Instantánea.
El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón
y te amo,
es decir amo tu nariz, la sorpresa
del zafiro de tus ojos,
lo que más amo es el zafiro de tus ojos;
pero lo que con evidencia me muslifica son tus muslos
longilíneos cuyo formato me vuela
sexo y cisne a la vez aclarándome lo perverso
que puede ser la rosa, si hay rosa
en la palpación, seda, olfato
o, más que olfato y seda, traslación
de un sentido a otro, dado lo inabarcable
de la pintura entiéndase
por lo veloz de la tersura
gloriosa y gozosa que hay en ti, de la mariposa,
así pasen los años como sonaba bajo el humo el célebre
piano de marfil en la película; ¿qué fue
de Humphrey Bogart y aquella alta copa nórdica
cuya esbeltez era como una trizadura: qué fue
del vestido blanco?
Décadas de piel. De repente el hombre es décadas de piel, urna
de frenesí y
perdición, y la aorta
de vivir es tristeza,
de repente yo mismo soy tristeza;
entonces es cuando hablo con tus rodillas y me encomiendo
a un vellocino así más durable
que el amaranto, y ahondo en tu amapola con
liturgia y desenfreno,
entonces es cuando ahondo en tu amapola,
y entro en la epifanía de la inmediatez
ventilada por la lozanía, y soy tacto
de ojo, apresúrate, y escribo fósforo si
veo simultáneamente de la nuca al pie
equa y alquimia.
La concubina.
1. Éste es el diálogo último: hasta aquí
estoy oyendo el remezón de tu risotada
con emputecimiento y todo,
en la guerra
se gana o se pierde y yo perdí,
y tú perdiste igual, no hay pelitos recónditos
que suavicen el enigma: útero es útero y falo es falo, no hay
aura ni distinción, ni mucho menos Danza,
haces tu número
en la feria y te vas, todo es comercio de hombre
y de mujer, no hay pelitos recónditos y uno es todos sus animales
a la vez y por lo visto quién engaña a quién, ésta es la bestia
-tú y yo- que somos.
2. De esto se pare y se muere, la guerra es ésta,
dejemos los sentidos para ocasiones más
olorosas, el beso lo dejemos para el dialecto
delicado y
concubino, ésta es la fiereza, mi rey, acuéstese
de una vez en este hueco de placer:
de ahí saldrá más entero
3. que de adentro de su madre. Usted es un arrepentido
y un lastimado, lo que no corresponde a un rey
por mucho que haya engendrado en cuanto rey tan alta dinastía:
tres semanas de arrullo bastan, lo que le falta a usted
es cuchillo y sangre de cuchillo para cortar abajo
el tajo,
de la putrefacción a la ilusión.
La errata.
Señores del jurado, ahí les mando de vuelta en
automóvil nupcial a esa mujer
que no me es, escasa
de encantamiento, puro pelo
ronco abajo, ahí van
las dos ubres testigas ya usadas
por múltiple palpación
sucia de otras neutras de su especie
que no dan para calipigias, la errata
fue el chorro kármico, la vileza
de esas dos noches en mis sábanas, ahí también
van las dos sábanas coloradas de vergüenza, incluyo
por último 3 o 4 rosas blancas,
pónganlas
en el florero de vidrio por mera distinción
a la fragancia mortuoria. Avísenme
si fue Zeus el que hiló la torcedura
de ese hilo o no más la Parca. Firmado:
Calímaco.
La loba.
Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.
Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.
Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.
Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.
Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.
La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo...
La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo
la palabra placer
cayendo del destello de tu nuca, fluyendo
blanquísima por lo vertiginoso oloroso de
tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas
de cuyo arco pende el Mundo, cómo lo
músico vino a ser marmóreo en la
esplendidez de tus piernas si antes hubo
dos piernas amorosas así considerando
claro el encantamiento de los tobillos que son
goznes que son aire que son
partícipes de los pies de Isadora
Duncan la que bailó en la playa
abierta para Serguei
Iesénin, cómo
eras eso y más para mí, la
danza, la contradanza, el gozo
de olerte ahí tendida recostada en tu ámbar contra
el espejo súbito de la Especie cuando te vi
de golpe, ¡con lo lascivo
de mis dedos te vi!
la arruga errónea, por decirlo, trizada en
lo simultáneo de la serpiente palpándote
áspera del otro lado otra
pero tú misma en
la inmediatez de la sábana, anfibia
ahora, vieja
vejez de los párpados abajo, pescado
sin océano ni
nada que nadar, contradicción
siamesa de la figura
de las hermosas desde el
paraíso, sin
nariz entonces rectilínea ni pétalo
por rostro, pordioseros los pezones, más
y más pedregosas las rodillas, las costillas:
-¿Y el parto, Amor, el
tisú epitelial del parto?
De él somos, del
mísero dos partido
en dos somos, del
báratro, corrupción
y lozanía y
clítoris y éxtasis, ángeles
y muslos convulsos: todavía
anda suelto todo, ¿qué
nos iban a enfriar por eso los tigres
desbocados de anoche? Placer
y más placer.
