viernes, 24 de mayo de 2024

Poemas. Elizabeth Siddal (1829-1862)

Otoño.


Sobre su nueva y brillante tumba
Las hojas de otoño están cayendo,
Donde la hierba alta se inclina oyendo
El murmullo incesante de las olas.

Anciano otoño, estoy aquí
Con mis espigas en cada mano;
Pronuncia la palabra del olvido,
Sólo el reposo parece bueno para mi.




Muerte prematura.


No te lamentes con amargas lágrimas
Por la vida que pasa rápido;
Las puertas del cielo se abrirán anchas
Y hacia ellas me llevarán al final.

Siéntate dócil y manso junto a mí
Y observa mi joven vida mientras huye;
Entonces la paz de una muerte solemne
Vendrá tranquilamente hacia nosotros.

Pero mi Amor, búscame en la multitud
De los etéreos espíritus del pasado,
Entre las mías yo tomaré tu mano
Y sabré que eres mío al final.




Fragmento de una balada.


Muchas millas sobre el campo y el mar
Hasta que mi amor pudo retornar,
De sus palabras no tengo recuerdos,
Sólo el de los árboles y el gemido del viento.

Y arribó listo para tomar sin daño
La cruz que he cargado por años,
Pero las palabras llegaron lentas
De aquellos fríos y mudos labios.

¿Cómo sonaban mis palabras lentas y plenas,
En aquel gran corazón que me amó en la pena,
Venido a salvarme del odio y el dolor
Y a confortarme con su delicado amor?

Sentí al viento golpeando frío, gélido,
Y a la bruma roja acariciar la puerta;
Sentí que el hechizo que sostenía mi aliento
Se quebraba, viviendo siempre muerta.




Un bosque silencioso.


Oh, silencioso bosque, te atravieso
Con el corazón tan lleno de miseria
Por todas las voces que caen de los árboles,
Y las hierbas que rasgan mis piernas.

Deja que me siente en tu sombra más oscura,
Mientras los grises búhos vuelan sobre tí;
Allí he de rogar tu bendición:
No convertirme en una ilusión,
No desvanecerme en un lento letargo.

Escrutando a través de las penumbras,
Como alguien vacío de vida y esperanzas,
Congelada como una escultura de piedra,
Me siento en tu sombra, pero no sola.

¿Podrá Dios traer de vuelta aquel día,
En el que como dos figuras sombrías
Nos agitamos bajo las hojas tibias
En este silencioso bosque?




Amor sincero.


Adiós, noble Richard,
Tierno y valiente;
De rodillas beso
El polvo de tu tumba.

Ruega por mí, Richard,
Yaciendo solo
Con manos sinceras,
Hechas de piedra blanca.

Pronto debo abandonar
Esta dulce marea del estío;
Otro aguarda reclamar
La presencia de su pálida novia.

Pronto retornaré hasta ti,
Sincero y valiente,
Cuando las hojas muertas
Vuelen sobre tu tumba.

Entonces me encontrarán
Cerca de tu rostro,
Viendo o desmayada,
Dormida o muerta.




Un año y un día.


Lentos días han pasado haciendo un año,
Lentas horas que hacen un día,
Desde que tomé a mi dulce primer amor
Y lo besé a la manera antigua;
Las verdes hojas acariciaron mis mejillas,
Querido Cristo, en este mes de mayo.

Reposo entre la erguida y húmeda hierba
Que se arquea encima de mi cabeza,
Cubriendo mi rostro perdido,
Cobijándome en ese lecho
Con ternura y amor,
Como la hierba sobre los muertos.

Oscuros espectros de un mal desconocido
Flotan sobre mi mente cansada;
Las informes visiones de mi vida
Pasan como un tren fantasmal;
Algunas corren por mis mejillas,
Penosas lágrimas que caen como rocío.

Una sombra descansa sobre la hierba
Y se posa a mis pies;
Un nuevo rostro aparece entre mis manos.
Querido Cristo, si pudiese llorar mi desdicha
Para que el silencio caiga sobre las hojas de estío
Mientras saludo a este nuevo rostro mío.

Sin embargo, no es sino la memoria
De algo que he visto
En un verano de ensueño,
Entre los verdes tallos pequeños:
El rostro de aquel dulce amor,
Que extraño y lejano parece.

El río siempre corre
Entre mis sábanas de césped,
Las voces de un millar de aves
Que cantan sobre mi cabeza,
Me traerán un triste sueño
Cuando este sueño triste haya muerto.

El silencio cae sobre mi corazón
Y agita todo su dolor.
Estiro mis brazos en el pasto largo
Y vuelvo a dormir,
Vacía de todo amor, de vida,
Como una espiga vencida.




Agotada.


Tus fuertes brazos me rodean,
Mi cabello se enamora de tus hombros;
Lentas palabras de consuelo caen sobre mi,
Sin embargo mi corazón no tiene descanso.

Porque sólo una cosa trémula queda de mí,
Que jamás podrá ser algo,
Salvo un pájaro de alas rotas
Huyendo en vano de ti.

No puedo darte el amor
Que ya no es mío,
El amor que me golpeó y derribó
Sobre la nieve cegadora.

