Avaro sin provecho, ¿por qué empleas
suma tan grande, si vivir no logras?

Al comerciar así sólo contigo,
defraudas de ti mismo a lo más dulce.
Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo
podrás dejar que sea tolerable?

Tu belleza sin uso irá a la tumba;
usada, hubiera sido tu albacea.





El pecado de amarme se apodera...

El pecado de amarme se apodera
de mis ojos, de mi alma y de mí todo;
y para este pecado no hay remedio
pues en mi corazón echó raíces.

Pienso que es el más bello mi semblante,
mi forma, entre las puras, la ideal;
y mi valor tan alto conceptúo
que para mí domina a todo mérito.

Pero cuando el espejo me presenta,
tal cual soy, agrietado por los años,
en sentido contrario mi amor leo
que amarse siendo así sería inicuo.

Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio,
pintando mi vejez con tu hermosura.





El soliloquio de Hamlet

¡Ser, o no ser, es la cuestión!  -¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar  de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así!

¡Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar!   -¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?...

Pero hay espanto
¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía
está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera
ningún viajero regresó, perturba
la voluntad, y a todos nos decide
a soportar los males que sabemos
más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
haces unos cobardes, y la ardiente
resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron.





Extenuado, hacia el lecho me apresuro...

Extenuado, hacia el lecho me apresuro
a calmar mis fatigas de viajero,
pero empieza en mi ánimo otro viaje,
cuando acaban del cuerpo las faenas.

Porque mis pensamientos, alejándose
en tu busca, celosos peregrinos,
de mis párpados abren el agobio
a la tiniebla que los ciegos miran.

Sólo que mi visión imaginaria
trae tu sombra hasta mis ojos ciegos,
como un joyel que cuelga de la noche
y el rostro oscuro le rejuvenece.

Así, por ti y por mí, nunca reposan
de día el cuerpo y a la noche el alma.





He visto a la mañana en plena gloria...

He visto a la mañana en plena gloria
los picos halagar con su mirada,
besar con su oro las praderas verdes
y dorar con su alquimia arroyos pálidos;

y luego permitir el paso oscuro
de fieros nubarrones por su rostro,
y ocultarlo a la tierra abandonada
huyendo hacia occidente sin ventura.

Así brilló mi sol, un día, al alba,
sobre mi frente, con triunfal belleza;
una hora no más lo he poseído
y hoy me lo esconden las aéreas nubes.

No desdeñes mi amor: si el sol del cielo
se eclipsa, han de velarse los del mundo.


Poemas I. William Shakespeare (1564-1616)

¿A un día de verano compararte?...

¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar  y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.

Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.





Amor verdadero.

No, no aparta a dos almas amadoras
adverso caso ni crüel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas.

Es fanal que borrascas bramadoras
con inmóviles rayos desafía;
estrella fija que los barcos guía;
mides su altura, mas su esencia ignoras.

Amor no sigue la fugaz corriente
de la edad, que deshace los colores
de los floridos labios y mejillas.
Eres eterno, Amor: si esto desmiente

mi vida, no he sentido tus ardores,
ni supe comprender tus maravillas.





Como actor vacilante en el proscenio...

Como actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,

así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.

Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.

Del mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.





¿Cómo puede buscar temas mi Musa...

¿Cómo puede buscar temas mi Musa
mientras tú alientas, que a mi verso infundes
tu dulce inspiración, harto preciosa
para exponerla en un papel grosero?

Agradécete a ti, si algo de mi obra
digno de leerse encuentra tu mirada:
¿quién tan mudo será que no te escriba
cuando tu luz aclara lo que inventa?

Sé la décima Musa y sé diez veces
mejor que las antiguas invocadas,
y otorga a quien te invoque eternos versos
que sobrevivan a lejanos siglos.

Si al futuro censor mi Musa encanta,
mía será la pena y tuyo el lauro.





Como un padre decrépito disfruta...

