Tristan Tzara.
no existe nada como una conferencia dada
un manifiesto se dirige a todo el mundo
me opongo a todos los sitemas salvo a uno
el azar es irracional y tú eres la razón
un manifiesto se dirige a todo el mundo
pero repican sin motivo las campanas
el amor es irracional y tú eres la razón
soy un puente que cruza tu oscuridad
pero repican sin motivo las campanas
eres un viento fresco asaltado por las velas
soy un puente que cruza tu oscuridad
no nos atemos a los mástiles
eres un viento fresco asaltado por las velas
soy una herida que dispersa tu sal
no nos atemos a los mástiles
no nademos al compás del canto de los marinos
soy una herida que dispersa tu sal
embajadores del sentimiento odian nuestro coro
no nademos al compás del canto de los marinos
arrojemos nuestras anclas a la distancia
embajadores del sentimiento odian nuestro coro
no pueden contaminar nuestros sentimientos más de humo
arrojemos nuestras anclas a la distancia
dirijamos nuestros botes al otro mundo
no pueden contaminar nuestros sentimientos más de humo
cada uno tiene mil virginidades
dirijamos nuestros botes al otro mundo
te doy toda mi nada
cada uno tiene mil virginidades
aún nos consideramos encantador
este doy toda mi nada
he dudado de todo salvo de esto
aún nos consideramos encantadores
no existe nada como una conferencia dada
he dudado de todo salvo de esto
me opongo a todos los sistemas salvo a uno
Edward Hopper y la casa junto a la vía del tren.
Aquí fuera en el centro exacto del día,
esta casa desgalichada y rara tiene la expresión
del que sufre una mirada fija, del que contiene
el aliento bajo el agua, mudo y expectante;
esta casa se avergüenza
de sí misma, de sus mansardas fantasiosas
y su porche pseudogótico, se avergüenza
de sus hombros y sus manazas torpes.
Pero el hombre del caballete es implacable.
Es tan brutal como el sol, y cree
que la casa tuvo que hacer algo espantoso
a los que en otro tiempo la habitaron
para estar ahora tan atrozmente vacía,
tuvo que hacerle algo al cielo
para que también el cielo esté desierto
y no diga nada. Por ningún lado
crecen árboles ni arbustos: la casa
tuvo que hacerle algo a la tierra.
Lo único presente es una sóla vía
que va recta a lo lejos. No pasa el tren.
Ahora el forastero viene por aquí a diario,
y la casa sospecha que también él
está desolado; desolado
y avergonzado, incluso. La casa empieza
a mirarle de frente. Y sin saber cómo,
la tela en blanco va tomando despacio
la expresión de alguien acobardado,
que contiene el aliento bajo el agua.
Hasta que un día el hombre se va.
Es una última sombra de la tarde
que atraviesa la vía y se encamina
por el inmenso campo anochecido.
Pintará otras mansiones abandonadas,
y cristaleras de cafetería borrosas,
y escaparatesmal rotulados al borde de los pueblos.
Tendrán siempre la misma expresión,
la desnudez total de alguien que sufre
una mirada fija, alguien americano y desgalichado.
Alguien que va a quedarse solo
una vez más, y ya no lo soporta.
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