Soliloquio final, del amante interior.
Fuera de esta misma luz,fuera de la mente central,
nosotros hacemos una morada en el aire del anochecer,
en el que estar ahí juntos es suficiente.
El lector.
Toda la noche la pasé leyendo,
Sentado, leyendo en un libro
De páginas oscuras.
Era otoño y las estrellas caídas
Cubrían las formas encogidas
Inclinadas a la luz de la luna.
No había lámpara mientras leía,
Y una voz susurraba:
"Todo regresa al frío,
Incluso el almizcleño moscatel,
Los melones, las peras rojizas
Del jardín sin hojas."
Las páginas oscuras no sufrieron huella
Excepto el trazo de estrellas ardientes
En el cielo helado.
El hombre de la guitarra azul.
I
El hombre inclinado sobre su guitarra,
Un pobre sastre. El día era verde.
Dijeron: «Tienes una guitarra azul;
No tocas las cosas como son».
El hombre replicó: «Las cosas como son
Cambian en la guitarra azul».
Entonces le dijeron: «Tócanos un aire
Más allá de nosotros, que sea nosotros mismos,
Un aire en la guitarra azul
De las cosas exactamente como son».
II
Llevar no puedo un mundo muy redondo,
Aunque lo enmiendo como puedo.
Canto a la testa del héroe, bronce
Barbado y largo ojo, mas no al hombre,
Aunque le enmiendo como puedo
Y al hombre casi a su través alcanzo.
Si cantar casi al hombre
Es evitar, con ello, las cosas como son,
Decid que es la serenata de un
Hombre que toca una guitarra azul.
III
Ah, tocar al hombre número uno,
Mover la daga en su corazón,
Extender su cerebro en la tabla
Y extraer los acres colores,
Clavetear su mente en la puerta,
Sus alas esparcidas a la lluvia y la nieve,
Golpear sus vivos gritos,
Tocarlos, golpearlos, hacerlos realidad,
Golpearlos desde un salvaje azul
Rasgueando el metal de las cuerdas...
IV
¿Es esto la vida, pues, las cosas como son?
En la guitarra escoge su camino.
¿Un millón de personas en una
Sola cuerda, y en ella todo su ademán,
Y todo su ademán, incierto y cierto,
Y todo su ademán, violento y delicado?
Los sentidos invocan loca y astutamente,
Como un zumbar de insectos en el aire de otoño,
Y eso es la vida, pues, las cosas como son,
Este zumbar de la guitarra azul.
V
No nos hables de la grandeza de la poesía,
De antorchas alumbrando el subterráneo,
De la estructura de las bóvedas en un punto de luz.
En nuestro sol no hay sombras,
El día es deseo y la noche es sueño.
En ningún lado hay sombras.
En nosotros la tierra es lisa y simple.
No hay sombras. La poesía,
Excediendo la música, tomará su lugar,
Su vacío firmamento y sus himnos,
Con poesía nosotros su lugar tomaremos,
Y aún con el rasgueo de tu guitarra.
VI
Un aire mas allá de lo que somos,
Mas no cambiado en la guitarra;
Que sea nosotros mismos, como en el espacio,
Pero no cambiado, excepto el lugar
De las cosas como son, sólo el lugar
De las cosas como tu las tocas en la guitarra,
Lugar, así, tras el compás de cambio,
Percibido en una atmósfera final;
En el momento final, en la forma en que
El pensamiento del arte parece final cuando
El pensamiento de un dios es rocío humeante.
La tonada es espacio. La guitarra azul
Llega a ser el lugar de las cosas como son,
Una mezcla de sentidos de la guitarra.
VII
El sol es el que mueve nuestras obras.
La luna no las mueve. Es un mar
¿Diré entonces del sol:
Es un mar; nada mueve;
El sol no mueve más nuestras obras
Y la tierra vive con hombres que se arrastran,
Mecánicos insectos no muy cálidos?
