martes, 29 de abril de 2025

Poemas. Elvio Romero (1926-2004)

Vacío. 


Doblé lo que era nuestro. Ciertamente
te amé como a ninguna. Destruí cuanto
amaba. Un sueño malo
-de rencores antiguos- oscureció mis frondas.
Titiritero falso, solté todos los hilos que me unían
al eco fiel de tu alma, a tu secreto encanto;
mal leñador, talé ramajes vanos con inútiles golpes;
tiré abajo la casa con la antigua violencia de mi gente
y la perdí, torcí el sendero y lo dejé en la arena
como una carta triste que se arroja en un cesto.

Como a ninguna, digo. Un alevoso
viento amargo ha soplado. Esto es el fin
de un largo viaje al esplendor de un beso.

Doblé lo que era nuestro.





Tus paseos.


Hoy bajas por la carretera
y yo te escucho cómo cantas;
vuelan pájaros de tus hombros,
vuelan gramillas de tus faldas;
en las colinas de tus senos
se aventan las oscuras gramas,
y se ve en el trasluz del horizonte
que se disipa ya la madrugada.

Tú sales a mirar la noche,
a trajinar por las llanadas,
desprendes el cabello al aire
y la humedad se te rezaga
bajo los pies, entre las piedras,
elemental y sofocada,
y yo te aguardo porque sé que traes
los ojos limpios de esperar el alba.

Necesitas la noche. Sube
su penumbra por tus espaldas,
tomas olor a los tomillos,
desnuda entre las hierbas agrias,
verdes se quedan tus hoyuelos,
florecen verdes tus pestañas,
y vuelves como un árbol caminante,
como raíz nutrida y fecundada.

Por las colinas de tus senos
se aventan las oscuras gramas.
Tú necesitas de la noche,
de los montes y las bajadas.
Pones la mano entre la tierra,
quedas de pronto ensimismada,
y luego vegetal, verde y sereno,
tu rostro se ilumina en la mañana.





Sino.


Nada es lo mismo ya, ni lo será mañana;
apenas la constancia dará el signo que guíe
el día por venir. Y el ahínco de la memoria fiel
que reconstruya y clasifique lo que ya es quemadura
y senda pedregosa desde ahora, desde el instante
en que una lluvia oscura
sopló con un sonido bárbaro en nuestra vida.

Y lo sabemos todos. Nada
será ya igual ni semejante al rostro del pasado;
ni nuestro amor, vacío de sostén, ni la mano
de los amigos. No habrá ese ruido
de persianas que bajen impidiendo al verano
su intromisión inevitable. Habrá cambiado
el ritmo de la sangre; otras palabras
pondrán sobre el oído su distinta eufonía.

No, no; ya no será la misma
la manera de andar, la introspección al modo
de la quietud ceñida de las horas. Se notará por siempre
en nuestro rostro un viaje
y un aire retraído de máscara olvidada.
Y al no tener el mismo amor, la misma
mano de los amigos,
el ser de aquí o de allá se borrará sin pausa
en una helada comunión con raíces espurias.





Siempre. 


Estoy contigo

                     cuando levantas la mirada,
                     si eres donaire o jazmín puro
                     en el dolor como en la calma.

cuando el sol dora el fondo de tus ojos,
cuando en el alto alcor, tranquila, cantas,
cuando se encienden tu alma y tus cabellos,
                     estoy contigo.

Siempre que burles todas las celadas,
siempre que huelas a radiantes frutas,
siempre que me acompañes en la marcha,
                     estoy contigo.

                     Si te empapas con el rocío,
                     si te alumbras con el poniente,
                     si te regocija el alba,
                     si permaneces en tu sitio,
                     como una lumbre vencedora,
                     si sales a enfrentar la madrugada,
                     si todo se da en ti, luz de mis ojos,
                     al levantarse airosa de la manta,
                                  estoy contigo.

Pero cuando te envuelves con un frío
silencio inútil de intranquilas aguas,
si te enajenas de tu propia dicha,
si el mediodía hiere tus pisadas,
si para darte todo lo que tengo
el fuego herido de mi amor no basta,
si te acercas con rostro ensombrecido,
si desandas las huellas conquistadas,
                       no, no estoy contigo.





Mía. 


Vuelvo a ti, Libertad, mi compañera
de todos los momentos en la vida,
clavel entre claveles conmovida
belleza que se acerca en primavera.

Yo te tendré conmigo a toda hora,
como a una novia siempre enamorada,
junto a mí, Libertad, mía y amada,
retoño de la luz que el alba dora.

Yo me voy a la frontera,
a cantar y a pelear
tú serás mi compañera,
yo, quien te va acompañar.

Día a día a tu lado, en tanto vea
que los hombres procuran defenderte,
mientras yo, noche a noche, sueño verte
andando a mi costado, adonde sea.

Querida amiga, Libertad, deseo
que seamos los dos como una brasa
compartida, y mi casa sea tu casa,
y mires donde miro y donde veo.

Yo no voy a la frontera,
a cantar y a pelear;
tú serás mi compañera,
yo, quien te va acompañar.

Te beso, Libertad, porque eres mía,
porque mi afán es solo verte, amarte,
y aunque no he conseguido conquistarte,
no he dejado de buscarte todavía.





Huésped. 


Había entrado.

               La que más sabe, la que puso el oído
y escuchó atentamente la negación, el pacto,
lo dicho y desdecido; la que vio el cambio
de color de tus labios, precipitarse
lo inesperado, la puesta en pie, la aventura
y el alba, el beso,
la alegría.

               La noche había entrado.

               La que más sabe.





Fuego primario.


Mirarte es ver colinas,
mirarte así tendida, detenida y desnuda,
situando planicies de arena en las axilas,
desnuda y dividiendo la blancura caliente de las sábanas,
mirarte es ver que oscuros orígenes te pueblan,
que el aire te enajena por urnas inasibles,
si te miro desnuda...

Hay cuestas y hay declives,
hay en tu piel suaves territorios de nubes sensitivas,
hay humos y adherencias de ardorosa madera,
hay una sombra ilesa que escapa del asedio,
si te miro desnuda.

Se ve que en tu cintura
se doblan valles que arden con vientos incesantes;
se ve, rosado y táctil, nimbado por rumores,
el hoyo de agua nívea que tu vientre arremansa
como un rosado tiesto de palpitantes flores,
si te miro desnuda.

Mirarte es ver colinas,
lluvias que se diluyen respirando en tus pechos,
es embestir un campo de tierras onduladas,
es llegar al origen de la sangre,
es imantarse al golpe
que oscuramente sube de tu boca y tus trenzas,
y es imposible entonces no acosarte y vencerte
con sedientas hogueras.

Si te miro desnuda.





El beso. 


Germina un beso puro en nuestro pecho,
un beso que es un poco pan de tierra,
un poco arena y vuelo.

El beso es una ráfaga, un sereno
fulgor que se arremansa en la morada,
un masculino aliento.

La única perla que en mi alforja llevo,
la única luz que arrebaté a mi sombra,
su único alumbramiento.

Es una oscura exhalación, deseo,
un aire tibio que la sangre orea,
un luminoso fuego.

Es un activo manantial, un suelto
clavel sonoro entre los labios, agua
de cántaro opulento.

Es una alondra enloquecida, en celo,
delirante y nupcial entre las nubes,
levísimo gorjeo.

Mujer: hoy dejo este profundo beso,
que ensancha la creación, entre tus faldas,
temblor del firmamento.

Por él su peso alivian mis maderos,
por él subo a los árboles, te busco,
por él te pertenezco.

Por él la ruta es breve, por él peso
el péndulo de sol que te corona,
pulso un afán de sueño.

Por él nacerá el hijo, por él veo
que habrán de prolongarse mis raíces,
mis primarios silencios.

Por él mi propia rectitud defiendo,
por él mi descendencia irá sembrando
sus verdes alimentos.

Por él bajo a la tierra y la poseo,
por él barajo el alma, un poco arena,
un poco arena y vuelo!





El amor. 


Sí,
hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

El azar y los años
me han llevado a pisar en el sendero
que me ha impuesto el amor, que mi adorada
impuso a mi corazón; ahora vuelvo
al fervor inicial, a esa primera mañana
en que el sol se ha instalado en nuestro pecho.

Y así las cosas:
la canción, la plenitud, el deseo
me han alumbrado el rostro, se me han ceñido
como un pañuelo verde sobre el cuello,
y entro en la casa del fervor como antaño,
asombrándome al ver reverdecer los sueños.

Es como si hubiesen atizado
a mi sangre el verano, la intemperie, los vientos
cordilleranos, o inundado sus cauces
un enérgico brío de panales repletos,
los brazos encendidos al apretar sus brazos,
las dos manos cargadas de un esplendor secreto.

Sí,
porque mi corazón no descansa en la noche,
hoy me he puesto a encender el viejo fuego.





Con tu nombre. 


Por siete lunas me miré en tus fuentes,
catorce en las orillas de vasija anhelante de tu sangre;
dormí en tu piel con infinitas manos
los largos ciclos de inundación del bosque,
diez o veinte en tu red de vespertina fruta agreste y dulce,
no sé cuánto en la rama
fragante de tus brazos
y toda la vida me llené con tu nombre.

Rosa del Sur, me dije clavel de la cordillera,
guitarra clara del amor, mujer suave como la lluvia
que a veces llega apenas para tocar las hojas,
tierra de siembra fértil del varón y el arado,
honda como la brisa que despeina el maizal y la distancia,
mi latido es el tuyo, mis ventanas abiertas al rumor de la noche.

Si todo mi país, si mi comarca
de taciturna estirpe se despierta en tu aliento,
si el enjambre y la miel, la viga añosa
de la casa, si el azahar del lecho de los enamorados
me acercan a tu piel, si todo late,
si todo vive en ti,
todos mis años, toda mi vida llenaré con tu nombre.





Canto en el sur.


Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,
de piel morena, oscura, oscura,
con estrellas heridas por adentro
y por fuera sudor, cáscara ruda.

Tengo la sangre hirviendo
como un sinuoso trueno derramado;
tengo las manos ásperas
como herramientas duras y soleadas;
tengo los ojos lúbricos
como lúbricas raíces.

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Te vi ayer en el Norte;
vi en el Norte lo mismo, el mismo
y primario dolor sobre los cuerpos,
el aguardiente galopando a sorbos
y lo demás lo mismo: el mismo
brazo sudando a contraluz sangrienta,
el mayoral que brama entre los árboles,
los mismos ojos sin calor, la misma
temblorosa epilepsia del sudor,
los mismos exprimidos, los mismos coronados!

Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,
la misma turbulencia contra el mismo espejismo,
idéntico remanso bajo la misma noche.

Conservo el sortilegio
de estas zonas arbóreas que me cercan.
Tengo la risa ronca
y estas anchas tristezas.

De piel morena, oscura,
pisando en el calor exasperado.





Cabellos. 


Nocturno enmadejado en los destellos
de sueltas ondas y esquivez ligera;
casi fluvial, dormida enredadera,
la espuma boreal de tus cabellos.

Bosques de ríos conservando en ellos
frescor de amaneceres bosque afuera,
ramaje desmembrado en la ribera
de luna llena de tus hombros bellos.

Región undosa que la luz levanta,
borrasca desceñida en tu garganta
color mazorca virgen de maíz.

Nubladas hebras, sombra en movimiento,
rumor sobrecogido que en el viento
fuera a buscar de pronto otro país.





Así nos completamos.


Al comienzo el amor, buena muchacha,
al comienzo el amor, las soledades
y las noches doradas.

Al comienzo el amor. Y adivinabas
que el pecho que nutría tus anhelos
te invitaba a su marcha.

Te trajo aquí el amor. Y nuestras ramas
buscaron conseguir pronto la altura,
pronto una tierra honrada.

Bastó mirar alrededor. Y el alba
entró resuelta a gobernar el fuego
tibio de nuestras ansias.

Te trajo aquí el amor. Y ya la casa
del amor se inundaba con los sueños
de libertad, amada.

Levantaste los tajos. Te surcaba
la misma chispa con que yo encendía
la mecha de mis lámparas.

Ya no hubo entonces soledad; ya nada
pudo turbar esa quietud profunda
que vive en tus palabras.

Y hallaste lo que es hoy tu nueva patria:
el sueño justo, el pretender sin tregua
una firme esperanza.

Así emprendemos ya, juntos, la marcha.
Y nada es duro entre los dos, por dura
que sea la batalla.

Por triste y dura, pues la vida traza
para los dos una fragante ruta
radiante y fecundada.

Así nos completamos. Somos altas
simientes injertando otras simientes,
otro sol, otras caras.

Al comienzo el amor, buena muchacha,
para lograr después, palpando el día,
la libertad mañana!





Así es ella, me dije... 


Así es ella, me dije; es la alegría
remota y honda que de pronto llega
a despejar el nudo que se debe
desanudar en la penumbra inquieta.

          Noche y albor, me dije,
todo llegó a mi corazón por ella;
llegó el sabor oculto del deseo,
el presagio de ardor que en mí resuena.

           Es mi cuerpo, me dije,
reconociendo su esplendor en ella,
el bosque entero de mi sangre, el pulso
y el latido secreto de su fuerza.

            La imagen que conservo
de las verdes raíces de mi tierra;
ella es el tiempo mío, el del verano
en el regazo inmóvil de la siesta.

            Así mismo, me dije,
es su fulgor herido en la belleza,
ella es el largo trecho recorrido
surtiéndose de entraña y sementera.

            Así mismo, me dije,
callado abrigo que abrigó mis huellas,
el justo sueño que escogí en la lucha,
la libertad por la que canto es ella!





Al amor un nombre. 


Quizá porque en ti se asombran
las cosas, voy reinventando
un nuevo nombre a las cosas.

Quizá por eso buscamos
signarle un color distinto
a todo cuanto abrazamos.

Al amor un nombre. Al árbol
que nos cobija. Al silencio
que se reduce en tus brazos.

Quizá empezaran contigo
a renovarse las hojas
con que me abrigo y te abrigo.

Y a reinventarse el lucero
ese brillo enamorado
del bosque de tus cabellos.

¿Todo es hoy? ¿Hubo pasado?
¿Alguna huella de un beso
que su sello haya dejado?

¿Acaso no haya memoria
de aquel rostro, aquellos ojos,
de otros nombres y otras sombras?

¿Contigo el futuro empieza?
¿Contigo el pasado muere?
¿Contigo el presente sueña?

Quizá porque todo ahora
contigo canta, debiera
reinventarme cada cosa.

O porque viejos recuerdos
de los ojos se me borran.


lunes, 28 de abril de 2025

Poemas. Pierre Reverdy (1889-1960)

Dureza del corazón. 


Jamás hubiera querido volver a ver tu triste rostro
Tus mejillas hundidas y tus cabellos al viento
Me fui a campo traviesa
Bajo aquellos húmedos bosques
Noche y día
Bajo el sol y bajo la lluvia
Bajo mis pies crujían las hojas muertas
A veces brillaba la luna

Volvimos a encontrarnos cara a cara
Mirándonos sin decirnos nada
Y ya no tenía bastante sitio para irme de nuevo

Quedé mucho tiempo amarrado contra un árbol
Con tu amor terrible ante mí
Más angustiado que una pesadilla

Alguien más grande que tú, por fin, me liberó
Todas las miradas llorosas me persiguen
Y esta debilidad contra la que no se puede luchar
Huyo rápidamente hacia la maldad
Hacia la fuerza que yergue sus puños como armas

Sobre el monstruo que me arrancó de tu dulzura con sus garras
Lejos de la opresión blanda y suave de tus brazos
Me voy respirando a pleno pulmón
A campo traviesa a bosque traviesa
Hacia la ciudad milagrosa donde mi corazón palpita.





Partida.


El horizonte se inclina
                                              Los días son más largos

                                              Viaje
               Un corazón salta en una jaula
                                              Un pájaro canta
                                              Va a morir
Otra puerta se va a abrir
              Al fondo del corredor
                                              Donde se enciende
                                              Una estrella
Una mujer morena
              La linterna del tren que parte.





Nocturno. 


La calle enteramente a oscuras y la estación no ha dejado huella.
Hubiera querido salir y retienen mi puerta. Sin embargo, allá arriba,
alguien vela y la lámpara está apagada.
     Mientras que los reverberos no son más que sombras, los anuncios
continúan a lo largo de las palizadas. Escucha, no se oye el paso de ningún
caballo. Sin embargo, un caballero gigantesco se precipita sobre una
bailarina y todo se pierde girando, detrás de un terreno baldío. Sólo la noche
conoce el lugar donde se reúnen. Cuando llegue la mañana revestirán
sus colores resplandecientes. Ahora todo calla. El cielo parpadea y la luna
se oculta entre las chimeneas. Los agentes de policía mudos y sin ver nada
mantienen el orden.





Horizonte.


Mi dedo sangra
Con él
Te escribo
El reinado de los viejos reyes se acabó
El ensueño es un jamón
Pesado
Que cuelga del techo
Y la ceniza de tu cigarro
Contiene toda la luz

En la curva del camino
Los árboles sangran
El sol asesino
Ensangrienta los pinos
Y a los que pasan por la pradera húmeda

La tarde en que se durmió el primer mochuelo
Yo estaba ebrio
Mis miembros laxos cuelgan ahí
Y el cielo me sostiene
El cielo en que lavo mis ojos todas las mañanas





Envidia. 


 Visión abigarrada y tenue en su cabeza, huyes de la mía. Posee los astros
y los animales de la tierra, los campesinos y las mujeres para servirse de ellos.
Lo ha mecido el Océano, a mí el mar, y fue él quien recibió todas las estampas.
Roza ligeramente los despojos que encuentra, todo se ordena y siento
mi cabeza pesada que aplasta los frágiles tallos.
     Si creíste, destino, que podría partir me hubieras dado alas.





El viento y el espíritu. 


  Es una quimera extraordinaria. La cabeza, más alta que aquel piso,
se ubica entre los dos alambres y se arrellana y se mantiene, nada
se mueve.
     La cabeza desconocida habla y no comprendo una palabra, no oigo
un sonido -abajo contra la tierra. Estoy siempre en la acera de enfrente
y miro; miro las palabras que va a arrojar más lejos. La cabeza habla y
no oigo nada, el viento dispersa todo.
     Oh gran viento, burlón o lúgubre, he deseado tu muerte. Y pierdo
mi sombrero que también tomaste. Nada tengo ya; pero dura mi odio
¡ay más que tú mismo!






Corazón a corazón.


Por fin heme de pie
He pasado por ello
Alguien pasa también por ello ahora
Como yo
Sin saber dónde va

Yo temblaba
Al fondo del cuarto el muro era negro
Y temblaba también
Cómo pude franquear el umbral de esa puerta

Se podría gritar
                   Nadie oye
Se podría llorar
                           Nadie comprende

Encontré tu sombra en la oscuridad
Era más dulce que tú misma
Otrora
Estaba triste en un rincón

La muerte te ha traído esa tranquilidad
Pero hablas hablas todavía
Querría dejarte
Si solo viniera un poco de aire
Si el exterior nos permitiera aún ver claro
Nos asfixiamos
El techo pesa sobre mi cabeza y me empuja
Dónde ponerme dónde partir

No tengo bastante sitio para morir
Dónde van los pasos que se alejan de mí y que escucho
Allá lejos muy lejos
Estamos solos mi sombra y yo
La noche desciende.





Cara a cara.


  Se adelanta y la rigidez de su paso tímido traiciona su aplomo.
Las miradas no abandonan sus pies. Todo lo que brilla en aquellos ojos,
de donde brotan malos pensamientos, alumbra su caminar titubeante.
Va a caerse.
     En el fondo del salón una imagen conocida se yergue. Su mano tendida
va hacia la suya. Ya no ve sino aquello; pero de pronto, tropieza
contra sí mismo.