Olfato, lo primero el olfato de la hermosura, alta
y esbelta rosa de sangre a cuya vertiente vine, no
importa el aceite de la locura:
-Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma...
La piedra.
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llameada
y apagada, habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música, y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca habráse anoche sin
ruido de albatros contra la cerrazón ido.
Vacilado no habrá por esta decisión
de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
en la excrecencia de una opacidad
que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
neutras, amorfas, sin lo airoso
del mármol ni lo lujoso
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismo tan próximas!
No, vacilado no; habrá salido
por demás intacta con su traza ferruginosa
y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
río que hablaste por mí; lluvia, adiós,
que me mojaste. Adiós,
mariposa blanca.
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.
La preñez.
Hembra que brama mea amor
hermoso y entra en Dios, animaliza
y aceita el seso de su hombre
torrencial encima, lo
olorosamente aparta
y no lo besa más con beso de hembra
que brama, hasta la otra
gran fecha ensangrentada y
tántrica,
Dios
quiere dioses, llueve
lluvia,
interminablemente llueve lluvia.
La salvación.
Me enamoré de ti cuando llorabas
a tu novio, molido por la muerte,
y eras como la estrella del terror
que iluminaba al mundo.
Oh cuánto me arrepiento
de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,
mientras sonaba el mar entre la niebla
y tú estabas eléctrica y llorosa
bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento
de haberme conformado con tu rostro,
con tu voz y tus dedos,
de no haberte excitado, de no haberte
tomado y poseído,
oh cuánto me arrepiento de no haberte
besado.
Algo más que tus ojos azules, algo más
que tu piel de canela,
algo más que tu voz enriquecida
de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
fatídico de tu alma,
se ha encarnado en mi ser, como animal
que roe mis espaldas con sus dientes.
Fácil me hubiera sido morderte entre las flores
como a las campesinas,
darte un beso en la nuca, en las orejas,
y ponerte mi mancha en lo más hondo
de tu herida.
Pero fui delicado,
y lo que vino a ser una obsesión
habría sido apenas un vestido rasgado,
unas piernas cansadas de correr y correr
detrás del instantáneo frenesí, y el sudor
de una joven y un joven, libres ya de la muerte.
Oh agujero sin fin, por donde sale y entra
el mar interminable
oh deseo terrible que me hace oler tu olor
a muchacha lasciva y enlutada
detrás de los vestidos de todas las mujeres.
¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé
de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?
¿Por qué no te preñé como varón
aquella oscura noche de tormenta?
La sutura.
Piedad entonces por la sutura de su vientre:
a usted la conocí bíblicamente
allá por marzo del 98 en la ventolera
de algún film de antes, ciego y torrencial
a lo Joan Crawford,
las cejas en arco,
cierta versión eléctrica de los ojos,
el camouflage del no sé,
el hechizo esquizo,
el sollozo de una mujer llamada usted
que aún, pasado los meses,
se parece a usted en cuanto a aullido secreto
que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted,
mi hembra hembra,
mi Agua Grande
a la que los clínicos libertinos
llaman con liviandad Melancolía,
como si el tajo de alto abajo no fuera
lo más sagrado de ese láser incurable
que es el amor con aroma de laúd,
y no le importe que las rosas
bajo el estrago del verano
que le anden diciendo por ahí fea
o Arruga,
ríase, huélalas desde su altivez,
métase con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito
y conste que fue usted la que saltó por asalto
el volcán, y no lo niegue,
ándele airosa entonces pero sin llorar,
equa mía,
la Poesía no le sirve, Lebu mata,
mi posesa flaca de anca,
mi esdrújula bellísima de 50 kilos,
vuélele, no se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral,
todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga telefónica
que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga.
Lacán el rey se lo diría igual: ándele,
vuélele paloma casi en mexicano,
no le transe a la depre,
báñese en alquimia espontánea,
tire la fármaca a la basura,
eso engorda,
déjese de drogas,
de analistas, de concupiscencia nicotínica,
y si está loca vuélvase más loca,
baile en pelotas como la muerte,
apréndale a la Tierra que baila así,
¡y eso que el sol exige la traslación!
Bueno y, para cerrar, si su juego es irse
váyase a otro seso menos diabólico,
elija: culebra, por ejemplo,
¿no le da para culebra?
Eva comió culebra como usted dos veces:
ahí ve cómo va la Especie desde entonces,
cómo se arrastra pendenciera
pidiéndole perdón a las estrellas
por haber parido peste,
¡puro border-line y miedo,
y rosas, dos rosas venenosas!
¿no cree usted?
¿quién tiene la culpa si nunca hubo culpa?
Preferiblemente cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras
que es usted y,
baile ahí pendular en el vacío
unos diez minutos,
a ver qué pasa con el estirón,
para crecimiento y escarmiento.
Las hermosas.
Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marea,
pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su aroma duro verdemente.
Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
ni arcángeles: muchachas del país, adivinas
del hombre, y algo más que el calor centelleante,
algo más, algo más que estas ramas flexibles
que saben lo que saben como sabe la tierra.
Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile
de las calles veloces. Hembras, hembras
en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos
para sacar apenas el beso de la espuma.
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