Como un padre decrépito disfruta
al ver de su hijo las empresas jóvenes,
así yo, mutilado por la suerte,
en tu lealtad y mérito me afirmo.

Pues sea la hermosura o el linaje,
el poder o el ingenio, uno o todos,
quien te corone con mejores títulos,
yo incorporo mi amor a esa riqueza.

Ni pobre ni ofendido soy, ni inválido,
que basta la substancia de tu sombra
para colmarme a mí con su opulencia,
y de una parte de tu gloria vivo.

Busca, pues, lo mejor: te lo deseo;
seré feliz diez veces, si lo hallas.





Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos...

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.

Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.

¡Cuánto más te alabaran en su empleo
si respondieras : - « Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa »,
pues su beldad sería tu legado!

Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.





Cuando en sesiones dulces y calladas...

Cuando en sesiones dulces y calladas
hago comparecer a los recuerdos,
suspiro por lo mucho que he deseado
y lloro el bello tiempo que he perdido,

la aridez de los ojos se me inunda
por los que envuelve la infinita noche
y renuevo el plañir de amores muertos
y gimo por imágenes borradas.

Así, afligido por remotas penas,
puedo de mis dolores ya sufridos
la cuenta rehacer, uno por uno,
y volver a pagar lo ya pagado.

Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas
se compensan, y cede mi amargura.





Cuando haya muerto, llórame tan sólo...

Cuando haya muerto, llórame tan sólo
mientras escuches la campana triste,
anunciadora al mundo de mi fuga
del mundo vil hacia el gusano infame.

Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu olvido prefiriera
a saber que te amarga mi memoria.

Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro nada me separe,
ni siquiera mi pobre nombre digas
y que tu amor conmigo se marchite,

para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti por el ausente.





Cuando hombres y Fortuna me abandonan...

Cuando hombres y Fortuna me abandonan,
lloro en la soledad de mi destierro,
y al cielo sordo con mis quejas canso
y maldigo al mirar mi desventura,

soñando ser más rico de esperanza,
bello como éste, como aquél rodeado,
deseando el arte de uno, el poder de otro,
insatisfecho con lo que me queda;

a pesar de que casi me desprecio,
pienso en ti y soy feliz y mi alma entonces,
como al amanecer la alondra, se alza
de la tierra sombría y canta al cielo:

pues recordar tu amor es tal fortuna
que no cambio mi estado con los reyes.


Poemas. Perchy Bysshe Shelley (1792-1822)

Vino de hadas.


Me embriagué de aquel vino de miel
del capullo lunar de zarzarrosa,
que recogen las hadas en copas de jacinto:
los lirones, murciélagos y topos
duermen entre los muros o en la hierba,
en el patio desierto y triste del castillo;
cuando el vino derraman en la tierra de estío
o en medio del rocío se elevan sus vapores,
de alegría se colman sus venturosos sueños
y, dormidos, murmuran su alborozo; pues pocas
son las hadas que llevan tan nuevos esos cálices.





Temo tus besos.


Temo tus besos, dulce dama.
Tú no necesitas temer los míos;
Mi espíritu va tan hondamente abrumado,
Que no puede agobiar el tuyo.

Temo tu porte, tus modos, tu movimiento.
Tú no necesitas temer los míos;
Es inocente la devoción del corazón
con la que yo te adoro.





Su voz tembló cuando nos separamos.


Su voz tembló cuando nos separamos,
y aunque no supe que su corazón estaba roto
hasta mucho después, me fui sin atender
las palabras que entonces nos dijimos.

¡Sufrimiento, oh sufrimiento
este mundo es demasiado ancho para tí! "





Soy como un espíritu que mora... 


Soy como un espíritu que mora
en lo más hondo del corazón.
Siento sus sentimientos,
pienso sus pensamientos
y escucho las conversaciones más íntimas del alma,
la voz que sólo se oye en el rumor de la sangre,
cuando el vaivén de los latidos
se asemeja al sosegado oleaje del océano estival.

