Viaje al interior.
La dilatada ruta de salida del yo
tiene muchos rodeos, sectores defectuosos aún sin asfaltar,
donde el auto resbala por el ripio,
y las ruedas de atrás quedan casi colgando en el vacío,
ante el desvío súbito que obliga a hacer la curva.
Mejor estar atento, precaverse de piedras y derrumbes.
El arroyo que corre en medio de la ruta, las lomas carcomidas por el viento, las quebradas,
los torrentes crecidos en verano por las riadas que bajan hacia el angosto valle.
Los juncos aplastados por el viento y la lluvia,
que el largo invierno agrisa, y que al fin del verano se queman hasta el tallo.
––O la ruta se estrecha,
y sube viboreando hacia el riacho con sus filosas piedras,
las tierras altas donde crecen alisos y abedules,
a través del pantano que parece vivir por sus arenas movedizas,
y un abeto caído impide finalmente continuar,
cae la oscuridad sobre los matorrales
y en las cañadas se adivina el miedo.
Macabro epidérmico.
Indecoroso es aquel que aborrece
La apariencia de su envoltura carnal,
El tejido fugaz cosido sobre el hueso,
La vestidura del esqueleto,
El ropaje ni vellón ni pelo,
La capa del mal y la desesperación,
El velo largamente violado
Por las caricias de la mano y del ojo.
Sin embargo, tal es mi indignidad:
Odio mi vestido epidérmico,
La salvaje obscenidad de la sangre,
Los andrajos de mi anatomía,
Y voluntariamente haría caso omiso
De los falsos atavíos del sentido,
Para dormir impúdicamente, como el más
Encarnado y carnal espectro.
El vals de mi padre.
El whisky de tu aliento
Podía aturdir a un niño;
Pero yo me colgaba como muerto:
Valsear así no era fácil.
Jugueteábamos hasta que las ollas
Resbalaban de las repisas de la cocina:
Mi madre no consegía
Desarrugar el ceño.
La mano que me tomaba de la muñeca
Tenía un nudillo lastimado;
En cada paso que equivocabas
Una hebilla me arañaba la oreja derecha.
Marcabas el tiempo sobre mi cabeza
Con una palma encostrada de mugre,
Luego valseando me llevabas a la cama
todavía pegado a tu camisa.
Dolor.
He conocido la inexorable tristeza de los lápices,
Primorosos en sus cajas, el dolor del bloc y del pisapapeles,
Toda la miseria de los sobres de manila y del mucílago,
La desolación en los inmaculados lugares públicos,
La solitaria sala de espera, el lavabo, el conmutador.
El inalterable pathos de la palangana y la jarra,
El ritual de la impresora, del sujetapapeles, la coma,
El infinito duplicado de vidas y objetos.
He visto el polvo de los muros de los establecimientos,
Más fino que la harina, vivo, más peligroso que la sílice,
Tamizado, casi invisible, a través de las largas tardes de tedio
Goteando una ligera película sobre las uñas y las delicadas pestañas,
Esmaltando los pálidos cabellos, los duplicados grises comunes rostros.
El ciclo.
Agua oscura, subterránea,
Debajo de la roca y la arcilla,
Debajo de las raíces de los árboles,
Entró en la luz del día,
Surgió de un musgoso túmulo
En niebla que el sol podía aferrar.
La lluvia sutil envuelta en una nube
Por rodantes vientos fue llevada
Lejos de la más fría fuente
Donde los elementos se unen
Densos en la piedra central.
El aire se soltó e hizo sonoro.
Después, con disminuida fuerza,
Cayó la plena lluvia,
Se canalizó con sonido de cascada
Hasta debajo del suelo cerrado de la roca,
Bajo el nacimiento de un río,
Bajo la primigenia piedra.
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