Blanco y negro. 


Cómo vivir en otra parte sino cerca del gran árbol blanco
de aquella lámpara
               El anciano arrojó uno a uno sus dientes de marfil
Para qué seguir mordiendo a esos niños que no mueren nunca
               El anciano
                           Los dientes
                                  Sin embargo no era el mismo sueño
Y cuando se imaginó que era tan grande como Dios mismo cambió
su religión y abandonó su vieja cámara oscura
              Después compró nuevas corbatas y un armario
Pero ahora su cabeza tan blanca como un árbol ya no es en efecto
más que una miserable bolita abajo de las gradas
                                  De lejos la bola se mueve
             Hay un perro al lado y en su forma
De lejos cuando el perro se mueve ya no se sabe si es la bola.





Arrugas del tiempo.


Cuanto más grito más fuerte es el viento
La puerta se abre
Arrastra la piel y las plumas
Y el papel que vuela
Corro por el camino tras las hojas
Que echan a volar
El techo se rebela
Hace calor
El sol es un imán
Que nos sostiene

Desde kilómetros
Me gusta el ruido que haces
Con tus pies
Me dicen que corres
Pero nunca llegarás nunca

El Viejo aficionado al arte tiene una sonrisa idiota
Falsario y ladrón
Animal nuevo
Todo le da miedo
Se apergamina en un museo
Y participa en las exposiciones
Lo he puesto dentro de un volumen en el ultimo anaquel

Ya no cae la lluvia
Cierra tu paraguas
Que vea tus piernas
Abrirse al sol.


Poemas. Carles Riba (1893-1959)

Un amante grita el nombre. 


Dios pudo hacer abrirse el brote
de una rosa más, la más noble
en alba de una isla sin hombres;
por remoto cambio nocturno,
romper, entre un cielo y el suyo,
en sonrisa un astro, el más puro;
y en golfo secreto, acabar
con la dulzura del gran mar
en la ola que brilla más:
prefirió dijera un amante
un nombre, solo en triste calle,
de súbito el nombre inefable,
lo gritase al viento brutal
que hace temblar todo rosal,
la vela del que cruza el mar,
y que rosa la noche vuelve
al viandante sin albergue.





Tankas del recuerdo.


41
Otra llamada,
no del bosque, hace pura
la umbría insomne.
Voy delante. ¿Me sigues?
No me vuelvo. ¿Me amas?



45
Siguiendo siempre
Las invisibles aves
de la esperanza,
¿hasta dónde se ha ido
esta vez, que no vuelve?



56
La noche, el día,
el sueño con sus sueños,
la pena, el gozo,
parece nos escondan
y mejor nos despierten.



62
¡Pura te siento
hecha de tantas voces,
patria, de tanta
esperanza que se alza
aún más que las banderas!





Tankas de las cuatro estaciones.


Vastedades.

2
Luz en el viento
y en un viaje el mundo.
¡Ah,juventud
dentro de esta mirada,
dentro de mi añoranza!



3
Celosa, el alba
ha robado a mi sueño
beso y garganta.
Tres rosas me esperaban:
he perdonado al día.



6
A la memoria
te acercas cual la luna.
¿Vives? ¿Has muerto?
Nunca podré saberlo:
ya no vienes al alba.



8
Qué enfurecidas
oigo correr las aguas
de nuestro amor,
si a ti voy por el débil
puente de una caricia!



15
Una hoja más
desiste de la rama;
siempre parece
mayor el jardincillo
y que ya nos olvida.



25
Toda la vida
veré cómo te alzaste
desde ti misma,
nuda y nueva como el alba
y veraz como un sueño.



30
Sobre el silencio
de un ruiseñor atónito
llora la lluvia
en la noche de frondas
y sobre mi añoranza.





Segunda elegía de Bierville.


¡Sunion! Te evocaré de lejos con un grito de alegría,
a ti y a tu sol leal, rey de la mar y el viento:
por tu recuerdo, que me eleva, feliz de sal exaltada,
con tu mármol absoluto, noble y antiguo yo como él.
¡Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas
que en el fondo de tu salto, bajo la ola risueña,
duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura,
por el marinero, que por ti orienta su rumbo;
por el ebrio de tu nombre, que a través del desnudo carrascal
viene a buscarte, extremo como la certeza de los dioses;
por el exiliado que a través de oscuras arboledas te vislumbra
súbitamente, ¡oh preciso, oh fantasmal!, y conoce
por tu fuerza la fuerza que lo salva de los golpes de fortuna,
rico de lo que ha dado, y en su ruina tan puro.





Por tres fulgores conocí el amor.


 Por tres fulgores conocí el amor,
         tres fulgores nocturnos:
         por astros blancos, pecho abierto,
         fucilar del ocaso mustio.

Que venida de lejos los brazos extendías,
¡cómo yacías en tu cuerpo que brillaba!
Te veía y tomaba fuera de nuestros días,
y eras cierta en la orilla de una oscura mar brava.

          Por tres caminos encontré el amor ,
          por tres se ha escabullido:
          por astros reyes, por congoja,
          por alba de oriente florido.





Más allá.


Como proa con ola,
como luz con el vidrio,
como amante y amada,
me encontraré contigo,
Esperanza, Esperanza,
tú adusta, yo firmísimo.

No sabré si es amor
o si una brava lucha;
si fasto o languidez.
Será la prueba pura,
Esperanza, Esperanza,
¡más allá, más ventura!





La noche quiso que fuésemos noche...


La noche quiso que fuésemos noche
también nosotros, térreos
como la sombra y como los animales
que vagan desnudos a la caza del deleite.
El aire, entre tu pecho y mi pecho,
se cargó de hondas sales;
corríamos en fuentes abismales;
inundábamos de luna islas de olvido.

Nuestra vida, pobre si la entendíamos
según la luz, se había expandido
en ardiente, oscura flor.

Todo en la Aventura cambiaba:
si me mirabas, no era yo;
si te reías, no eras impura.





Don del poema.


   ¿A quién sino a ti diré
la hora llorada en la soledad invisible,
amor, donde crece y calla el ansia imposible,
donde es incierto el astro, nocturno el verde es,
donde sed de más sed hace el ansia imposible?

               ¡Me llamas, real amor vero!
Puedo huir: todo lazo arde en tu llama púrpura;
puedo morir: ¡el fruto me es dado en tu dulzura!
Pero resto en tu vida, nazco a lo que más quiero
desde el centro secreto de tu propia dulzura.

               Vivo, y no por antiguos sueños,
amor, yo te traeré el inefable poema,
sino por la hora tuya, pura en su rama extrema,
o por pobres trabajos de mis manos empeño
por imitar la flor -¡oh inefable poema!





Conjugaría.


 Conjuraría, en súplica, a la noche
          y con la noche a una tormenta ardiente:
grandes vientos que alteran los armoniosos lagos,
en dulzuras de umbría, cuernos de acoso huraño,
bruscas muertes de estrellas; y súbita, más tarde
          una brillante aurora que te hablase
                  -conjuraría, suplicante, al cielo,
                  para llenar tus brazos abiertos.

          Precisaría, mi mano en tu frente,
          el habla de un lenguaje inexistente:
violines entre nácares de un marino silencio,
alondras sobre el mundo en su primer destello,
silabear de fuentes; y súbito, más tarde
          tu nombre cotidiano despertarte
                  -como escolta sólo precisos,
                  amor, mis sueños ofrecidos.





Canción en la calma muerta. 


¡Melancolía en calma!
¡Ni aire ni pena viva
para animar las velas
de este día sin islas!
El tiempo es sólo ámbito,
el ámbito es huida
de ojos hacia un allá;
sin llenar los vencía.
La hora viene sin ola,
queda sin agonía:
como muerta desnuda
que nuda y triste iba.
No tienen peso ni alas
palabras que diría:
que en aire un aire fueran
poco se sentiría.
La noche habrá venido,
y me apercibiría,
no por pasos contiguos
ni por guía que brilla,
sino por rodearme
así de mi salida,
cual si, de mi sobrando,
dejarme no querría:
de mí, con el destino
y nombres que no signan,
con la esperanza negra.
y la memoria a trizas.


viernes, 25 de abril de 2025

Ya solo en mi corazón... Dionisio Ridruejo (1912-1975)

Ya solo en mi corazón
desiertamente he quedado;
el alma es como una nieve
extendida sobre el campo,
la tierra desaparece,
el cielo niega el espacio,
las cosas que me rodean
rechazan la luz del hábito.

¿De qué me sirven los ojos?
¿De qué el aroma sin rastro?
¿De qué la voz sin el nombre
que se despoja del labio?
El tiempo de mi esperanza
es como tiempo pasado.
Ya solo en mi corazón
desiertamente he quedado.


Poemas III. Dionisio Ridruejo (1912-1975)

Manos orantes.

Como tibia azucena adelantada
castamente, entre el alba y el rocío;
orante nieve, cúpula de frío,
ojiva pura, levedad trenzada.

Como ramo del alma, revelada
pulcramente a la luz sin atavío
como la fe del suspirante brío
en un vuelo de carne sosegada.

Como un sueño de amor encaminado,
en alba de gemelos surtidores,
al éxtasis del cielo recatado.

Como ave par, alzada sin temblores,
calmando en un misterio desposado
la desazón humana de las flores.





Memoria.

Y resbaló el amor estremecido
por las mudas orillas de tu ausencia.
La noche se hizo cuerpo de tu esencia
y el campo abierto se plegó vencido.

Un ayer de tus labios en mi oído,
una huella sonora, una cadencia,
hizo flor de latidos tu presencia
en el último borde del olvido.

Viniste sobre un aire de amapolas.
Como suspiros estallando rojos,
bajo el ardor de las estrellas plenas,

los labios avanzaron como olas.
Y sumido en el sueño de tus ojos
murió el dolor en las floridas venas.