He desatado la melodía dorada
de su alma profunda y me he zambullido en ella
y, como el águila en medio de la bruma y la tormenta,
he dejado que mis alas se adornasen
con el fulgor de los rayos.





Prometeo liberado. 


Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo:
al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa
inesperadas lágrimas en ojos insensibles,
o como los latidos de un corazón amargo
que debiera tener ya la paz, descendiste
en cuna de borrascas; así tú despertabas,
Primavera, ¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita
te llegas, como alguna memoria de un ensueño
que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día,
y como el genio o como el júbilo que eleva
de la tierra, vistiendo con las doradas nubes
el yermo de la vida.
La estación llegó ya, y el día: esta es la hora;
has de venirte cuando sale el sol, dulce hermana:
¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa!
¡Qué lentos, cual gusanos de muerte los instantes!
El punto e una estrella blanca aun tiembla, en lo hondo
de esa luz amarilla del día que se agranda
tras montañas de púrpura: a través de una sima
de la niebla que el viento divide, el lago oscuro
la refleja; se apaga; ya vuelve a rutilar
al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes
de las tejidas nubes arranca el aire pálido:
¡se pierde! Y en los picos de nieve, como nubes,
la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No se oye
la eólica música de sus plumas, de un verde
marino, abanicando al alba carmesí?...





La serenata india.


I

Me levanto desde sueños de ti
En el primer dulce dormir de la noche
Cuando los vientos respiran suave
Y las estrellas relumbran brillantes:
Me levanto desde sueños de ti,
Y un espíritu en mis pies
Me ha llevado  -¿quién sabe cómo?-
A la ventana de tu cuarto, ¡Dulce!

II

Los aires vagabundos desmayan
Sobre lo oscuro, la corriente silenciosa-
Los aromas de Champak caen
Como dulces pensares en un sueño
La queja del ruiseñor
Muere sobre su corazón
Como yo sobre el tuyo
¡Oh, amado como tú lo eres!

III

¡Oh elévame de la hierba!
¡Muero!, ¡Desmayo! ¡Caigo!
Deja que tu amor en besos llueva
Sobre mis párpados y labios pálidos.
Mi mejilla es fría y blanca, ay!
Mi corazón late alto y rápido;
¡Oh! Apriétalo contra el tuyo de nuevo
donde al final se romperá.





Himno de la belleza intelectual. 


1. La sombra de una Fuerza incognoscible...

La sombra de una Fuerza incognoscible
flota, aunque incognoscible, entre nosotros;
visita este amplio mundo con la misma
inconstancia que el viento entre las flores;
como un rayo de luna tras un pico
turba secreto, imprevisible,
el corazón y rostro humanos;
como el rumor pausado de la tarde,
como una nube en noche clara,
como el recuerdo de una música,
como aquello que se ama por hermoso
pero más todavía por ignoto.


2. Espíritu, Belleza que consagras...

Espíritu, Belleza que consagras
con tu lumbre el humano pensamiento
sobre el que resplandeces, ¿dónde has ido?
¿Por qué cesa tu brillo y abandonas
este valle de lágrimas desierto?
¿Por qué el sol no teje por siempre
un arco iris en tu arroyo?
¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
ensombrecen el mundo de este modo?
¿Por qué el hombre ambiciona tanto
odio y amor, desánimo, esperanza?


3. Ninguna voz de un ámbito sublime...

Ninguna voz de un ámbito sublime
ha respondido nunca a estas preguntas.
Los nombres de Demonio, Espectro y Cielo
testimonian este inútil empeño:
débiles palabras cuyo encanto no suprime
de cuanto aquí vemos y oímos
el azar, la duda, lo mudable.
Sólo tu luz, cual niebla entre montañas
o música que el viento vespertino
arranca de algún tácito instrumento
o cual claro de luna a medianoche,
sosiega el sueño inquieto de esta vida.


