Oriana.
1.Ahora ahí los ojos, los dos ojos de Oriana
esquiza y órfica, la nariz
de hembra hembra, la boca:
os-oris en la lengua madre de cuya vulva genitiva vino el nombre
de Oriana, las orejas
sigilosas que oyeron y callaron los enigmas, el ángulo
facial, el pelo
bellamente tomado hacia atrás, sin olvidar sus manos
fuertes y arteriales de remera de lujo en la carretera y esa gracia
cartaginesa, finamente veneciana, cortando pericoloso el oleaje
contra el infortunio torrencial, ahora
y en la hora de mi muerte Oriana
2. ahí, traslúcida, con además
sus cuarenta y nueve que me son
flexiblemente diecinueve por lo fenomenal
del espinazo y qué me importan las estrellas
si no hay más estrella que Oriana, ahora allí
con su decoro y esa sua eleganza, por decirlo en italiano, adentro
de la turbulencia del mosquerío que será siempre la ordinariez, llámese
casamiento o cuento de burdel, con chancro y todo, y rencor,
y pestilencia seca del rencor,
3. (¡cólera, a callar!), y otra cosa menos abyecta: ni soy
Heathcliff feo como soy ni ella Catherine
Earnshaw pero el espejo
es el espejo y Cumbres Borrascosas sigue siendo el único
éxtasis: o vivir
muerto de amor o marcharse del planeta. De ahí
que todo sea Oriana: el Tiempo
que apenas dura tres segundos sea Oriana, la luna
sobre la nieve sea Oriana, Dios
mismo que me oye sea Oriana,
4. sólo que hoy no está. A veces
está pero no está, no ha venido, no ha
llamado por el teléfono, no anda
por aquí, estará fumando qué sé yo uno de esos 50
cigarrillos en los que le gusta arder, total
le gusta arder y qué más da, se nace para podrirse, o
para preferiblemente quemarse, ella se quema
y la amo en su humo de Concepción a Chillán de Chile,
¡los pavorosos cien kilómetros
cuchilleramente cortantes!, me
atengo entonces a su figura que no hay, y es un viernes
por ejemplo de algún agosto
que no hay y la constelación de los violines
de Brahms puede más que la lluvia, y el caso
es que el mismísimo Pound la hubiera adorado, por
loca la hubiera idolatrado a esta Oriana
de Orión en un sollozo
seco de hombre la hubiera cuando no hay
Rapallo, la
hubiera cuando no hay, y
sigue la lluvia, y las
espinas, y
además está sucio este compáct, no suena,
porque el zumbido mismo no suena, o
suena al revés, o
porque casi todo es otra cosa y
el pordiosero soy yo, y qué voy a hacer
con tanto libro, con
tanta casa hueca sin ella y esta música
que no suena.
Llamará
el día de mi muerte llamará.
II
Piedad entonces por la sutura de su vientre: a usted
la conocí bíblicamente allá por marzo
del 98 en la ventolera de algún film
de antes, ciego y
torrencial a lo Joan Crawford, las cejas
en el arco, cierta versión eléctrica de los ojos, el camouflage
del no sé, el hechizo
esquizo, el sollozo
de una mujer llamada usted
que aún, pasados los meses, se parece a usted en cuanto a aullido
secreto que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted, mi hembra hembra, mi
Agua Grande a la que los clínicos libertinos
llaman con liviandad Melancolía, como si el tajo
de alto abajo no fuera lo más sagrado
de ese láser incurable que es el amor
con aroma de laúd, y no le importe que las rosas
bajo el estrago del verano le anden diciendo por ahí fea y
Arruga, ríase, huélalas desde su altivez, métase
con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito y conste que fue usted
la que saltó por asalto el volcán, y no lo niegue, ándele airosa
entonces pero sin llorar, equa mía, la
Poesía no le sirve, Lebu mata, mi
posesa flaca de anca, mi
esdrújula bellísima de 50 kilos, vuélele, no
se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral, todo
entre nosotros no pasó de mísera
ráfaga telefónica que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga. Lacán el rey
se lo diría igual: ándele, vuélele paloma
casi en mexicano, no
le transe a la depre, báñese
en alquimia espontánea, tire
la fármaca a la basura, eso engorda, déjese
de drogas, de analistas, de
concupiscencia nicotínica, y si está loca
vuélvase más loca, baile
en pelotas como la muerte, apréndale a la Tierra
que baila así, ¡y eso que el sol le exige traslación! Bueno
y, para cerrar, si su juego es irse váyase
a otro seso menos diabólico, elija:
culebra, por ejemplo, ¿no le da para culebra? Eva
comió culebra como usted dos veces: ahí ve
cómo va la Especie desde entonces, cómo
se arrastra pendenciera pidiéndole perdón a las estrellas por
haber parido peste, ¡puro border-line
y miedo, y rosas, dos
rosas venenosas!, ¿no cree usted? ¿quién
tiene la culpa
si nunca hubo culpa? Preferiblemente
cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras que es usted
baile ahí pendular en el vacío unos diez
minutos, a ver qué pasa
con el estirón, para crecimiento
y escarmiento:
III
A otro con mujer umbilical así: tranca
del no sé, fulgor y nicotina hasta las pestañas, humo
y humo, a otro
que transe, yo no transo
ni voy a canjear ante los dioses encanto por llanto.