Nostalgia del primer amor.

Tu soledad de nieve reclinada,
virginal y sencilla, en mi memoria,
como agua fiel de fatigada noria
viene a regar mi voz enamorada.

¡Cómo recrea el alma sosegada
la penumbra y dulzor de aquella historia
con resplandores de tardía gloria
entre abejas y frutos constelada!

¡Oh, delicada llama, ardor primero
velado en llanto y celestial mirada,
par del trino, la fuente y la azucena!

Mírame combatido y prisionero
volver a tu ilusión breve y tronchada
como un temblor en la desierta arena.





Serena tú mi sangre, clara fuente.

Me está dejando casi sin entrañas
este tremendo amor enarbolado
-¡Oh, páramo de ardores dilatado!-
en que escucho mis voces como extrañas.

Serena tú mi sangre en las cabañas
íntimas de tu ser y tu cuidado,
y guárdame en el aire enamorado
con que a veces mi dolor engañas.

Si mi lumbre te duele, ¡Oh, clara fuente!,
yo borraré los húmedos celajes
que tus párpados prenden tibiamente.

Volveré a tus cielos sus paisajes
clavándote en los ojos hondamente
los mansos huertos de mi ardor salvajes.





Ven a mis dulces campos de ribera...

Ven a mis dulces campos de ribera
que suspiran en álamos por verte.
Hacia la brisa que tu aliento vierte
levantará sus hierbas la pradera.

Se cuajará de flor la primavera
que al peso de tu sueño se despierte.
Saldrán de las raíces de la muerte
las alas de la vida que te espera.

Las aguas de la espuma de tu baño
se abrirán como labios, como orillas,
para besar la luz en tu tamaño.

Y ahora que sólo de inminencia brillas,
mira en mi corazón, año tras año,
pleno el mundo y las horas de rodillas.


Poemas II. Dionisio Ridruejo (1912-1975)

De en marcha.

Anteayer dormí en el prado
sobre el olor de la hierba,
ayer entre los pinares,
hoy en la tranquila selva,
mañana, raso con raso,
solo entre el cielo y la tierra.
El alba de cada sol
nuevo campo me revela,
y el sueño de cada noche
las mismas hondas estrellas.
En el día se recorre
lo que en la noche se sueña:
siempre la misma esperanza
bajo distinta promesa,
y en la noche se vigila
todo lo que el paso deja,
compañía militar
en camino de la ausencia.
¿Cuánto será lo que avanza
y cuánto lo que regresa?
Corazón aventurado:
¿qué miras en lo que sueñas?
La sangre, toda la sangre.
La tierra, toda tu tierra.





El amor desierto.

Quien le dé un corazón a este minuto
yerto, a este fluir sin armonía,
a esta mi sangre dolorosa y fría,
a este seco dolor sin voz ni luto.

Quien pula aristas al diamante bruto,
quien vuelva al ave su perdida guía,
quien haga soledad y compañía,
voz y silencio al cántico absoluto.

Quien me devuelva todos mis paisajes
y vea, en mis quietudes recogida,
costa anhelada y velo de mis viajes;

Quien la salud me torne con su herida,
quien a mis sueños vista con sus trajes,
¡ansia sin forma! cumplirá mi vida.





El idilio que sólo fue mirada.

Es, si en olvidos dolorosos entro,
tu voz jamás oída la que grita.
Fuiste eterno después y eterna cita
que no cumplió el minuto del encuentro.

Como órbita turbada por su centro
que en fugas torna y el contacto evita,
con la certeza del amor escrita,
vivías lejos y latías dentro.

Ni caricia ni voz se conocieron,
ni el aire sospechó nuestros amores
que en un tiempo sin horas se durmieron.

Ojos tuvo el amor, siembra sin flores,
y en aquellos sin llanto que me vieron
aún me verán las lágrimas que llores.





Elegía a un retrato.

Muerta que mueve a amor, presente vida
con la sangre arrastrada por pinceles
y de nuevo en mis ojos concebida.

Muerta en muerte nublada por laureles,
con los últimos llantos enterrados,
en el descanso de tu carne, fieles.

Muerta de los minutos reposados,
lejana de tus siglos de ceniza
y de tus breves años animados.

Caliente juventud que se eterniza
en el único vuelo de mirada
que a una luz sin edades paraliza.

Vida por blandas rosas encauzada,
venas al tiempo del mejor latido
vertidas en la boca enamorada.

Seno en la nieve del suspiro erguido,
frente en el frágil pensamiento fría
bajo oro en seda sin rubor ceñido.

Peso de nube, grave de armonía,
en cándido vestido sin materia
que de ascua cede al hielo su porfía.

Oh, muerte dulce, tu presencia sería
posada, sin atmósfera en el lecho
hiela del tiempo la fluida arteria.

La voz que guarda tu lejano pecho
habla en la risa de tu nueva esencia
adolescente, del ayer deshecho.

Tus ojos me revelan la evidencia
de aquellos ojos que brotaron flores
en polvo de tu muerte sin ausencia.

Tu talle, apenas arco de temores,
libra sus flechas hacia el bosque yerto,
en el que fueron ramas tus temblores.

Sólo mi amor para la angustia abierto
sufre de no llegar a las entrañas
del dolor a mis venas descubierto.

Oh, forma que a amor mueves y que engañas
-viva sin existir, muerta sin piedra-
al fuego frío que sin llanto bañas.

Dime cuál árbol de tus huesos medra,
señálame el verdor que te levanta
y al tronco limpio juntaré mi hiedra.

Pero en la fiel mudez de tu garganta
vuelvo a verte tan cierta y renacida
velada por un aire que no canta,

que se torna la muerte la fingida.
Y tú, la trenzadora del anhelo
que asciende casi eterno por mi vida,
confuso si de tierra o si de cielo.





Epitafio de la amada en la voz del amante.

No es, enterrada bajo sauce mudo,
piedra y silencio su presencia pura,
la encuentro en alas de tu voz segura
de vida y muerte en amoroso nudo.

Su luz erige tu clamor agudo
y en él anida su feliz ternura,
puebla del gozo la florida altura
y de los llantos el vergel desnudo.

Todo tu verbo de su pulso nace,
toda tu tierra se estremece y vive
de ser la tierra en que su forma yace.

Tu ser cumplido de su ayer recibe
este balido que en sus labios pace
hierba presente que el mañana escribe.


Poemas I. Dionisio Ridruejo (1912-1975)

A la piedra del molino.

El recto andar del agua prisionera
se hizo círculo y copla en tus ardores,
pan de roca, en tu danza molinera,
alegres de tus albas mis rumores.

Sol de espigas, tus labios giradores,
labios del llanto, pesadez ligera,
enmudecen tu amarga primavera,
luna muerta en el llanto de las flores.

Hoy te miro, descanso del camino,
moneda del recuerdo abandonada
en la quieta nostalgia del molino.

Cíclope triste, el ojo sin mirada
y la forma andadora sin destino,
en el eje del aire atravesada.





A una estatua de mujer desnuda.

Desnuda y vertical, pero ceñida,
la línea de la tierra a la pereza
de una carne que cede, cuando empieza
la perfección del sueño, su medida.

Materia sin amor, pero encendida
por el número fiel de la pureza
donde la fría carne se adereza
sin el gusto del tiempo y de la vida.

¡Oh, dócil a los ojos y apartada
del fuego de la sangre, muda gloria
en éxtasis de tierra levantada!

Antigua juventud fresca y gastada
que aflige la pasión de su memoria
en esta eternidad tan sosegada.





Asalto.

Suave y firme tu mano.
No tembló tu corazón; era un instante
de calma y superficie
en tu voz como plata con arena
y en la húmeda pizarra de tus ojos.

Ha sido ahora, ausente,
cuando el tacto recuerda una caricia
y sangre adentro va tu aroma alzando
el oleaje y quema tu piel de oro.

Sufro extrañado en esta mano nueva
con su emoción de almendro,
que late y crea al recordar. La paso
por los objetos de costumbre: el hierro,
la madera, el cristal, la lana -tuyos-
y una descarga eléctrica de rosas
los hace carne viva.





Áurea caminante.

Como ofrenda del trigo aventurada
para dar su pasión a la marina
avanzabas, esbelta y matutina,
de oro gentil vestida y coronada.

Mediodía del sol, tierra postrada
con niebla de estupor, siesta salina;
y agosto en ti, con la sazón divina
de una torre solar, libre y pausada.

Espada fresca, el aire de tu paso,
calmaba la aridez mientras ardía
sosteniendo los cielos, milagrosa.

Sólo mi corazón era el ocaso;
mi alma detrás, la noche sólo mía,
para sólo tu lumbre victoriosa.





Cómo mana tu savia ardiente....

Nos junta el resplandor en esta hoguera
que tu alabastro transparenta y dora,
y en lenguas alegrísimas devora
una viña de muerta primavera.

Astros de velocísima carrera
resbalan en tus ojos, y me explora
todo tu ser en ascua tentadora,
el corazón que consumido espera.

Amada sin secreto, tan cercana,
veo íntima y abierta, en un ocaso
que hace el sol en ti misma, cómo mana

tu savia ardiente bajo limpio raso;
y hago sarmiento de mi amor, que gana
oro para la sed en que me abraso.


jueves, 24 de abril de 2025

Poemas. Jorge Riechmann.

Tanto dolor escrito en este cuerpo...


   Para los médicos y médicas, enfermeros y enfermeras
                                                que la atendieron; para las mujeres que cocinaron
                                                                                                         y limpiaron para ella. *

                                                 "Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado
                                                                         y las palabras no guarecen,  yo hablo."
                                                                                                                  Alejandra Pizarnik


1

Tanto dolor escrito en este cuerpo.
Tanta luz anegada en estos ojos claros.
La rosa es sin porqué
                                             -ya lo sabías.
El dolor nunca tiene para qué.