4. Amor, Honor, Confianza, como nubes...

Amor, Honor, Confianza, como nubes
parten y vuelven, préstamo de un día.
Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
Tú -ignoto y sublime como eres-
dejarías tu séquito en su alma.
Tú, emisario de los afectos,
que creces en los ojos del amante;
¡Tú que nutres al puro pensamiento
cual penumbra a una llama que agoniza!
No partas cuando al fin llega tu sombra:
sin Ti, como la vida y el temor,
la tumba es una oscura realidad.


5. Cuando niño, buscaba yo fantasmas...

Cuando niño, buscaba yo fantasmas
en calladas estancias, cuevas, ruinas
y bosques estrellados; mis temerosos pasos
ansiaban conversar con los difuntos.
Invocaba esos nombres que la superstición
inculca. En vano fue esa búsqueda.
Mientras meditaba el sentido
de la vida, a la hora en que el viento corteja
cuanto vive y fecunda
nuevas aves y plantas,
de pronto sobre mí cayó tu sombra.
Mi garganta exhaló un grito de éxtasis.


6. Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo...

Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo
dedicaría el ser. ¿No ha sido así?
Aún hoy, con inquieto pulso, llamo
a los turbios espectros que en sus tumbas
acompañan mis horas. En fingidos lugares
donde aplico mi espíritu al amor o al estudio,
han contemplado conmigo la noche.
Saben que la alegría no ilumina mi rostro
si no es con la esperanza de que absuelvas
al mundo de su oscura esclavitud;
de que tú, Terrible Hermosura,
concedas cuanto el verso no logra proclamar.


7. El día es más sereno y más solemne...

El día es más sereno y más solemne
cuando llega la tarde. Y hay un orden
en Otoño y un lustre en su horizonte
que el estío prohíbe alojo humano
hasta hacernos creer que es imposible.
Así pues, deja que tu fuerza
-talla naturaleza, cuando joven-
provea a mi existencia venidera
de sosiego, a mí que te venero
con cuantas formas te contienen,
a mí, hermoso Espíritu, a quien diste
el temor de sí mismo y amor al ser humano.





Filosofía del amor.


Las fuentes se unen con el río
y los ríos con el Océano.
Los vientos celestes se mezclan
por siempre con calma emoción.
Nada es singular en el mundo:
todo por una ley divina
se encuentra y funde en un espíritu.
¿Por qué no el mío con el tuyo?

Las montañas besan el Cielo,
las olas se engarzan una a otra.
¿Qué flor sería perdonada
si menospreciase a su hermano?
La luz del sol ciñe a la tierra
y la luna besa a los mares:
¿para qué esta dulce tarea
si luego tú ya no me besas?





El espíritu del mundo.


En lo hondo, muy lejos del borrascoso camino
que la carroza seguía, tranquilo como un infante en el sueño,
yacía majestuoso, el océano.
Su vasto espejo silente ofrecía a los ojos
luceros al declinar, ya muy pálidos,
la estela ardiente del carro
y la luz gris de cuando el día amanece,
tiñendo las nubes, a modo de leves vellones,
que entre sus pliegues al alba niña acunaban.
Parecía volar la carroza
a través de un abismo, de un cóncavo inmenso,
con un millón de constelaciones radiante, teñido
de colores sin fin
y ceñido de un semicírculo
que llameaba incesantes meteoros.

Al acercarse a su meta,
más veloces aún parecían las sombras aladas.
No se columbraba ya el mar; y la tierra
parecía una vasta esfera de sombra, flotando
en la negra sima del cielo,
con el orbe sin nubes del sol,
cuyos rayos de rápida luz
dividíanse, al paso, más veloz todavía, de aquella carroza
y caían, como en el mar los penachos de espuma
que lanzan las ondas hirvientes
ante la proa que avanza.

