miércoles, 5 de febrero de 2025

Poemas. Denise Levertov (1923-1997)

Contrabando. 


El árbol del conocimiento era el de la razón.
Por eso es que probar de él
nos arrojó del Paraíso. Lo que había que hacer con ese fruto
era secarlo y molerlo hasta obtener un polvo fino,
para después usarlo de a una pizca por vez, igual que un condimento.
Probablemente Dios tendría planeado mencionarnos más tarde
este nuevo placer.
Nos lo comimos hasta atragantarnos,
llenándonos la boca de pero, cómo y si,
y de pero otra vez, sin saber lo que hacíamos.
Es tóxico, en grandes cantidades: sobre nuestras cabezas
y a nuestro alrededor el humo se arremolinaba,
para formar una compacta nube que se fue endureciendo
hasta hacerse de acero: un muro entre nosotros
y Dios, Que era el Paraíso.
No es que Dios no sea razonable; pasa que la razón
en tal exceso era una tiranía,
y nos aprisionó en sus propios límites, un calabozo de metal pulido
que reflejaba nuestros propios rostros. Dios vive
al otro lado de ese espejo,
pero a través de la rendija en donde el cerco
no llega justo al piso, logra colarse al fin:
como una luz filtrada, como chispas de fuego,
como una música que se oye, cesa de pronto
y, de repente, se hace audible de nuevo.





Los tiburones.


Pues bien, el último día aparecieron los tiburones.
Aparecen unas aletas negras, inocentes
como para precavernos. El mar se vuelve
siniestro, ¿están en todas partes?
Créeme, dejan una estela de seis pies.
¿No es éste el mismo mar, y ya no jugaremos
en él como antes?
Me gustaba claro y no
demasiado tranquilo, con suficientes olas
para levantarme. Por primera vez
me había atrevido a nadar en lo hondo.
Vinieron al atardecer, la hora
del mar calmo con un brillo de cobre, aún no muy oscuro
para que hubiera luna, aún
bastante claro para verlos fácilmente. Negra
la afilada punta de las aletas.





El secreto.


Dos niñas descubren
el secreto de la vida
en una inesperada línea
de poesía.

Yo, alguien que no conoce el
secreto, escribí
esa línea. Ellas
me dijeron

(a través de una tercera persona)
que lo habían encontrado
pero no lo que el secreto era,
tampoco

cuál era el verso. No hay duda,
ahora, después de una semana,
ellas ya han olvidado
el secreto,

el verso, el nombre del
poema. Las amo
por encontrar aquello
que yo no puedo encontrar,

y por amarme
por ese verso que escribí,
y por olvidarlo,
para que

un millar de veces, hasta que la muerte
las encuentre, ellas puedan
descubrir el secreto de nuevo, en otros
versos

en otros
sucesos. Y porque
desean conocerlo,
por

asumir que ese
secreto existe, sí,
sobre todo
por eso, las amo.





La lluvia de cinco días.


La ropa puesta a secar que cuelga del limonero
en medio de la lluvia
y el pasto largo y grueso.

Secuencia interrumpida, tensión
de luz solar naranja-agria
deshilachada.

Una lluvia tan tenue
finos jirones

que cuelgan sobre las hojas rígidas.
¡Vuélvete escarlata! Arranca los limones verdes
del árbol! Yo no quiero
olvidar quién soy, qué ardió en mí,
y colgar flácida y limpia, un vestido vacío...





Las profundidades.


Cuando se consume la blanca niebla
el abismo de luz eterna
queda revelado. Las últimas telarañas
de niebla en los abetos negros son escamas
de ceniza blanca en la chimenea del mundo.

Frío de mar es la contrapartida
de este gran fuego. Zambulléndonos
del frío ardiente del océano
entramos a un océano de intenso
mediodía. Sagrada salcentellea en nuestros cuerpos.

Cuando la neblina nos haya envuelto otra vez
en suave lana, que el gusto de la sal
nos recuerde las grandes profundidades acerca
de nosotros.





Se ha ido.


Cuando el cuerpo me abandona
me hace sentir sola
(...)
pero cuerpo
se va a no sé dónde
y es de una soledad
ir a la deriva
sobre el espacio que
llena cuando está aquí


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