2

En el hospital el tiempo es otro tiempo.
Sigue pautas distintas:
leche caliente a las cuatro y a las once,
desayuno a las nueve,
tantos medicamentos en vasitos de plástico,
tomar la tensión por la mañana y por la noche,
visita de los médicos a las diez más o menos,
la comida a la una, tan temprano...
Lo que desaparece es la impaciencia.
La habitación es un vagón de ferrocarril
y el tren no va a llegar a su destino
antes de tres semanas.
Una visita ha observado
que el Madrid que se ve desde este piso décimo
es un óleo de Antonio López.

3

Después de lamitoxantrona
orinas azul.
Cerca agoniza un muchacho
a quien han serrado la pierna en la cadera:
cercenada pesaba treinta y cinco kilos,
más peso que el resto de su cuerpo ahora.
Un mesmerizador lo hipnotiza
para que no quiera morir
aunque se muere.
Tú orinas un azul
contiguo a esa agonía.

4

Estas enfermedades se llevan muchas cosas.
Lo que queda
me atrevo a llamarlo esencial.
Por ejemplo: estás viva. Te amo.

5

El café con leche cuesta ochenta pesetas.
El zumo de naranja natural, doscientas.
Un litro y medio de agua
mineral Cuesta ciento veinticinco.
El tratamiento -que paga
la Seguridad Social- de seis a ocho millones.

6

A veces he pensado que ya estabas muerta
y yo vivía alguna vida sin ti,
quizá con otra mujer.
La libertad de un duelo.
Me imagino releyendo los cuadernos de tu mano
escritos con esa letra que tú juzgabas tan fea.
Entonces me doy cuenta de que esa vida
es un pozo seco que en realidad no imagino
y no tendría que ver conmigo nada,
nada.

7

De pie detrás de ti
te rodeo la cintura con los brazos
mientras te inclinas para lavarte la cara
(esta mañana te desvaneciste
y volviste luego con un minuto de terror
sobre la lengua).
Te sostengo para que no caigas,
mi carne junto a tu carne.
Mientras estamos así
pienso en todas las veces que estuvimos así
pero mi carne dentro de tu carne
pero tu carne envolviendo mi carne.

Y de repente eres tú quien me estás sosteniendo
para que yo no caiga.

8

Sueñas
que queman por dentro a un caballo

y al día siguiente empieza la fiebre.

9

El tónico facial y la crema hidratante
hasta con treinta y nueve grados.
Hasta cuando eso representa más trabajo
que el de la jornada en que más hayas trabajado en tu vida.
Todo ese trabajo
para salvar la tersura de la piel

salvar la vida y el mundo
que hoy dependen de la tersura de la piel.

10

Un archipiélago de pequeñas estrellas de sangre
sobre los muslos.
Tienes sólo doce mil plaquetas hoy.
Han bautizado a tus estrelIitas petequias.

11

Eres sagrada
Tu orina huele mal
eres sagrada
Se te cae el hermoso pelo negro
eres sagrada
Las piernas no te sostienen
eres sagrada
Las heridas no cicatrizan
eres sagrada
Sin morfina no aguantas las llagas de la boca
eres sagrada
eres sagrada
y por eso mañana baja la fiebre
baja la fiebre azul
empieza el día de tu restitución.

12

Ya pasó, ya pasó, y sólo quedan
los chiquillos jineteando sus mountain-bikes en el baldío
-más allá del aparcamiento, diminutos
desde la planta décima-
y esa gota de sangre sobre los cubiertos de plástico.

*NB: el autotrasplante de médula ósea salió bien
y la paciente (con quien me había casado en
diciembre de 1993 después de varios años de
convivencia) goza de buena salud. Lo indico
porque algún lector de estos poemas supuso-
para mi sorpresa- un desenlace fatal: yo creía
que el término restitución era suficientemente
explícito. Para que la cosa quede clara, añado
los dos poemas siguientes:




Otro comienzo más.

Hoy
un día de febrero
aterido de lumbre hasta los codos

has escapado
                         otra vez
al manto de ceniza
al restregón del cáncer

dispones
                  disponemos
de un día más
una semana más un año
                                          un día

pero no te equivoques: no se trata
de un último día

nunca te dejes tutear por un tumor

este día ganado es el primero.

(1995)





El esplendor de la metamorfosis.

Has ganado la punta de maldad que necesitan los buenos para
     ser auténticamente buenos.

Has ganado la pizca de obscenidad que necesitan las mujeres
     para ser auténticamente misericordiosas.

Has ganado la docena de escaleras, recámaras y dobles fondos
     que necesitan los cerebros para ser auténticamente imaginati-
     vos y precisos.

Has ganado un par de kilos, pero te sientan como a una diosa
     anterior a la era de las liposucciones.

El cambio, de un día a otro, es infinitesimal. Pero los días se van
     endeudando con semanas, las semanas imponen normas a los
     meses, los meses profieren rigurosas últimas advertencias contra
     los años, imperceptiblemente y sin claudicaciones

han pasado cuatro años y eres otra
     la metamorfosis se ha cumplido.

Cuando te introduces en la cama a las seis de la mañana después
     de haber trabajado toda la noche y quieres hacer el amor
   
desearía matarte desde luego, pero deseo mucho más

aunque me halle confuso como pez arrojado a la luz desde lo
     más hondo del sueño submarino
hasta en tus pliegues más blancos y secretos follarte,
     amiga dulcísima, mientras va amaneciendo a trompicones
     en este barrio de cristianos bemeuves y glaciales céspedes ingleses
     que no hemos elegido y del que esperamos poder escapar pronto.

Has esquivado la baba de la muerte prendida a un hilo de risa
     y de miedo deslumbrante,

te has ganado la vida los días en que la vida era tormento
     y también aquellos en que era juego,

estás aquí, intacta y recreada, inconcebible e inconfundible,
     espejeante en la fuerza algebraica del deseo, en el exacto
     esplendor de la metamorfosis.

¡Pero qué guapas sois las chicas morenas con los ojos claros!

Eres
mi
mujer

y estoy tan orgulloso que tenía que escribir este mensaje para
regalártelo, fax mediante, el 17 de diciembre de 1994.





De "Desandar lo andado". 


Brassai en el Reina Sofía.

¿Pero habría aún un lugar al que huir, veleidades de celebración, una
rueda sin eje? La gran lápida vertical cubierta de musgo nos cierra el paso. Hay inercias más destructivas
que ningún golpe, que ninguna inmediatez. La cabeza de muerto de Brassai emerge de las sombras:
su teatro carnal alimentó horas de agonía. «Los objetos me han ido elevando hasta su altura», le había dicho Goethe,
animal prójimo, y él se lo repitió al anciano de Weimar a los ochenta y tres años. La cabeza de muerto del surrealismo
emerge, llamarada de un deseo desarbolado, retráctil, incandescente; timón de una belleza involuntaria, radicalmente
curada de nostalgia. Qué envergadura la de este jinete escamoso. El tren avanza hacia atrás, desde el último vagón me gritan:
las cosas pueden hacerse de otra forma. La vida puede enlazarse con otra libertad.





No tiene doble fondo.

                                                                                        (para Gustavo Martín Garzo)

Todos estamos mancos en el mundo; la mayoría de los seres humanos no
     se dan cuenta; la mayoría de quienes se dan cuenta son incapaces de
     aceptarlo.

El enigma de la vida no es lo acabado, lo consumado, lo pleno, sino lo
     imperfecto. Malhaya quien se obstina en perseguir la perfección, pues la
     vida le escapa, la vida y su enigma.

No tiene doble fondo porque no tiene fondo.

Imágenes persiguen a imágenes que persiguen a imágenes. El espesor de
      las pantallas de televisión disminuye constantemente, su brillo y
      superficie aumentan, el prisionero olvida que alguna vez deseó escapar.
      No tiene doble fondo porque no tiene fondo.

Es asunto de preferencias y de expectativas, me diréis. Es asunto de vida
      que se debate en un tremedal de hidrocarburos, en una imparcialidad
      de quirófano, en un interminable chapaleo hertziano, creo que os
      contestaría. Todos estarnos mancos en el mundo, pero ninguna herida
      puede resumirse a conocimiento categorizable.

En poesía no se puede ni hablar por hablar, ni hablar por el placer de
      escucharse a sí mismo. El breve tiempo y la demasiada muerte nos
      vedan tales frivolidades. El soliloquio me parece esencialmente no
      poético: en poesía todo se extrema hacia el tú.

Todo ocupa un lugar: también la palabra prescindible. Para ocupar el suyo,
      la palabra prescindible ha desplazado o bien a la palabra sustancial, o
      bien al silencio. Eso es intolerable.

No estoy hablando de buenos sentimientos. Estoy hablando de las caderas
      de la mujer que no dejaba de estornudar en pleno verano, o del paso
      del hombre frágil que cuando cruzaba la calle iba exponiéndose en cada
      movimiento.

La lumbre del despertar, para quien no persigue el cristal helado cuya
      absoluta transparencia hechiza.

Para éste la sal del sudor, la dulzura del pan compartido y la sumergida
      incandescencia de la sangre.





De "La verdad es un fuego donde ardemos".


Habitarás mi silencio.

A veces
gritar es acariciarte los muslos, o torpemente
girar con el escualo de tu sueño aterido

Tropezar en la blancura,
sumir la negra boca en tu pelo y sentir
hambre en las raíces

A veces aullar es amarte,
jugar a los dados con un lobo, otear
en el aire arrasado las naves
de la sangre. Creí que te besaba
cuando la hoz solar me cercenó los labios.





He soñado con ella esta noche. (2)

1

Toda la noche desbordada,
gajo violento de fiebre y espuma,
me estrella contra tu límite.
Cuando se retire la pleamar del sueño
buscaré por la sucia arena fértil
tus muslos blancos que laten.
No sabré interpretar tu gemido,
tu sonrisa o tu queja. No preguntaré,
porque el abra interior de una respuesta
nos espera muy lejos, otra noche.
Ahora solamente
te amo, me mojo la frente y los labios
con desesperación y con quietud, ya muy despierto.
Gracias por visitarme salobre y tan hermosa.