Y la encantada carroza su ruta seguía.
Orbe distante, la tierra era ya
el luminar más menudo que titila en los cielos,
y en tanto, en la senda del carro,
vastamente rodaban sistemas innúmeros
y orbes sin cuento esparcían,
siempre cambiante, su gloria.
¡Maravillosa visión! Eran curvos algunos, al modo de cuernos,
y como la luna en creciente de plata, pendían
en la bóveda oscura del cielo; esparcían
otros un rayo tenue y claro, así Héspero cuando en el mar
brilla aún el Poniente, apagándose; más allá se arrojaban
otros contra la noche, con colas de trémulo fuego,
como esferas que a la ruina, a la muerte caminan;
como luceros brillaban algunos, pero, al pasar la carroza,
palidecía toda otra luz...





A una alondra. 


¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!
No fuiste nunca un pájaro,
tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes,
el corazón derramas
en profusos acentos, con arte no pensado.

Alta, siempre más alta,
de la tierra te lanzas
como nube de fuego;
por el azul revuelas
y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas.

En dorados relámpagos
del sol, ya trasmontado,
donde se encienden nubes,
flotas tú y te deslizas
como gozo sin cuerpo que empieza su carrera.

La tardecita pálida y purpúrea, en torno
de tu vuelo se funde:
como estrella del cielo,
al ser día, invisible
eres tú, pero escucho tu voz dulce y aguda,

fina como las flechas
de la esfera de plata,
cuya viva luz mengua
en la blanca alborada,
y ya, sin verla apenas, lejana la sentimos.

Todo el aire y la tierra
de tus trinos se colman:
así, en la noche pura,
desde una nube sola,
derrama luz la luna y se inundan los cielos.

No sabemos quién eres.
Ya ti más parecido
¿qué habrá? De la irisada nube no fluyen nunca
gotas tan radiantes,
como de tu presencia nos llueven melodías.

Así un poeta oculto
en luz de pensamientos,
que entona sus canciones,
hasta sentir el mundo
temores y esperanzas que no advirtiera nunca.

Así un alta doncella
en torre de un palacio,
que alivia pesadumbres
de amor secretamente, con música tan dulce
como el amor, fluyendo de su estancia.

Tal dorada luciérnaga
en valle de rocío,
que esparce, sin ser vista,
aéreos, sus fulgores,
entre flores y hierba que a los ojos la ocultan.

Cual rosa retirada
entre sus hojas verdes,
deshojada por brisas
tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso
de aroma, sus ladrones de vuelo fatigado.

Al son de los chubascos
de primavera, en hierbas relucientes,
a flores despertadas por la lluvia,
a todo lo que hubiere
de alegre, claro y fresco, tu música aventaja.

Dinos, ave o espíritu,
tus dulces pensamientos:
nunca oí una alabanza
del amor o del vino,
que tan divino arrobo, ardiente, derramara.

Los coros de Himeneo,
los cantos de victoria,
junto a los tuyos fueran
ostentación vacía,
aquello en que se siente alguna falla oculta.

¿Qué objetos son la fuente
de tu feliz gorjeo?
¿Qué campos, ondas, montes?
¿Qué cielos o llanuras?
¿Qué amor de semejantes y qué ignorar de penas?

En tu alegría clara
no caben languideces;
la sombra de la angustia
nunca a ti se ha acercado;
amas y el triste hastío de amor nunca supiste.

En vigilia o dormida,
pensarás de la muerte
cosas más ciertas y hondas
que nosotros, mortales:
si no, ¿cómo brotara tu arroyo cristalino?

Miramos antes, luego;
lo que no es lloramos:
nuestra risa más clara
se mezcla con suspiros;
da los más dulces cantos nuestro pesar más triste.

Mas si hiciéramos burla
de orgullo y odio y miedo;
si hubiésemos nacido
para no llorar nunca,
no sé si llegaríamos tan cerca de tu gozo.

Mejor que todo verso
de sones deliciosos,
mejor que las preseas
de los libros, tu arte
será para el poeta, ¡tú, que al suelo escarneces!