Patética pide cosmética. Vacío
exige hombremente vacío.
A elegir, madame: o el frenesí
y el éxtasis del amour
fou que es el único amor
que habrá habido sobre la tierra, o
la raja seca de la higuera
maldita.
Ay, lo culébrico
de la situación, no es que la vulva
misma sea culebra, ni el hueso
de la esbeltez sea culebra, lo culebrón
hasta el desgarrón es el argumento
de la obra: una madre-hermosura, dos
infanto-fijaciones amarradas a la hermosura
de la madre, más
los respectivos escondrijos, un
psiquiatra confidente, un
abismo, siempre hay un abismo,
y yo, ¿qué hago yo
que no soy Freud en ese abismo?
Orquídea en el gentío.
Bonito el color del pelo de esta señorita, bonito el olor
a abeja de su zumbido, bonita la calle,
bonitos los pies de lujo bajo los dos
zapatos áureos, bonito el maquillaje
de las pestañas a las uñas, lo fluvial
de sus arterias espléndidas, bonita la physis
y la metaphysis de la ondulación, bonito el metro
setenta de la armazón, bonito el pacto
entre hueso y piel, bonito el volumen
de la madre que la urdió flexible y la
durmió esos nueve meses, bonito el ocio
animal que anda en ella.
Oscuridad hermosa.
Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.
Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.
Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.
Pareja acostada en esa cama china largamente remota.
1. Hablando de dioptrías, Mafalda era la ciega
y yo el ciego, compartíamos
la misma música arterial,
y cerebral, llorábamos de risa
ante el espectáculo de los dos espejos, el dolor
nos hace cínicos, este Mundo
decíamos no es yámbico sino oceánico por comparar
farsa y frenesí: gozosa entonces mi desnuda me
empujaba riente como jugando al límite
del barranco casi fuera de la cama
alta de Pekín, como apostando
a la peripecia de perder de
dinastía en dinastía, cada vez más y más al borde del camastro
de palo milenario y por lo visto nupcial, cada vez
más lejos del paraíso de su costado
de hembra larga de tobillo a pelo entre exceso
y exceso de hermosura y todo, ¡claro! por amor
y más amor, tigresa ella
en su fijeza de mirarme lúcida, fulgor
contra fulgor, y yo
dragón hasta la violación imantante, ¡diez
minutos sin parar, espiándonos,
líquidamente fijos, viéndonos por dentro
como ven los ciegos, de veras, es decir
nariz contra nariz, soplo
contra soplo, para inventarnos otro Uno centelleante
desde el mísero uno de individuo a individua, a tientas,
costillas abajo!- El que más
aguanta es el que sabe menos, pudiera acaso
decir el Tao.
Este Mundo
repetíamos y acabamos sin más
no es yámbico sino oceánico. Otras veces
llovía duro, lo que más llovía
eran lágrimas.
Ma-fal-da, digo ahora entrecortado, y esto
va en serio, ¿qué
habrá sido de Mafalda?