Y permaneceré en el sol, como ahora
Permanezco en la luna, y llamarlo un bien,
Inmaculado, misericordioso bien,
Aislado de nosotros, de las cosas como son?
No ser parte del sol? Permanecer
Alejado y llamarlo misericordioso?
Las cuerdas están frías en la guitarra.
VIII
El florido, turgente cielo vívido,
El inundante rayo rodador,
La mañana aún cubierta por la noche.
Las nubes tumultuosamente claras
Y el tacto endurecido en frías cuerdas
Que luchan con apasionados coros
Gritando entre las nubes y furiosos
Con los dorados antagonistas en el aire
Sé que mi perezoso y plomizo rasgueo
Es como la razón en la tormenta;
Y sin embargo atrae a la tormenta.
Yo dejo de tocar y la abandono.
IX
Y el color, el sombrío azul
Del aire, en el que la guitarra
Es una forma, descrita mas difícil,
Y solamente soy una sombra inclinada
Sobre las aflechadas, suaves cuerdas,
El artífice de algo que debe hacerse;
El color como un pensamiento que crece
Más allá de un humor, la túnica trágica
Del actor, mitad sus gestos, mitad
Su habla, el atavío de su sentido, seda
Saturada de sus melancólicas palabras,
El clima de su escena, él mismo.
X
Erige más rojas columnas. Tañe una campana
Y golpea los huecos llenos de estaño.
Tira papeles en las calles, los deseos
De los muertos, majestuosos en sus tumbas.
Y los bellos trombones —contempla
El acercarse de aquel a quien nadie cree,
Aquel a quien todos creen que creen,
Un pagano en un coche barnizado.
Tamborilea sobre la guitarra.
Apóyate en el campanario. Grita fuerte:
«Aquí estoy, adversario, para hacerte
Frente, soplando los brillantes trombones,
Mas con un pequeño infortunio
En el alma, un pequeño infortunio,
Siempre el preludio de tu muerte,
El toque que abate a hombres y rocas.»
Los hombres que caen.
Para que el mundo duerma cantan Dios y los ángeles,
Ahora que la luna sale al calor
Y de nuevo os grillos chillan en la hierba, la luna
Arde sobre el espíritu en perdidos recuerdos.
Él yace , y ahora el viento nocturno sopla sobre él.
Crecen las campanas, No es sueño esto, Esto es deseo
Ah, sí, deseo... este apoyo en su cama,
Este apoyar los codos en su cama
Mirando , a medianoche, la almohada que es negra,
catastrófico cuarto... tras la desesperación,
como violento instinto, ¿ Qué es lo que desea?
Pero el hombre que piensa no puede saber esto.
Sino la misma vida, el cumplimiento del deseo.
Soldado, hay una guerra entre la mente...
Soldado, hay una guerra entre la mente
y el cielo, entre el pensamiento y el día y la noche.
Por eso el poeta está siempre al sol,
remienda la luna en su habitación y la cose
a sus cadencias virgilianas, arriba abajo,
arriba abajo. Es una guerra que nunca acaba.
Sin embargo depende de la tuya. Las dos son una.
Son un plural, un derecha e izquierda, un par,
dos paralelas que se encuentran aunque sea solamente en
el encuentro de sus sombras o que se encuentran
en un libro en un cuartel, una carta de Malasia.
Pero tu guerra acaba. Y después regresas
con seis carnes y doce vinos o bien sin ellos
para andar por otra habitación... Monsieur y camarada,
el soldado es pobre sin los versos del poeta,
sus compendios insignificantes, los sonidos que se clavan,
inevitablemente modulantes, en la sangre.
Y guerra por guerra, tiene cada una su clase de valentía.
Qué sencillamente el héroe ficticio se vuelve el real;
qué alegremente con las palabras justas muere el soldado,
si ha de morir, o vive del sustento del habla fiel.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario