En celebración.
Estás sentado en una silla, nada te toca, sientes
cómo se vuelve el viejo ser un ser más viejo, imaginas
sólo la paciencia del agua, el fastidio de la piedra.
Piensas que el silencio es la página de más,
piensas que nada es bueno, ni malo, ni siquiera
la sombra que invade la casa mientras tú miras, sentado,
cómo la invade. Otras veces la has visto. Tus amigos
pasan tras la ventana, en sus rostros la marca de la pena.
Quisieras saludarlos pero no puedes ni alzar la mano.
Estás sentado en una silla. Te vuelves hacia la yerbamora
que extiende sobre la casa su red ponzoñosa.
Pruebas la miel de la ausencia. Es lo mismo.
Dondequiera que estés, es lo mismo que se pudra
la voz antes que el cuerpo o que se pudra el cuerpo
antes que la voz. Sabes que el deseo lleva a la pena,
la pena a la consumación, la consumación
al vacío. Sabes que esto es diferente, esto
es la celebración, la única celebración,
sabes que si te das entero a la nada
habrás sanado. Sabes que hay alegría en sentir
cómo tus pulmones preparan su futuro de ceniza,
y así esperas, miras y esperas: el polvo se establece.
Rondan la sombra las horas milagrosas de la infancia.
Siete poemas.
1
En el filo
de la noche corpórea
diez lunas suben.
2
Una cicatriz recuerda la herida.
La herida recuerda el dolor.
Una vez más estás llorando.
3
Cuando marchamos en el sol
son nuestras sombras como barcas de silencio.
4
Mi cuerpo se tiende
y escucho mi propia voz
tendida a mi costado.
5
La roca es placer
y se abre
y entramos en ella
como entramos en nosotros mismos
cada noche.
6
Cuando hablo a la ventana
digo que todo
es todo.
7
Tengo una llave
abro la puerta y camino dentro.
Está oscuro y camino dentro.
Está más oscuro y camino dentro.
La llegada de la luz.
Mejor tarde que nunca:
la llegada del amor, la llegada de la luz.
Te despertás, y hay velas ya encendidas,
los astros se conflagran, los sueños se derraman en tu almohada
y envían cálidos aromas de aire.
Mejor tarde que nunca cada hueso del cuerpo resplandece
y el polvo de mañana destella en el aliento.
El barco fantasma.
En las calles muy concurridas,
flota
como el viento es su
vago tonelaje.
Se desliza entre
el dolor de las barriadas pobres
y los lejanos campos.
Ahora con lentitud
cerca de un buey,
o junto a un molino ahora,
se mueve.
Pasa en la noche
como un sueño de muerte
que no podemos escuchar.
A escondidas
va
bajo las estrellas.
y los pasajeros y marinos
miran fijamente;
sus ojos
más blancos están que los huesos.
No giran a ningún lado ni se cierran.
Mancha lunar.
a Donald Justice
El frente de la casa
de un azul pálido
se yergue ante mí
como un muro de hielo
y el solitario,
distante
aullar de un búho
me llega cercano.
Entrecierro los ojos.
En el oscuro,
fresco jardín
las flores se mueven
de acá para allá
como pequeños globos.
Los árboles solemnes
sepultados por una nube de hojas
parecen dormir profundamente.
Es ya tarde.
Me tiendo en la hierba,
prendo un cigarrillo,
y en completo reposo
me engaño diciéndome
que el final será también así.
La luz de la luna
cae sobre mi cuerpo.
La brisa
me rodea las muñecas.
Me dejo llevar.
Tiemblo.
Sé que pronto
vendrá el día
para borrar la mancha
blanca de la luna,
y que caminaré bajo el sol de la mañana
invisible
como todos.
Otro lugar.
Entro en la luz
que hay
no enceguece
ni es suficiente para vislumbrar
lo que ha de venir
sin embargo veo
el agua
el único bote
un hombre que está de pie
es alguien que no conozco
este es otro lugar
la luz que hay cubre como una red
la nada
lo que ha de venir
había sido
esto antes:
el espejo donde el dolor duerme
el país que nadie visita.
Mi hijo.
(a la manera de Carlos Drummond de Andrade)
Mi hijo
mi único hijo
el que no tuve
sería ya un hombre.
Descarnado y sin nombre
se mueve
en el viento.
A veces
viene
y reclina su cabeza
más liviana que el aire
sobre mi hombro
y yo le pregunto,
Hijo,
¿dónde te hallas,
dónde te ocultas?
Y él me responde
con un hálito frío,
No lo advertías
aunque llamé
y llamé
y continúo llamando
desde un lugar
lejano,
más allá del amor,
donde nada,
todo,
quiere nacer.
Asado al caldero.
Miro la carne
que está en rebanadas
sobre mi plato
y la voy cubriendo con
su propio jugo de zanahoria y cebolla.
Y por esta vez no me duele
el transcurrir del tiempo.
Sentado junto a una ventana
frente a
bloques de edificios
negros de hollín
no me preocupa no ver
ninguna cosa viviente,
ni un pájaro, ni un ramaje en flor,
ni un alma que se mueva
en las habitaciones
detrás de los cristales oscuros.
En estos tiempos
donde hay poco
que amar o alabar
no es quizás exagerado
rendirse al poder de los alimentos.
Así, bajo la cabeza
y aspiro
el aroma que se levanta
de mi plato, y pienso
en la primera vez que probé un asado
igual a éste.
Fue hace años
en Seabright,
Nova Scottia;
mi madre se inclinó
para llenarme el plato
y cuando terminé
lo llenó de nuevo.
Recuerdo aún el sabor de la salsa,
su olor a ajo y apio,
y que la chupaba con trozos de pan.
Ahora la pruebo de nuevo.
La carne de la memoria,
la carne que no se altera.
Alzo el tenedor
para comer.
El colegio continental de belleza.
Cuando el Colegio Continental de Belleza abrió sus puertas,
pudimos ver a la entrada muchos cuadros de viejos maestros,
y recorrimos salones con esculturas reclinadas
sobre los pisos de mármol.
Y nos sentimos conmovidos, pero no por mucho tiempo.
Más adelante llegamos a un patio que invadía la maleza.
Esto también nos conmovió, pero repentinamente
cabeceábamos de sueño.
El sol estaba saliendo,
una bruma violácea surgía del mar.
Los cerros de la costa se fueron poniendo rojos,
y a varias personas en la playa los alcanzó esa llamarada.
Algo nuevo ocurrió entonces: la llamarada cesó.
El sol continuaba su rumbo.
En los lagos tierra adentro brotaron destellos
durante el amanecer.
Desde las montañas bajaba una sombre fría y azulada
hasta el fondo de los valles,
y ciudades lejanas despertaron: esto era lo que esperábamos.
Cuán de prisa estuvo ante nosotros el mundo grande e inconcluso
cuando el Colegio Continental de Belleza abrió sus puertas.
El final.
Mientras zarpa la nave y observa el muelle
ningún hombre conoce la canción que cantará al final
ni lo que pasará cuando esté atrapado, inmóvil, entre los rugidos
del océano sin posibilidad o esperanza de retorno, allá al final.
Cuando no haya más tiempo para podar las rosas
o acariciar el gato, y el crepúsculo que enciende el césped
y la luna llena que lo refresca no existan,
ningún hombre sabrá cómo reemplazarlos.
Cuando el peso del pasado se apoye en la nada
y el firmamento sea apenas una luz en el recuerdo
y las historias de cerros y cúmulus lleguen a su término
y las aves permanezcan suspendidas en su vuelo,
ningún hombre sabe lo que le espera, o la canción que cantará
cuando la nave donde viaja entre a lo oscuro, allá al final.
La historia de nuestras vidas.
A Howard Moss
1
Leemos la historia de nuestras vidas
que tiene lugar en un cuarto.
El cuarto mira hacia una calle.
No hay nadie allí,
ningún sonido de nada.
Los árboles están cargados de hojas,
los autos estacionados no se mueven jamás. Continuamos pasando las páginas,
esperando algo,
algo como misericordia o cambio,
una línea negra que nos uniese
o nos separase.
Tal como es, parecería
que el libro de nuestras vidas está vacío.
Los muebles en el cuarto nunca cambian de sitio,
y las alfombras se oscurecen más
cada vez que nuestras sombras pasan sobre ellas.
Es como si el cuarto fuese el mundo,
nos sentamos uno junto al otro en el sofá,
leyendo acerca del sofá,
Decimos que esto es ideal.
Es ideal.
2
Leemos la historia de nuestras vidas
como si estuviésemos en ella,
como si la hubiésemos escrito.
Esto ocurre una y otra vez.
En uno de los capítulos
me recuesto y aparto el libro
porque el libro dice
que eso es lo que estoy haciendo.
Me recuesto y comienzo a escribir acerca del libro.
Escribo que me gustaría ir más allá del libro,
más allá de mi vida hacia otra vida.
Dejo la pluma.
El libro dice: Dejó la pluma
y se volvió a mirarla leer
la parte en que ella se enamora.
El libro es más preciso de lo que podemos imaginar.
Me recuesto y te miro leer
acerca del hombre al otro lado de la calle.
Levantaron una casa allí,
y un día un hombre salió de ella.
Te enamoraste de él
porque sabías que no te visitaría nunca,
jamás sabría que estabas esperando.
Noche tras noche tú dirías
que se parecía a mí.
Me recuesto y te miro envejecer sin mí.
La luz del sol cae sobre tu cabello de plata.