2

Tan niña que no querías subir este camino
caminabas dos pasos desorbitabas los ojos
tan blanca como la luna de paseo
te escondías el resuello en lo más hondo
y aquellos negros pantalones ceñidos
y aquel calzado absurdo

Y yo me moría de amor
untaba de deseo las peñas y las hayas
imaginaba lo más secreto y recóndito del bosque
y amenazaba con llevarte en brazos

Fue hace tanto tiempo luego dormimos juntos
luego te devoró una ciudad despanzurrada
pero sigues volviendo en sueños

sueños como desollamientos.





Inconnue.

Me expongo a ti como si fueras lluvia
capaz de deshacerme en átomos de cieno
merecedores del sedimento más hondo más oscuro y callado
para otra edad; o pudieses
lavarme de ese barro y presentarme, exento,
con la gran precisión de la jornada última,
ante los umbrales de gozo de tu ser.





De "La esperanza violenta". 


Ausencia de la amiga en Zamora.

Enmudece mi cuerpo sin tu cuerpo.
Mi soledad se confunde si la tuya
no la limita o apremia o acaricia,
si el brocal de tu vientre
no convoca frescura, si la noche
está tan huera de ecos.

Dulce, dulce es el nombre que esta aurora
inventaré para ti, lejana mía.





El vestido más hermoso.

El mejor vestido para mi cuerpo
es tu cuerpo desnudo.
el mejor vestido para tu cuerpo
es mi cuerpo desnudo.

Vestido así,
no tengo ganas de desnudarme
nunca.





La amante. (2)

En la dignidad de una alcoba desnuda
quiero poseerte.

Ni una planta siquiera,
porque en ese instante somos del desierto.
Barrancos amordazados, alquileres imprecisos.

El verano en el frescor extraviado de tus brazos.
La delicia de no comprenderte
durante un instante. Cómo podría alejarme.

Y hay de repente
algo abrupto en tus manos, y te amo.

2

La voz parece arraigar en los pulmones.
Recorro sus raíces en el interior de tu sexo.
Te beso los labios
del rostro y de la vulva.
Me tiendo sobre ti para no oír tu voz
desde la boca, sino para sentirla
en los más hondo de tu cuerpo.
Déjame levantar el triunfo de tu hálito
por encima de los tejados de la ciudad.

Te amo porque en ti
todo tiene palabra

y en su frontera

y en la frontera el silencio
ungido, terrible, manantial.





La partida.

Última noche en la ciudad sin lejanía.

Plenitud del misterio.
Absuelta de la duda,
agua aún quieta en las fuentes
soñando el retiro de lo hondo, lo azul
inefablemente dulce, la palabra de la noche.
Desperté a la luz que dormía
y la extendí sobre la amante.
(Cómo asir
el don precioso e incierto de la aurora,
a la fiel mano blanca
cómo dejarla marchar.)
Sacudí el sueño afiebrado del aire,
dispuse los primeros caminos y los últimos,
besé los cimientos del fuego:

y el viaje abrió su largo corazón de vigilia.





La tersura de la enamorada.

Velar frente a tu cuerpo no como frente a un espejo:
como frente a una puerta.

Noche ventral iluminada por tu cuerpo. No sé acabar las frases
que comienzas tú.

Recorro el estupor de las avenidas de tu cuerpo. Poseer es un
acto de debilidad.

Tu sexo como una boca nocturna abierta contra mi piel, por la
que inhalas y exhalas el oxígeno de los sueños.
Déjame abrazarte antes de la desecación de la noche.

Noche ventral iluminada por tu cuerpo.

Agua sólo quiero de tus labios de musgo. Luna, de tus pechos.

Tu cuerpo, vértice de existencia donde se cortan el tiempo y el
deseo. La certidumbre tangible -acariciable- de poder no olvidar.

En cuántas noches de soledad, aún por venir, podré arrebujarme
en la película de calor que hoy he robado nupcialmente a tu cuerpo.

Noche ventral iluminada por tu cuerpo.





De "Cántico de la erosión".


Abolir la nostalgia.

Es la hermana tullida del deseo.
De nada verdadero se predica.
Le place avasallar: busca vasallos.
No le miréis las manos,
                                          perder es imposible.

Abolir la nostalgia, esa tenia violenta,
esa impotencia desovillada en máscara,
mi desdentada enemiga más voraz.
Untarle el cuerpo de brea y de vergüenza.

Sea
la desolada quimera del presente
nuestro empeño imborrable.





De ti.

Me pierdo.
Me encuentro en las yemas de tus dedos.

Me pierdo.
Me encuentro en la sed clara de tu pelo.

Me pierdo.
Me encuentro en el mediodía de tu cuerpo.

Me pierdo.





Deshazte de tus vértebras mansas.

De tu plural saliva me he nutrido.

Amor mío enhiesto,
cíñete las medias rojas,
sacúdete la niebla del pelo:
que nunca te haya visto tan hermosa.

Hunde los brazos vívidos
en el río sin médanos del tiempo.
Si has de apoyar la cabeza,
apóyala en la aurora ratonada.

Deshazte en buena hora
de tus vértebras mansas.





Duerme un rato más, jardinera adorable,
sobre la almena de la torre del halcón

Te había contemplado tantas veces
abandonada, olvidada, respirando.

Pero hoy he visto latir el tiempo vivo
en las arterias vígiles del cuello.

Tu sueño, rítmico manantial en donde
inesperadamente bebo a grandes sorbos
fortaleza y paz y ese buen trago
casi trágico hoy de la esperanza.

Aún nos oreará los huesos este día.
Culminación del aliento: sangre pródiga.





En amaneciendo ella siempre acaba de irse.

Aurora vertebral, corazón de vigilia.

tu claridad en cada gota de rocío.
En cada brizna de hierba mi deseo.

El sol desata una herida
de la que acaso mañana
seré digno.





Huella de un cuerpo.

Ausencia
exactamente con tus ojos.

Ausencia diestra
como la miel de tus manos.

Ausencia dulce cual si tus tobillos
me acariciasen debajo de la mesa.

Ausencia
pletórica de ti,
desgarrada, estremecida de ti.
Ausencia indistinguible de tu realidad.





De "Materia móvil" y "El cuaderno de Berlín".


Ausente.

Hay en tu ser
cámaras apartadas que no alcanzo,
invernaderos de delicia, lenta
germinación en tu sangre y en tu risa.

Está bien así. De tu retiro tomas
con la frente encendida y en los ojos
una promesa de luz
total para mañana.





Encuentro con el ángel.

Hoy he conocido al ángel.

Ganas dan de llorar. Qué terca criaturilla miserable, desa-
seada, vanidosa. Qué plumas grasientas de supervivien-
te de marea negra, qué calva vergonzante cubierta de
pelo ralo y engominado, qué barriguilla lúbrica, qué
falta de dignidad, qué intentos de cohecho, qué grose-
ras familiaridades, qué burdo narcisismo y qué tartajeo.
Por no hablar de la ridícula estatura de corneja...

No me cautivan las aventuras de la humillación. Me negué
a decirle mi nombre.





Incredulidad.

No eres
posible,
no es posible
que todo el calor del mundo
haya cobrado la forma de tu cuerpo
tendido e irradiante junto al mío,
no es posible tu cuello
girando sobre la almohada lentamente
como fanal de dicha,
tanta fructificación no es
posible, tan alta primavera
desbordando tus pechos y tus manos
hasta inundar todas las alcobas de mi vida,
no es posible el latido de tu sueño
cuando convoca
paisajes como caricias, dédalos susurrados
de fraternidad y auxilio y maravilla,
no es posible la paz de tu vientre rubio
si te busco debajo de las sábanas.
Desnuda no eres posible. Junto a mí, no es posible.
Eres lo más real y no es posible.





Poema del encuentro.

                                                         "De ti me fío, redondo
                                                                           seguro azar"
                                                                         Pedro Salinas

Te encontraré
postrada tras una revuelta del otoño
-estandartes de sol helado,
barricadas de hojas secas-
o no te encontraré.

Te encontraré
desnuda frente al mar en el rellano
de una escalera oscura
-y no me atreveré a rozar tu cuerpo-
o no te encontraré.

Te encontraré
sucia de soledad o de heroísmo,
acribillada de pájaros sin vuelo,
inmensa e íntima cual cielo sin heridas.
Te encontraré.





Tres veces despertar.

1

Por las mañanas, recién despierto,
cuando ya una luz pálida de no haber desayunado
aventura su inmensa curiosidad en la alcoba
y tú eres aún sobre todo
ovillo de calor, desnudo imán de sueños,
me permito
un minuto para adorarte.

2

A veces, al despertar a tu lado
estoy seguro de que ciertos "buenos días"
podrían curar el cáncer, la ceguera y la lepra.
Y deseo entonces desesperadamente
ser también yo capaz de saludar así
a lo recién creado.

3

Entreabre el alba ventanas en la piel.

Yazgo junto a ti. Sé que no conseguiré recordar lo que hemos
soñado esta noche. No ,hay calor comparable al de un cuerpo
vivo.

Pero el ojo, el ojo desecándose querría... una niebla carmesí,
una lluvia de oro, al menos un avivamiento de la noche...
querría poder olvidar los poros de sarcástica nitidez
que perforan a todos y cada uno de los seres de este mundo.

El sol arranca de los cuerpos una música sin cobijo. Duermes,
pero asediada por la claridad. Yo ya sé que la prueba de este día
consistirá en engolfarse

en la estremecida vigilia de la realidad.





De "Figuraciones tuyas".


Am schiffbauerdamm.

Berlín mi capital destartalada.
Tú mi amante, aristócrata sublime,
tú la del pan pringao, la de los ojos hondos
y las medias negras con sensacionales agujeros.
Costras de tiempo se agrietan en las calles
Públicamente desiertas.
El cielo de Berlín cuesta, amor mío
tanto trabajo
cuando reposan las gaviotas
y tú faltas.





Amores imaginarios.

1

Hemos venido para festejar.
La fiesta de dos cuerpos y una sombra.

Dos cuerpos desgarrados por raíces
y la savia amarga de tu vulva dulce
bautiza mi traición.

2

Tu voz está aquí, pero tú no estás aquí.
Están tus ojos, pero tú no estás.
Tu cuerpo está, tú no.
Como un árbol arrancado,
como una oreja arrancada,
como un barquito tallado en corteza de pino
que se pierde en el arroyo de la infancia.

3

Increíble azar
de una moneda no trucada
que cayese sobre la misma cara siempre

pero vivir es eso.
Inspiración crear un código
y expiración quebrarlo. No sigas arrojando esa moneda.

Anochece a las cuatro de la tarde
el cielo desmiente a todos los espejos
y sé que te he perdido.





Citas.

Una vez llegaste tan pronto
que no había flor que no fuese semilla
mano que no fuese garra
ni amor nocturno que el sol no descubriese
en los cines de barrio o en los parques.
Otra vez llegaste tan tarde
que el prólogo ya estaba en el epílogo
un pinzón cantaba a medianoche
las castañas asadas sabían a sobresalto
de muchachitas muertas.
A veces llegabas cabalgando una tormenta
y te asombrabas de encontrarnos empapados.
A veces custodiada por un tigre
y te ofendías mortalmente si yo le daba la mano
sin quitarme los guantes.
A veces llegabas desde detrás del tiempo
me tapabas los ojos
y yo tenía que adivinar
si el beso o la agonía
la entrega o cuántos surcos
arados en tu cuerpo por estaciones de un año
donde ya no había plaza para mí.
Hoy te estoy esperando en el momento justo.
En el fruto maduro. En la frente del día.
En una espuma que equidista de la rosa y del cenit.
Amor mío
no tardes.





Figuración de ti.

                                                                          "Te amo. Pero ya no sé
                                                                         lo que es eso, un amor"
                                                                                            Heiner Müller

La eternidad dura unos tres años, de los diecisiete a los veinte
aproximadamente.

Tiene el espesor agrio de una lámina de vino tinto.

Tiene la consistencia de tus muslos de estío bajo la falda tenue y
larguísima que nunca te levantaré.

La eternidad. Un lugar sin sabiduría y anterior nostalgia de ella.

Hay luz filtrada por ramas de un verde restallante en el Parque
del Buen Retiro, luz adolescente que se quiebra inverosímilmente
sobre tu blusa.

Casi me da pudor decir que sólo te acaricio los pechos una vez.
Frescas ensoñaciones interminables en el jardín de la torpeza.

Las puertas sí que son algo irreversible: duros núcleos expectantes
aristas insomnes, una condensación exagerada de tragedia.

Pero la memoria ha desaprendido el llanto de manera radical.

Me besas tú por primera vez, en un teatro donde no hay otra cosa
-espectadores incluidos, desde luego- que terciopelo rojo.

Para besar tienes que sumergirte. (Yo no lo comprendo.)

Una banda negra alrededor de tu cuello. En esa tibia frontera sí
que podría abrevar el crepúsculo. En lugar de eso se te echa en
el regazo y, como si nunca hubiera hecho otra cosa, no para un
instante de ronronear.

Creo que puedo enseñarte algo y me engaño. Crees que puedes
enseñarme algo y te engañas.

Celos atroces, obscenos, inconfesables, de los chicos del laboratorio
de fotografía.

Para lograr conciliar el sueño tengo que masturbamte (de fijo más de
mil veces) pensando en ti.

La eternidad se adensa en la sala del Cinestudio Griffith de San Pol de Mar.

La eternidad no acaba de tomarme en serio.

Hace bien en no hacerlo.





He soñado con ella esta noche.

                                                     "La amistad danza en torno a la Tierra y,
                                                como un heraldo, nos anuncia a todos que
                                                                         despertamos para la felicidad."
                                                                                                                        Epicuro.

1

Invención del cuerpo,
abolición
del cuerpo.
Deseo.

2

Las arañas dulces
de la fatiga
sólo cuando he llegado hasta tu vientre.
La pregunta se extingue.

3

Huésped de un sueño, amante,
amazona de gracia y abandono.
Lunar la mano o beso
cauteriza la ausencia.

4

Así un día encuentro -y es gozo en duración-
que la mejor expresión de aquel amor
tan buen acompañante de mi vida
se da en esta cálida, precaria, nocturna frase del oboe.

5

Inútil para el rencor.
Cada beso abre
una boca en la piel:
la vida a borbotones.

6

De la carne no la resurrección:
La insurrección. Contigo
hasta el fondo del sueño
y desfondarlo.





Los primeros poemas de amor.

1

En ellos uno escoge
casi arbitrariamente un objeto
cálido, apetecible, curvilíneo
para fantasear sobre él

(a veces
ni siquiera es preciso el objeto:
impenetrables los caminos de Narciso).

No se habla del otro: se habla
de la propia ansia
del propio miedo
del propio dolor.
Autoindulgente campanero de cristal
echando la vida al vuelo.

Más adelante se aprende, poco a poco
a menudo con crujir de dientes
y gustosas angustias
y estrujones de corazón, la enorme
distancia que separa un cuerpo de otro
cómo a veces se salva en un instante
cuán radicalmente
es cada ser humano un infinito.
Se llega a estar ante el otro
como ante una patria remota.
Dicho sea de paso
lo antedicho no solamente ocurre
con los poemas de amor.

2

He regresado a casa llevándote en los labios
asediado en mi gozo por tus dedos de nata

He regresado a casa con tu calma en los brazos
atropellándome algo en las lindes del pecho

Herido por la lluvia he regresado a casa
he perdido mi sangre y he ganado la tuya

He regresado a casa con acrobacia fácil
atónito del largo azar de tu caricia

He regresado a casa con tu cuerpo en los dedos
me he cortado los brazos y tu cuerpo persiste
afirmando en el tacto su trabazón de dicha
Qué dulce riesgo ser ladrón de tu cintura

He regresado a casa en este país cálcico
donde en los huesos crecen delgadas llamas negras

He regresado a casa y me he echado en la cama
con un alba asesina que me roba los párpados

He regresado a casa sin regresar ausente
y hasta el oxígeno dice la magia de tu risa

He regresado a casa desnudo por el aire
Es más frágil el pecho que el hálito que alberga
He nacido esta noche del collar de tu abrazo.

(1979)





Toco el mundo solamente en tu piel.   (fragmento)

1

Está aquí. Arráncate
la piel para asomarte
al río más profundo.

Hermosa, hermosa, hermosa, engalanada
solamente con su fugacidad.

Toda la luz del mundo
excava esta caricia,
revienta en este fruto.

2

Pero mis ojos engendran
en tu piel. Mis ojos escriben semillas
sobre la luz de tu cuerpo.

En este mundo hay demasiada muerte
para que durmamos
en lechos distintos.

Mirarte es un retorno interminable.

4

Ven. Acércate hasta que tus fértiles pestañas
me rocen la mejilla. Entra despacio
con la lengua en mi boca, dame
de beber de tu saliva, aplácame
la explosión de los labios con los dedos.
Ven. Tú estás hecha para mis ojos y mis manos,
igual que yo estoy hecho
para el vértigo de tus manos y tus ojos.
amor, qué sinsentido hablar de la verdad
lejos de tu piel o fuera de tu aliento.

6

Un torrente de tiempo o un remanso
debajo de la piel.

Angustia parsimoniosamente respirando
entre cuatro paredes.

Al besarte, entreabierto, siempre
un fulgurante panal de intimidad.

Y la oscura herida fascinante
de tu sangre menstrual
rememora la promesa de las estaciones.

7

Tu testarudez,
que te vuelve inmune al soborno.
Tu impaciencia,
que te hace tan difícil resignarte.
Tu risa a destiempo
abriendo ventanas y cerrando heridas
en el espeso tiempo del horror.
Tu sensualidad, alimentada
por una nube igual que por un beso.
Tu inconstancia
incompatible con la mentira y con el dogma.
Tu imprevisibilidad,
palabra con que calumnio
una libertad más ágil que mis sueños.
Tu puerilidad
por la inocencia imposible y verdadera
que te brilla en los ojos.

Debajo de este roble de la Holteistrasse
amo
todos tus vicios.

8

Al besarme en la boca me entregas un aliento
que viene de tu madre
y de la madre de ésta
y de la madre de ésta
y la cadena carnal se pierde hacia el origen
del amor y del pánico.

Ese aliento
lo ignoran a veces hasta los pulmones
por no hablar de tú y yo
Me desgarra los labios
la dulzura acre de la libertad.

9

Una vinculación. Amo los cuerpos
donde el sudor y el tiempo echan raíces,
la oscura explosión carnal del compasivo,
el doloroso golpe en los riñones
de la fraternidad. Te amo
vinculada, apegada a tu sangre,
solidaria en los fuertes tendones de tu cuello,
vertical en la tierra como un árbol
cuyo peso fuese ya meditación.

Amo los cuerpos
donde el sudor y el tiempo echan raíces.

10

Apoyo la boca
contra la boca que es tu sexo y grito
porque la soledad de multitudes
de repente es mi cuerpo.
Y hoy que podría jugarme a cara o cruz
una moneda con el mismo sol,
hoy que un otoño orgulloso pastoreaba robles,
hoy que se amaban sirenas y campanas
-hoy acaso tampoco voy a ser capaz
de besarte en los labios tierra arada, musgo,
espuma marina, cobre, potros desbocados
y los labios unánimes de todas las mujeres.
Mas no te debo menos ni me debo yo menos.

