jueves, 23 de mayo de 2024

Poemas. Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887)

Un sueño de muerte.


¿Hacia dónde navegaremos? ' - Así dijo, creí,
Una voz que sólo podría ser oída en sueños:
Y nos deslizamos sin mástil ni remos,
Un bote maravilloso sobre un espléndido mar.

De pronto la orilla se torció hacia una bahía,
Amplia, tranquila, con magníficas algas ondeando
Bajo el agua, como los pensamientos que se agitan
En el misterioso y profundo corazón de los poetas.

Tan quieta, tan justa, tan rosada en el alba
Dormía esa bahía brillante: aunque parecía respirar,
Tal vez del aire, o de las olas susurrantes,
O de aquella voz, tan cercana como la propia alma.

"Hubo un naufragio anoche". ¿Un naufragio? ¿entonces dónde
El buque, dónde la tripulación? - el mar que todo lo sepulta,
Sobre el cual no hay mandamientos ni crónicas,
Yace sobre ellos con su sonrisa de cristal.

"El naufragio ocurrió anoche". Mirando abajo,
Profundamente debajo de la superficie, advertimos
Los rostros sombríos con sus ojos abiertos
Hacia el amanecer que no podían ver.

Uno fue movido por las algas: otro se estremecía,
Los peces teñidos de rojo se deslizaban sobre su pecho;
Alguien, con el cabello flotando, se mecía silenciosamente
Sobre la aguda horquilla, como un niño.

"El naufragio ha sido" -dijo la voz melódica-
"Y todo está en paz. Los muertos, que, mientras dormíamos,
Lucharon por sus vidas, ahora descansan sin temer a la tormenta:
No lloremos sobre ellos cuando sonríen las olas".

Y navegamos sobre las arenas diamantinas,
Flores de mar brillantes, y caras blancas en una calma pedregosa,
Antes que las olas nos arrastren al mar abierto,
Y el gran sol surgió sobre el mundo.




Sólo una mujer.


La verdad fue dicha. La tomé como una pequeña sierpe,
No me matará. Mi corazón no se romperá,
Aunque más no sea por el cariño de los que me rodean.

Por él también, en cierta manera. Deja que no sea culpado;
Tampoco digamos que me ha dado un honor manchado,
Excepto (Apenas merece ser nombrado) su corazón.

Se ha ido. La muerte corrupta podría ser
Fácilmente vencida, respirando.
Entonces todo su ser hasta mí volvería.

Jamás lo he visto en los cortejos deportivos,
Ni lo he cortejado como las inocentes doncellas,
No me importó cuándo caería el precio de la dicha.

Sólo lo amé (cualquier mujer lo haría),
Callé mi amor hasta que él lo reclamó,
Luego fluí como un torrente por su vida seca.

Fui tan feliz que haría de él una santa bendición,
Tan feliz de que haya sido el primero y el mejor,
Así como lo fui yo: ambos presas, ambos cazados.

¡Ah, si sólo hubiese sido real!
Si por un sólo año, un mes, o dos,
Me hubiese dado amor por amor.

O si me hubiese confesado: la muerte es un hecho;
Si abatido hubiese depositado el trono de su corazón.
¡Pobre sustituto! Pues su reina se había ido.

O si hubiese suspirado, cuando sus besos duces
Agitaban mis labios en cálidas caricias,
Que él besaba a otra dama como esta, menos amargo sería.

A veces sé que podría lamentar
El engaño, como los niños al soñar,
Pero mi angustia es demasiado seca para llorar.

Entonces levanté mi hogar en una tierra extraña;
Burlada por un corazón atrapado en la duda,
Una esencia que parecía firme, sin embargo tan solitaria.

Y cuando aquel corazón comenzó a helarse (helado permanece),
Yo, ignorante, me afané en todas las artes de la mujer,
Culpando a mi estúpido dolor; me volqué a todo por él.

Estaba destinado a ser:
El trazo pleno de la agonía fue construido,
Y el cáliz amargo de Tántalo me fue servido.

Otra vez digo: Él me dio todo lo que reclamé,
Y mis niños jamás deberán avergonzarse,
Él es un hombre justo, y vivirá sin culpas.

¡Oh, Dios, Dios! Ruego por pan y recibo piedras,
Diariamente descansa mi cabeza
Sobre un pecho donde un viejo amor ha muerto.

¿Muerto? ¡Tonta, si nunca has vivido!
Sólo has vaciado las horas como un cadáver frío.
Tampoco has escuchado en la tumba el cuerpo caído.

Él mantendrá a su otra dama lejos,
No se si su rostro es brutal o bello,
Sólo sé que era su deleite.

Por lo tanto, mi canto comienza a terminar.
No pienso en las risas o el insulto del mundo.
En este tormento no se oye el consuelo de los amigos,
Ni la ciega burla de los enemigos.

Nadie sabe. Nadie escucha.
Conservo algo de mi orgullo,
El suficiente como para levantarme como esposa,
Sonreír ante él como cuando era su novia estúpida.

Feliz, mientras los solemnes años pasan de largo,
Él pensará con un suspiro, mirando hacia el pasado,
Que la otra mujer era la sombra de la que está a su lado.




Mortalidad.


Y seremos cambiados, seremos transformados...
Vosotros, finos musgos, líquenes grises,
embutidos uno a uno en un pliegue sensible;
así, plácidamente, día tras día,
retornaréis a vuestra primera morada.

Hojas marchitas, que con aérea gracia
se deslizan de sus ramas como frágiles aves,
abandonan sus irrepetibles nichos,
sólo para ser reemplazadas en la verde primavera.

Si nosotros, criaturas conscientes de Dios,
tuviésemos también fe en nuestra irrevocable descomposición,
no temblaríamos como lo hacemos,
cuando la tierra cae sobre la tierra.

Con la misma dulce paciencia
deberíamos abrazar este destino mortal,
ya que en todas las nuevas formas
se encuentra el espíritu listo a renacer.

Sabiendo que cada gérmen de vida que Él urdió,
tendrá en Él su fuente y su crepúsculo,
y todo lo que alguna vez vibró
podrá cambiar, más nunca terminar.

Vosotras, hojas muertas, cayendo suave en la brisa,
Vosotros, finos musgos y líquenes grises;
cerrad los ojos en vuestras tumbas
pues también la vida habita allí.




Los años.


¿Por qué reunimos un ejército de años
Detrás y delante de nosotros,
Sintiendo los pequeños días como despojos,
Cómo ángeles en el viento?

Cada año, girando en torno a un pequeño rostro,
Tan cercano como hermoso,
Que por ser apenas diminuto
Jamás lo vemos claro.

Y así nos rodea, lejos nos abandonan
En su triste desdén,
Aunque daríamos la vida por él,
Los días nunca retornan.




En lo profundo del valle.


En lo profundo del valle, lejos de toda mirada,
En un amanecer de mayo, mi verdadero amor vino hacia mi:
En silencio nos sentamos, su cabeza sobre mi hombro;
Tiernamente soñamos con los días que serán,
Soñamos con los días que pronto serán.

En lo profundo del valle, la lluvia cayó temblando,
A salvo duerme ella bajo el árbol del camposanto:
Todavía siento su cabeza sobre mi hombro,
Todavía sueño con los días que nunca serán,
Todavía lloro por los días que nunca serán.


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