Si un poco me dijeras
del gozo que tú sabes,
tal locura armoniosa
brotara de mis labios,
que, como yo te escucho, el mundo escucharía.


domingo, 1 de diciembre de 2024

A campo traviesa. Masaoka Shiki (1867-1902)

Fue un sueño increíble,
dijeron
que me lo había inventado.



La gran mañana:
vientos de antaño
soplan a través de los pinos.


El día es largo;
mis ojos están cansados
de mirar al mar.



Cuando cae a tierra
la cometa
no tiene alma.



La alondra cantando
ondula
las nubes.



En la brisa de la mañana
se alzan las alondras
de todo corazón.



El caracol se arrastra
dos o tres pasos
y se acaba el día.



La mariposa,
ni siquiera cuando la persiguen
parece tener prisa.


Primavera. Masaoka Shiki (1867-1902)

Siguiendo el río,
Ningún puente aparece;
¡Qué largo es el día!



El Gran Buda.
Durmiendo, durmiendo,
Todo el día de primavera.



En la arena de la playa.
Huellas de pasos:
Largo es el día de primavera.



Una noche de primavera;
¿Qué lee
El soltero?



Cruzando a una chica
Al otro lado del río;
La luna brumosa.



Olas de calor;
Los pétalos del ciruelo flotan
Hasta las piedras.



Las olas
Funden
El hielo del lago.



"Cuando miré atrás,
El hombre con el que me crucé
Se había perdido en la niebla.



Examinando
Tres mil haikus,
Dos nísperos.



Un día entero
Labrando el campo
En el mismo lugar.



Pájaros cantando,
Haciendo caer
Bayas rojas.



Gente que viene, gente que va
Sobre el páramo primaveral,
¿Para qué, me pregunto?


Verano. Masaoka Shiki (1867-1902)

Una azada abandonada,
No se ve a nadie, -
¡El calor!



Nubes altas
Sobre un pantano seco
Donde mora una pitón.



El destello de un relámpago;
Entre los árboles del bosque,
Aparece el agua.



El río en verano;
Hay un puente,
Pero el caballo va por el agua.



Los ricos
Vienen a beber de esta agua clara,
Y osos.



Veinte mil personas
Sin casa;
La luna de verano.



La flaqueza del verano;
Mi vida salvada
En los huesos.



Quiero dormir;
Mata las moscas
Suavemente, por favor.



La luciérnaga,
Su brillo
Es frío en la mano.



La quietud:
Un martín pescador vuela
Sobre el lago de la montaña.



La blanca peonía;
Cuando salió la luna,
Se deshizo y cayó.



Sale lp luna,
Corre un viento por la hierba;
Un hototogisu canta.



Con qué rapidez el río Mogami
Se lleva
El verano.


Otoño. Masaoka Shiki (1867-1902)

Aumenta el frío;
Ningún insecto
Se acerca a la lámpara.



Sopla el viento del otoño;
Estamos vivos y podemos mirarnos,
Tú y yo.



A la entrada del otoño,
Pintar plantas en flor,
Una tarea diaria.



Encontrar a alguien,
¡Qué espantosas
Las montañas de otoño!



Una aldea de pescadores;
Bailando bajo la luna
Al olor del pescado crudo.



Soledad;
Después de los fuegos artificiales,
Una estrella fugaz.



Moribundas,
Haciendo todo el ruido posible,
Las cigarras de otoño.



Las manzanas robadas
Que comí,
Me dieron dolor de estómago.



Pelando una pera,
Dulces gotas corren
Por el cuchillo.



Recuérdame
como alguien que amaba la poesía
Y los nísperos.


Invierno. Masaoka Shiki (1867-1902)

Un niño menor de diez años
Va a ser entregado al templo:
¡Cruel frío!



La desolación del invierno;
Atravesando una pequeña aldea,
Ladra un perro.



El aire es frío;
Aplasto a la niña contra mí,
Es tan hermosa.



La primera nevada;
Al otro lado del mar,
¿Qué montañas son aquéllas?



Retiro invernal;
Hay algo que me gustaría preguntar
A Sakyamuni.