2. Pues de cuantas amé, amé a Mafalda, ¡y que
me despedacen las estrellas!, la amé
volandera en la lluvia de la Diagonal, bufanda al viento,
de una Concepción que yo no más me sé, la esperé
ahí anclado y desollado hasta que volviera
la Revelación cuya encarnación
se da una sola vez, bajé al Infierno
de la costumbre, a
mis años de galeote en USA bajé, entre doctos
y mercaderes, no hubo para mí en el plazo
más que mi Beatrice Villa sin arcancielo, cumbre
y cumbre hasta la asfixia, ni
tersura paridora
al itálico modo, ni otra ni
otra, ni esbeltez comparable, ni olorosa
a la velocidad de ser, ni pensamiento
de diamante, ni exacta
de exactitud de mujer, ¡Frida acaso
que fue Diego hasta el fin!
3. Otros la amaron pero yo la vi, otros
la amarán sin alcanzar nunca a verla, otros y otros
dirán que la durmieron entre las sábanas
del placer, nadadora y libertina
en el oleaje de las tormentas, madona
de las siete lunas dirán por despecho, cambiantes cada 28
de sus días terrestres, tornadiza y
veloz, ¡déjenla
intacta como es, que escriba
su bitácora de vuelo interminable para mí, que arda y arda
en mi corazón, que dance
su danza de danzar, libérrima!
4. Y en cuanto a mí, ¿cómo lo diría Matta?, consíguete
una vida de 80 años
porque la vida empieza a los 70,
así al morir
ya se sabe Je m’en fous, Roberto: palabras
perdedoras, puras palabras, vejeces
de palabras malheridas. No hubo tiempo
entre nosotros, nunca hay tiempo
ni distancia, todo es posible
entre dos locos que se ven a cada instante. Relámpago
es lo que hubo esa vez de Concepción de Chile
y nada más que relámpago, figura
de lo instantáneo hubo de lo que pende el Mundo,
y eso está escrito.
La amo,
¿y qué?
Soy el ciego que ama a su ciega.
Viernes 21 de junio,
mes aciago. 1996
Pareja humana.
Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo
lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
un volcán
que empieza lentamente a hundirse.
Así el amor en el flujo espontáneo de unas venas
encendidas por el hambre de no morir, así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del paraíso:
-Dios,
ábrenos de una vez.
Perdí mi juventud en los burdeles...
Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.
Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.
Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.
Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.
Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.
A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.
Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.
Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.
No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.
Playa con andróginos.
A él se le salía la muchacha y a la muchacha él
por la piel espontánea, y era poderoso
ver cuatro en la figura de estos dos
que se besaban sobre la arena; vicioso
era lo viscoso o al revés; la escena
iba de la playa a las nubes.
¿Qué después
pasó?; ¿quién
entró en quién?, ¿hubo sábana
con la mancha de ella y él
fue la presa?
¿O atados a la deidad
del goce ríen ahí
no más su relincho de vivir, la adolescencia
de su fragancia?
Me besa con lujuria
Tratando de escaparse de la muerte,
Y cuando caigo al sueño se hospeda en mi columna
Vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
Me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
Empollado en la muerte.
Qedeshim Qedeshoth*.
Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz belísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.
Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez.
Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas.
Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso.
Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.
Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.
* En fenicio: cortesana del templo
¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
Renata.
rojasgonzalo@difícil
la situación
tuya
Ajmátova
Anna Ajmátova
Respuesta a ras de arrullo virtual: entendido
descifrado e-mail hermoso
a escala de amor hermoso fechado
hoy en Monterrey, un beso, ¿dónde
queda Monterrey?
Alabado sea México
porque es esdrújulo como el Hado, por
el gran pétalo convulso
y blanco de tu cuerpo, Renata, arrebatado por
el acorde arterial
del éxtasis, los leones
de Babilonia adentro, por
lo animala trémula cuando
te quedas honda pensando pensamiento, por
los milenios que hablan fenicio, etrusco, maya en
ti, mi una única, de hipotálamo
a pie precioso, sin
Malcolm Lowry, sin
Artaud, sin Lawrence, por
ese violoncello que eres tú y
nada más, por ese río que eres donde los niños
miden el fondo de la transparencia. Alabado,
alabado
porque es esdrújulo como el Hado.
Más claro y ya por último fuera
del ahora, no
se ha vivido, se ha
llorado llanto de nacer, se ha, se habrá
más y más mar nadado
contra el oleaje
embravecido.
No hubo ver, no
se vio, todo lo más que se vio fue un aullido,
desde las galaxias, la oreja
pensó ojo, el ojo
pensó vagido: tú
-paridora- sabes cuánto cuesta.
Por anámnesis, por
desierta memoria sabes cuánto
le cuesta al corazón irse
quitando quereres, cuánto al
estanque donde suelen flotar los cisnes
negros, cuánto
a la propia soledad que ha sido, que
será, cuánta hermosura
le cuesta a la hermosura.
Porque todo es parte,
Renata, todo es parte, tu
figura, tu escritura, esa letra que los dioses
escriben por ti cuando dices su callada
resurrección, tus
muslos, tu risa de repente, la
rugosa realidad que pintó Rimbaud, ese otro
relámpago con R de rey, lo
ensangrentado de ti que anda en mí
arterial, el misterio.
Todo es parte, se es
hombre de mujer, mujer
de hombre, ventolera
de Dios: ánimula
vágula blándula, mortala
de mortal, útero
de la Tierra, atánatos
espérmatos se es, mariposa
y sangre para hilar el pez del
que vinimos viniendo.
-Sigue tú:
el Tao eres tú.
Requiem de la mariposa.
Sucio fue el día de la mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
sopló la Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente nada.
Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...
O no la guarde nadie. O no nos guarde
larva, y salgamos dónde por último del miedo:
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o, por lo menos, cuándo.
Retrato de mujer.
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.
Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.
Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.
No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.
Tacto y error.
Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo del deseo,
oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;
de lo que hubo aquello
no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo.
Tomad vuestro teléfono...
Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
decidle la verdad muy al oído.
Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura.,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.
Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus manos,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
esa risa lo es todo.
Tres rosas amarillas.
I
¿Sabes cómo escribo cuando escribo? Remo
en el aire, cierro
las cortinas del cráneo-mundo, remo
párrafo tras párrafo, repito el número
XXI por egipcio, a ver
si llego ahí cantando, los pies alzados
hacia las estrellas,
II
Del aire corto
tres rosas amarillas bellísimas, vibro
en esa transfusión, entro
águila en la mujer, serpiente y águila,
paloma y serpiente por no hablar
de otros animales aéreos que salen de ella: hermosura,
piel, costado, locura,
III
Señal
gozosa asiria mía que lloverá
le digo a la sábana
blanca de la página, fijo
que lloverá,
Dios mismo
que lo sabía lo hizo en siete.
Aquí empieza entonces la otra figura del agua.
Vocales para Hilda.
La que duerme ahí, la sagrada,
la que me besa y me adivina,
la translúcida, la vibrante,
la loca
de amor, la cítara
alta:
tú,
nadie
sino flexiblemente
tú,
la alta,
en el aire alto
del aceite
original
de la Especie:
tú,
la que hila
en la velocidad
ciega
del sol:
tú,
la elegancia
de tu presencia
natural
tan próxima
mi vertiente
de diamante, mi
arpa,
tan portentosamente mía:
tú,
paraíso
o
nadie
cuerda
para oír
el viento
sobre el abismo
sideral:
tú,
página
de piel más allá
del aire:
tú,
manos
que amé,
pies
desnudos
del ritmo
de marfil
donde puse
mis besos:
tú,
volcán
y pétalos,
llama;
lengua
de amor
viva:
tú,
figura
espléndida, orquídea
cuyo carácter aéreo
me permite
volar:
tú,
muchacha
mortal, fragancia
de otra música
de nieve
sigilosamente
andina:
tú,
hija del mar
abierto,
áureo,
tú que danzas
inmóvil
parada
ahí
en
la transparencia
desde
lo hondo
del principio:
tú
cordillera, tú,
crisálida
sonámbula
en el fulgor
impalpable
de tu corola:
tú,
nadie: tú:
Tú,
Poesía,
tú,
Espíritu,
nadie:
tú,
que soplas
al viento
estas vocales
oscuras,
estos
acordes
pausados
en el enigma
de lo terrestre:
tú.
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