Las alfombras, los muebles,
parecen casi imaginarios ahora.
Ella continuó leyendo.
Parecía considerar su ausencia
sin una importancia especial,
como si alguien en un día perfecto considerara
que el clima es un fracaso
porque no cambió su parecer.
Entornas tus ojos.
Tienes el impulso de cerrar el libro
que describe mi resistencia:
cómo cuando me recuesto imagino
mi vida sin ti, imagino irme
hacia otra vida, otro libro.
Él describe tu dependencia en el deseo,
cómo las momentáneas revelaciones
de estos propósitos te hacen temer.
El libro describe mucho más de lo que debiera.
Él quiere dividimos.
3
Esta mañana desperté y creí
que no había más en nuestras vidas
que la historia de nuestras vidas.
Cuando estuviste en desacuerdo, te señalé
el fragmento en el libro donde no estabas de acuerdo.
Te volviste a dormir y yo comencé a leer
esos misteriosos fragmentos que tú solías adivinar
mientras eran escritos
y dejaban de interesarte después de que formaban
parte de la historia.
En uno de ellos fríos trajes de luz de luna
cuelgan sobre los respaldos de las sil1as en un cuarto de soltero.
El sueña con una mujer que ha perdido sus vestidos,
que se sienta en un banco de piedra en el jardín
y confía en los milagros.
Para ella el amor es sacrificio.
El fragmento describe su muerte
y ella nunca es nombrada,
lo cual es una de las cosas
que nunca pudiste tolerar.
Un poco más tarde aprendemos
que el hombre que sueña
vive en la casa nueva al otro lado de la calle.
Esta mañana, después de que te volviste a dormir
comencé a pasar las páginas iniciales del libro:
fue como soñar con la niñez,
tanto parecía desvanecerse,
tanto parecía cobrar vida de nuevo.
No sabía qué hacer.
El libro decía: En esos momentos era su libro.
Una corona fría descansaba incómoda en su cabeza.
El era el fugaz gobernante de la discordia interna y externa,
acongojado en su propio reino.
4
Antes de que despertaras
leí otro párrafo que describía tu ausencia
y te decía cómo dormías
para revocar el progreso de tu vida.
Me conmovió mi propia soledad mientras leía,
sabiendo que lo que sentía es a menudo
la cruda y desventurada forma de una historia
que quizá nunca sería contada.
Leía y me sacudió el deseo de ofrecerme a mí mismo
a la casa de tu sueño.
El quería verla desnuda y vulnerable,
verla en la basura, en las descartadas
tramas de sueños viejos, en los disfraces y máscaras
de estados inasequibles.
Era como si se sintiese atraído
irresistiblemente hacia el fracaso.
Era difícil seguir leyendo.
Estaba cansado y quería dejar.
El libro parecía darse cuenta de eso.
Insinuó cambiar de tema.
Esperé a que te despertaras sin saber
cuánto tiempo esperaba,
y parecía como si ya no estuviese leyendo.
Oí pasar al viento
como una corriente de suspiros
y oí el escalofrío de las hojas
en los árboles más allá de la ventana.
Estaría en el libro.
Todo estaría allí.
Miré tu rostro
y leí los ojos, la nariz, la boca...
5
Si sólo existiese un instante perfecto en el libro;
si sólo pudiésemos vivir en ese instante,
podríamos iniciar de nuevo el libro
como si no lo hubiésemos escrito,
como si no estuviésemos en él.
Pero las aproximaciones oscuras
a cualquier página son demasiado numerosas
y los escapes demasiado estrechos.
Leemos todo el día.
Cada página que pasamos es como una vela
moviéndose a través de la mente.
Cada instante es como una causa perdida.
Si sólo pudiésemos dejar de leer.
Él nunca quería leer otro libro
y ella continuaba mirando hacia la calle.
Los coches aún estaban allí,
la densa sombra de los árboles los cubría.
Las persianas estaban bajas en la casa nueva.
Quizás el hombre que vivía allí,
el hombre a quien ella amaba, estaba leyendo
la historia de otra vida.
Ella imaginaba una sala húmeda, cruel,
una chimenea fría, un hombre sentado
escribiéndole una carta a una mujer
que sacrificó su vida por amor.
Si hubiese un instante perfecto en el libro,
ése sería el último.
El libro nunca discute las causas del amor.
Pretende que la confusión es un bien necesario.
Nunca explica. Sólo revela.
6
El día va pasando.
Estudiamos lo que recordamos.
Miramos dentro del espejo al otro lado del cuarto.
No sufrimos estar solos.
El libro continúa.
Se pusieron silenciosos y no sabían cómo empezar
el diálogo tan necesario.
En primer lugar eran las palabras las que creaban divisiones,
las que creaban soledad.
Esperaron.
Pasaban las páginas,
esperaban que algo sucediera.
Remendarían sus vidas en secreto:
cada fracaso perdonado porque no podía ser probado,
cada dolor premiado porque era irreal.
No hicieron nada.
7
El libro no sobrevivirá.
Somos la prueba viviente de ello.
Está oscuro afuera, en el cuarto está aún más oscuro.
Te oigo respirar.
Me preguntas si estoy cansado,
si quiero seguir leyendo.
Sí, estoy cansado.
Sí, quiero seguir leyendo.
Digo que sí a todo.
Tú no puedes oírme.
Se sientan uno junto al otro en el sofá.
Eran las copias, los cansados fantasmas
de algo que habían sido antes.
Las actitudes que tomaron eran fatigantes.
Miraban en el libro
y se horrorizaban de su inocencia,
de su desgano a renunciar.
Se sentaron uno junto al otro en el sofá.
Estaban decididos a aceptar la verdad.
Fuese lo que fuese, la aceptarían.
El libro tendría que escribirse
y tendría que ser leído.
Ellos son el libro y
nada más.
Tu sombra.
Ya tienes tu sombra.
Los lugares donde estuviste alguna vez te la han devuelto.
Los corredores y los jardines pelados del orfanato te la han devuelto.
Los Casa de los Vendedores de Diarios te la ha devuelto.
Las calles de Montreal y Nueva York te la han devuelto.
Los cuartos de Belém donde los lagartos mordisqueaban mosquitos te la han devuelto.
Las oscuras calles de Manaos y las calles humedas de Río te la han devuelto.
La ciudad de México donde quisiste dejarla te la ha devuelto.
Y Halifax, cuyo puerto se lavaría las manos de ti, te la ha devuelto.
Ya tienes tu sombra.
Cuando viajabas el blanco despertar de tu partida enviaba tu sombra debajo, cuando
llegabas estaba ahí para recibirte. Tuviste tu sombra.
Las puertas donde entrabas se quedaban con tu sombra, pero al salir la devolvían.
Tuviste tu sombra.
Aún cuando olvidabas tu sombra, volvías a encontrarla: siempre estuvo contigo.
Una vez en el bosque la sombra de un arbol cubrió tu sombra y no pudimos reconocerte.
Una vez en el bosque pensaste que tu sombra habia sido arrojada por otro.
Tu sombra no dijo nada.
Tus ropas llevaban tu sombra dentro; al desvestirse se derramaba como la oscuridad de tu pasado.
Y tus palabras, que vagan como hojas en un aire perdido, en un lugar que nadie sabe, te devolvieron tu sombra.
Tus amigos te devolvieron tu sombra.
Tus enemigos te devolvieron tu sombra. Dijeron que era muy pesada, que podría cubrir tu tumba.
Al morirte tu sombra se durmió en la boca del horno y comió el pan de las cenizas.
Se regocijo entre ruinas.
Vigiló el sueño de los otros.
Brilló como cristal entre las tumbas.
Se clamó a sí misma como el aire.
Quiso ser como la nieve en el agua.
Quiso ser nada. Pero no fue posible.
Se vino a mi casa.
Se sentó en mis hombros. Tu sombra es tuya.
Te lo he dicho tantas veces. He dicho que era tuya.
Mucho tiempo la llevé conmigo. Te la devuelvo.
No muriendo.
Mis arrugas son nada
Mis canas nada
Mi barriga abultada
de tantas comidas
Mis tobillos hinchados
Mi mente oscurecida
Todo eso es nada
Soy el mismo niño
Que mi madre besaba.
Manteniendo las cosas enteras.
En un campo
Yo soy la ausencia
del campo. Este es
siempre el caso.
Donde quiera que yo esté
yo soy lo que falta.
No estoy pensando en la muerte...
No estoy pensando en la muerte, pero la muerte está pensando en mí.
se acomoda en su sillón, se frota las manos, tira
de su barba y dice: "Estoy pensando en Strand, estoy pensando
que uno de estos días estaré allí de regreso, blandiendo mi guadaña
o sosteniendo mi reloj de arena contra la luna, y Strand aparecerá
de saco y corbata, y juntos, bajo los árboles desnudos
de los bulevares entraremos en la ciudad de las almas. Y cuando
lleguemos a la Gran Plaza con sus mansiones de mármol, la muchedumbre
que había estado allí esperando nos recibirá con clamores delirantes,
y sus lágrimas, endurecidas y frías como cristales por haber sido
contenidas tanto tiempo, caerán, y resonarán en las piedras del pavimento."
Oh, que sea pronto. Que sea pronto.
El guardián.
La puesta de sol. Los prados ardiendo.
El día perdido, perdida la luz.
¿Por qué amo lo que huye?”
Tu que te fuiste, que lo estabas dejando
¿Qué habitaciones oscuras habitas?
Aguardando mi muerte
Preservando mi ausencia. Yo estoy vivo.
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