Crisantemos marchitos;
Calcetines secándose en la cerca;
Un día de sol.



Sin hacer nada
La babosa de mar ha vivido
Dieciocho mil años.


De "Vigilias ante la vida". Javier Sicilia.

Alegría por el cuerpo

                                                    A William Nessme

Eres, oh cuerpo oscuro, el siempre amado,
desnudo lecho en que los días fueron
y el placer de las noches donde ardieron
el sueño, la pasión y lo sagrado.
Por ti conoce el alma lo creado:
las formas de las cosas bajo el día,
tu desnudez más pura y la alegría
de sentirte en la sombra sosegado;
conoce el pan, el agua, la blancura
y el mar que bajo el cielo tiembla al roce
del ave y su secreta arquitectura...
Tantos dones al alma has entregado
que en la muerte, mi amor, sabré del goce
de haber vivido un día lo creado.





Despedida

(A la manera de Cavafis)

I

Recuerda, cuerpo, cuánto te quisieron:
no sólo las alcobas donde amaste
y los desnudos cuerpos que gozaste,
sino también los ojos que te vieron,
los labios que por ti de ardor temblaron
y por los cuales en deseo ardiste.
Recuerda, cuerpo, que alto y bello fuiste
como un dios, que otros cuerpos desvelaron
sus noches recordándote, y amor
rozó sus ojos como si el rumor
de tus besos tocara sus caricias.
Esta noche en que a solas te desnudas
y los años pasaron y las dudas,
recuerda como entonces sus delicias.

II

Pues,
nada te detendrá mi cuerpo amado,
ni el ardor de los besos que allanaste,
ni las tibias alcobas donde amaste
la blancura de un cuerpo abandonado;
nada, muchacho, nada, ni el helado
secreto de los labios que habitaste,
ni las heridas ingles ni el engaste
de tu placer herido y entregado
al roce delicado de unos dedos;
nada, mi servidor, mi amante, nada,
ni acaso la caricia más amada,
pues más allá del goce y sus recuerdos,
ah, sientes cómo el polvo se aproxima
a la dulce insistencia que te anima.





Encuentro

Me sedujiste, Amor, y me he dejado
seducir, me forzaste y me pudiste,
allanaste mi alcoba y le prendiste
fuego a mi alto cuerpo amurallado;
violaste con tus labios mi costado,
a tu placer rendida me tuviste,
mi goce a sequedad lo redujiste
y a polvo mis encantos y mi agrado;
tendida, cual la tierra contra el día,
tus oscuras caricias me domaron
hasta volverme yermo y luz baldía;
y ahí donde tus labios se gozaron
y sólo queda un hueco, un claro abismo,
de tan simple y desnuda soy Tú mismo.





Vigilias

                                                  A Manuel Ponce

Escuchar el rumor bajo la aurora
del día que se abre a la espesura,
mirar la madrugada aún oscura
adelgazarse lenta en cada ahora;

estar ahí sin tiempo y sin demora
contemplando el espacio en su mesura
y sentirse atrapado en la atadura
de su exacto equilibrio que enamora;

y ser entonces árbol, agua y tierra
y luz donde la noche ya vacía
delinea los contornos de la sierra,

lo sabe aquel que vela a cielo abierto
en espera de Dios y de su día,
lo sabe sólo quien está despierto.





Zazen

I

Sentirte, Amor, es contemplar el muro,
el muro blanco, limpio ante el que rezo,
espejo de la luz, desierto yeso,
cerrada claridad, confín más puro.

Sentado ante su luz el día es duro,
duro tiempo sin fin, vacío ileso,
donde el cuerpo extravía forma y peso
y ausente se contempla más seguro.

Yo me abro mi Amor a este vacío
en el que a solas soy blanco desierto,
espacio sin lugar y polvo yerto,

polvo de luz, ausencia ya sin brío.
Nada queda de mí que estoy abierto
sino esta claridad donde te espío.