12

Solamente por ti
he tropezado mil veces con hogueras
duras como el cristal de la memoria,
me he enredado en ovillos que eran selvas sañudas,
he robado su infancia a los imanes.
He luchado con mirlos por un grano.
He remontado fluviales corazones.
Por ti he dudado del sol y de mi historia,
he olvidado quien no soy,
he crecido más alto que mi sombra,
he tallado bondad sin consecuencias.
Por ti que vales mucho más que yo
y que no vales siquiera
una hoja de olivo.

19

Sin ti puedo escribir versos.
sin ti puedo pasear. Puedo
recoger hojas secas. Puedo leer.
sin ti puedo admirar un crepúsculo prusiano
que me recordará la Sierra
de guadarrama y puedo cocinar,
eso sí, con pocas especias.

Sin ti no puedo respirar un segundo.
Sin ti la sangre en las venas
es aterida pasta de silencio.
Sin ti la luz se pudre.
Sin ti no hay mundo.

23

"Soledad tengo de ti,
tierra donde yo nací."
                               Gil Vicente

Soledad tengo de ti.

Te amo en un mundo
donde el tormento nutre.

En los versos se clavan
astillas, sólo astillas:

atisbos de una vida
más profunda, más lenta,
más amarga, más limpia.

soledad tengo de ti,
amor, desde que nací.
soledad
tengo de ti.

28

Con un beso desprendes
mis párpados de ceniza.

El oro de tu piel
desnuda.

Tu cuerpo es el centro de este valle
Este valle es el centro de tu cuerpo.

29

Entre tu vientre y tus senos
beso la incandescencia del mundo.

Obrero en las mejillas,
temblor de rodillas duras,
rico en retornos.

No hay retroceso posible
después de haberte amado.

30

Cuando el rompecabezas del amor está completo
me encuentro con que no obstante
ha sobrado un montón de piezas.

Y de tanta alegría tengo
que besarte en los hombros.





Un amor viejo como un recién nacido.

Tuve un amor. Hace tantos siglos de eso.

Venía cuando ya era noche cerrada y marchaba antes del alba.
El viento rosado del amanecer, decía, de seguro le quemaría las
lágrimas.

Cuando pienso en ella echo de menos la capacidad de segregar
un esqueleto externo en las circunstancias en que el interno se
derrumba. Una reserva de quitina para suplir las carencias del
calcio.

Ella venía lastrada por milenios de dominio, de vejación, de tormento,
y al mismo tiempo sus pasos eran indeciblemente ligeros.
El poder ascensional de su risa me asombra aún hoy.

Me regalaba tarros de miel furtiva, caramelos color de ámbar
con un insecto dentro, ineficaces sortilegios para detener
los relojes, serenidad destilada en la contemplación de árboles
de diversos colores, me regalaba promesas, promesas a regañadientes,
muchas laboriosas y fugaces promesas.

Con ella era imposible establecer las reglas de respetuoso trato
que los seres humanos pactan para evitar despedazarse. Nos
amábamos y nos heríamos con pasión pareja.
La tentación de la vida vegetal. La purificación de las pasiones,
hasta que la sangre se transforma en savia. La inocencia de la
fotosíntesis frente al trabajo del carnicero.
Ella añoraba la época en que cabalgaba una yegua blanca por
entre bosques inmediatos, las teas asombrosas del otoño. Yo no
podía ofrecerle nada equivalente.
Me enjabonaba el cuerpo de arriba abajo, demorándose en el
sexo, y yo hacía lo mismo con ella. Nos lavábamos los dientes a
la vez, mirándonos a los ojos en el espejo. Hasta que un día ella
apartó la mirada.
Tuve un amor, un amor viejo como un recién nacido, un amor
intacto después de tantos siglos.





De "El corte bajo la piel" y "Baila con un extranjero".


Acción de gracias.

El valor del amor no está en el amor
sino en tu alegría.
El valor de la lucha política no está en ella
sino en las cerezas, las muchachas y la buena atención sanitaria.
El valor de la libertad no está en la libertad
sino en la igualdad.
El valor de la igualdad no está en la igualdad
sino en la fraternidad.
Seguro que ya sospechas dónde reside
el valor de la fraternidad y no te engañas:
en la libertad.
El valor de tu alegría tampoco está en sí mismo
sino en el gozoso desorden
con que construimos horas de libertad
de cerezas de igualdad de lucha política de amor.

Pero estas cosas las sé
porque tú existes.





Alabanza sucinta de la enamorada.

Cada vez que me miras
nazco en tus ojos.





Alabanza tuya.

Es malo que haya
gente imprescindible.
No es muy buena
la gente que a sabiendas
se vuelve imprescindible.
La fruta
ha de continuar atesorando sol,
no ha de menguar la fuerza del torrente
si por acaso un día
se pierden unos labios.

Pero
         -y este pero me abrasa-
no puedo
decir que sea malo
que tú seas imprescindible.





Alianza.

Un bosque entero ha regresado desde tu nuca
esta noche, lo he visto conciliador,
amigo, decididamente a favor
de lo posible, tú dormías
tras la severidad de las últimas jornadas.
No quise despertarte, me refresqué en tu pulso.
Las señales parecen indudables:
podemos auxiliar a tiempo, juntos,
al número dos de dios, al tres, a otros acaso.
Ahora es sazón de no olvidar los sueños.

2

Hueles
tan bien. Hay miel como hay sudor,
hay trigo y tierra. Yo lo veo y lo oigo resonante,
tan bien. Sabes tan bien gozar.
Preservas tanto instinto de la flor a la fruta.
Yo lo veo y lo oigo y te respiro y otra vez
te tomo abierta en nuestra mesa de viento.

3

He soñado
la salvación de tu sudor

defiendo
nuestra intimidad común
ante los estragos de este cielo sangriento

recibo
en la libertad de tu cuerpo marcado
la ligera prosodia del placer

he soñado
la salvación de tu sudor.

4

Luego en el filo de la sombra
bailas
iluminada por blanca lentitud, bellísima,
tajantemente viva, sabiendo en todos los poros
y en todas las arrugas del placer,
que es bien cierta la muerte, mas sólo empieza mañana.





Bienvenido al club.

Eres uno de los pocos que podían aspirar a esto, en realidad
te estábamos esperando sólo a ti.
Hemos sabido siempre que eras diferente,
ahora ya has llegado: relájate y disfruta.

Nota cómo te crecen los músculos viriles
y pliegues cerebrales bajo las yemas de los dedos.
Nosotros vamos a volverlos rabiosos.
Tu piel adquiere un bronceado envidiable,
se te esponja la próstata, tus esfínteres conversan en inglés.
Ahora te tensaremos hasta la excelencia.
Nota cómo te crece una memoria mejor.
Eres otro, ya no eres quien eras,
nunca fuiste quien eras
pero tenías que llegar tan alto con nosotros
para saberlo.

Ahora ya has llegado.
Te lo mereces todo y nos lo debes todo:
te lo cobraremos hasta la última gota.
Bienvenido al club.





Elogio de la durmiente.

Yacer despierto a tu lado
en el profundo cobijo de tu sueño.

Boca abajo, respiras
una canción de la tierra
que no recordarás al despertar.

Acompaso mi ser a esa canción.





Elogio de la superviviente.

En tu cuerpo, escrito:
la infancia como una enorme sala húmeda
hospitales donde trasplantan cicatrices
una temible aguja que se abreva en tu piel
terror a cruzar puentes sobre las autopistas
diez años de indagación sobre el suicidio
desamor golpes y la más extrema
clandestinidad del llanto.

El cuerpo del deseo es el del sufrimiento.
Ahora yo también escribo en él
con esperma y con besos, arrastrando las sílabas.

Francamente: eres tan hermosa
que todas las mujeres son hermosas.
Nace mi lengua en tu boca de tabaco tibio.
Pero esto te lo diré de otra manera:
no hay más derrota que el morir, la muerte
de un solo trago o a sorbos. Y hasta entonces
sigue tu música y la lucha sigue.





Elogio del estar.

Dulce es morir a veces de tu cuerpo,
dulce resucitar en tu mirada.

Dulce el crujir de la luz que abre las horas,
dulce la espera, dulces los estambres
que reparte tu mano tibiamente. Apenas
hace falta decirlo. quizá sólo
depositar las palabras en el quicio
de una ventana, donde las encuentres.

En definitiva: muy rico soy de ti,
hay música en el aire y en la cama,
todo valió la pena.





Elogio del placer en Sevilla.

En qué pliegue de tu carne desdoblada
anidaba el placer

y por qué ahora
tras un vuelo instantáneo
dilata el magnolio
desborda el río
excede el vino la torre de naranjos

por qué respira tanto
en el pecho del mundo.





Por saber que tú existes.

Si te queda la mitad del desconsuelo
la décima parte
la milésima parte del desconsuelo

eres inviolable.

(Vulnerable, inviolable).

Si la algarroba te confía
un ángulo de dulzura en la boca
y conservas todavía en las palmas de las manos
el seco calor tan leve de tus muertos

seguramente eres tan vulnerable
como inviolable

y yo casi lo mismo por saber que tú existes.





De "El día que dejé de leer El PAÍS".


Amantes embrollados, 1995

Amar puede ser
un aperitivo con sifón
en una mañana de colores ácidos

o puede ser zambullirse en un lago de montaña
nadar equidistante entre el cielo y el fondo
suspendido de un sol de extrema desnudez

Las buenas chicas no piden
la cabeza del Bautista sobre una bandeja

Ya sé que no eres una buena chica
pero piensa que la cabeza
de cualquier fantasma sobre bandeja de plata
desequilibraría a cualquier bailarina

Las cabezas parlantes
prometen la vida eterna con sifón
pero yo he elegido cocinar contigo
crear contigo follar contigo dormir
en el país que delimita
el aroma de tu cuerpo desnudo

Amor mío
olvídate de decapitamientos con sifón
Ven a nadar al lago donde ya estamos

Rechazar el sueño de la ingravidez
no implica renunciar a la caricia de la piel azul del cielo
ni del dulce légamo suavísimo del fondo.