II

Herido por tu luz ya nada espero
de mi cuerpo que es éxtasis del día,
polvo absuelto en la luz del mediodía,
paja seca quemada por Tu esmero;

es luz la suave tarde de este enero,
luz mi pan y la alcoba húmeda y fría,
mi mujer, la ciudad y la alegría
de mi alma que arde en tu brasero.

¿Qué puedo ya esperar si todo es fuego
que cotidianamente me calcina
y deja en lo más hondo su sosiego?

Todo en la vida es luz de tan amada,
sólo mi cuerpo es paja, leña y brizna
que consumido en luz es tierra, es nada.


De "Vigilias ante los Santos". Javier Sicilia.

Agustín Pro

                                             A José Ramón Enríquez
                                                      y a Ignacio Solares

Solo, ante el pelotón que lo ejecuta,
Pro se ha puesto a rezar e invoca a Cristo;
no lo alcanza el rencor, duro e imprevisto,
de Calles, ni la befa y la disputa.

Su dolor el via-crucis rememora
cuando bajo las sombras amanece
y a la venganza jacobina ofrece
su cuerpo en cruz, altivo cual la aurora.

A Cristo imita en ese aciago día
en que de pie enfrentado al soberano
hace vivir su fe con su agonía.

Vive al fin la verdad en esa muerte,
y en el cuerpo de Pro que yace inerte
se muere la victoria del tirano.





Albert Peyriguere

Para ser el menor entre los hombres
y servir a Jesús, una mañana
abandonó su iglesia y su sotana,
la liturgia, sus fieles y sus nombres.
Sobre tierras paganas fue un errante:
anduvo por Rabat, amó a su gente
y en el Kebbab inhóspito y doliente
sirvió a los más pobres, fue constante.
Ni la espada, ni el fuego, ni las prédicas
fueron los incentivos que llenaron
al infiel con las llamas evangélicas;
de Jesús fue razón su humilde historia,
el amor que sus obras heredaron:
él fue su servidor, su oscura gloria.





Charles de Foucauld

                                                        A Georges Voet
                                 y a Patricia Gutiérrez-Otero

Sediento de aventuras fue un soldado
de Francia en las colonias africanas;
amó el desierto, el sol, las caravanas,
el goce de las hembras, lo vedado.
Una tarde en los yermos de Marruecos,
bajo la hirviente luz que es un destello
fugaz de Dios, tal vez sólo un resuello,
descubrió su placer, su goce seco.
Buscó en la trapa, se hizo un monje austero;
se negó hasta ser sombra, polvo, nada,
y a los tuaregs sirvió, fue un pordiosero.
No conoció del triunfo la morada;
solo en su soledad fue oscuramente
un hombre que amó a Cristo intensamente.





Concha Armida

                                                     A Luis Fracchia

Una mujer piadosa e iletrada;
vivió en un mundo dulce y venturoso,
tuvo un rancho, unos hijos, un esposo,
fue una vida pequeña y ordenada.
Nadie supo que en la aparente calma
de su hogar el Espíritu moraba,
que el amor de Jesús la devoraba
y vulneraba su quietud de alma.
Sólo el padre Rougier supo en secreto
que ese fuego interior, arduo y discreto,
era la confidencia misteriosa
del dolor de la cruz y su agonía.
Nos legó una orden religiosa
y una vasta y profunda teología.





Teresa de Lisieux

Sentada en la penumbra del convento,
Teresa observa el muro gris y yerto;
no la turba el silencio, ese desierto
del alma, en la quietud del aposento.
Los sueños y los goces de la vida
que en el duro Carmelo palidecen,
en ella ya no existen. Obedecen
sus ojos a otro sueño, a otra medida:
piensa en la dicha amada que le espera,
en el dolor que roe sus pulmones
y ofrece en redención y la lacera;
sabe en su pequeñez que no está sola,
que en la noche y sus arduas aflicciones
es Dios quien sufre en ella y quien se inmola.