Sólo puedo darte un corazón herido
Y unos ojos agotados por el dolor,
Una boca perdida no puede sonreír,
Y tal vez ya nunca vuelva a reír.

Pero rodéame con tus brazos, amor,
Hasta que el sueño me arrebate;
Entonces déjame, no digas adiós.




Amor y odio.


No abras tus labios, necio,
Ni gires hacia mi tu rostro;
La furia del cielo te derribará,
Entonces mi gracia será tuya.

Borra tu sombra de mi camino,
Y no derroches vanas plegarias;
El salvaje viento puede insinuar tu canto,
Más nunca rogaré que te quedes.

Llévate lejos esos falsos ojos oscuros,
No los demores sobre mi rostro;
Te amé con gran amor, y ahora un gran odio,
Lúgubremente, se sienta en su lugar.

Todos los cambios pasan como un sueño,
Yo no canto ni rezo;
Tú eres el árbol venenoso
Que huyó con mi vida lejos.




Perdido.


Tocar el guante sobre su mano suave,
Mirar la joya brillando en su anillo,
Elevó mi corazón hacia un castillo
Como la súbita canción de las aves.

Tocar su sombra sobre la hierba soleada,
Quebrando su camino por el bosque oscuro,
Llenó mi vida con un tembloroso orgullo,
Lágrimas silenciosas en la tarde agotada.

Observé a las sombras reunirse en el olvido,
Y sólo vivo para saber que la he perdido,
Pues se ha ido, perdida eternamente sin marcas,
Como la tierna paloma que abandonó el arca.




Al final.


Oh, Madre, abre la amplia ventana
Y deja que entre el día;
Oscuras se tornan las colinas
Y los pensamientos comienzan a nadar.

Madre querida, toma mi joven hijo,
(Ya que de tí he nacido)
Y cuida todos sus pequeños caminos
Hazlo sabio sobre tu falda.

Lava mis manos luctuosas
Y luego ata mis pies;
Mi cuerpo ya no puede descansar
Fuera de su sábana tortuosa.

Toma el brote de un árbol joven
Y verde hierba recién segada,
Déjalos sobre ésta lóbrega cama
Para que mi dolor no se sepa.

Encuentra tres bayas rojas
Y arráncalas del tallo,
Quémalos al canto del gallo
Para que mi alma no regrese.

Cuando caigan las gruesas lágrimas,
(Y caerán, Dios lo sabe)
Díle que que morí de un gran amor
Y que mi corazón ha muerto alegre.

Cuando el sol se haya puesto
Y la hierba ondule en tu regazo,
Arrástrame en el frágil ocaso
Y ocúltame entre las tumbas.




El paso del amor.


Oh Dios! Perdona que haya hundido mi vida
En un oscuro Sueño de Amor.
¿Las lágrimas de la angustia alguna vez
Lavarán la pasión de mi sangre?

El Amor custodia mi corazón
En un canto de alegría,
Mi pulso tiembla con su melodía;
Mientras las frías ráfagas del invierno soplan
Sobre mi, como una dulce brisa de junio.

El Amor flota sobre las brumas del amanecer,
Y descansa en los rayos del crepúsculo;
Él calmó el trueno de la tormenta
E iluminó todos mis sentidos.

El Amor me sostiene a través del día,
Y en sueños me acompaña por las noches,
Ningún mal puede acechar mi vida,
Pues mi espíritu es ligero como las flores.

Oh Cielo! Piedad por mi corazón inocente,
El paso del tiempo quebró ese placer diario,
El ídolo fue arrastrado por la corriente,
Destrozando para siempre mi santuario.




Amor muerto.


Nunca llores por un Amor muerto,
Ya que rara vez el Amor es verdadero.
Él cambia sus ropas del rojo al azul,
Y del más brillante azul al rojo,
El Amor ha nacido a una muerte temprana,
Y su realidad es apenas un despojo.

Entonces no ancles tu sonrisa
En su pálido rostro descarnado,
Para exhalar el más profundo de los suspiros.
Las palabras justas en labios sinceros
Pasarán, y sin dudas morirán;
Y tu estarás solo, mi querido,
Cuando se desaten los vientos invernales.

Nunca lamentes aquello que no puede ser,
Pues este Dios no regala dones.
Si este pobre sueño de amor fuese nuestro,
Entonces, querido, estaríamos en el Cielo,
Pero aquí sólo hay campos muertos,
Donde el verdadero amor jamás es cierto.




La lujuria de los ojos.


No rezo por el alma de mi Dama,
aunque antaño haya adorado su sonrisa;
Su destino final no me atormenta,
ni cuándo su belleza perderá su encanto.

Sólo me siento a los pies de mi Dama,
mirando fijo sus ojos salvajes,
sonriendo al pensar cómo mi amor huirá
cuando su radiante belleza muera.

No me atribulan las plegarias de mi Dama,
pues sordo yace nuestro Padre en el cielo.
Mi corazón late con alegre melodía
al sentir que su amor me ha sido otorgado.

Entonces, quién cerrará los ojos de mi Dama?
Quién doblará sus frágiles manos?
Alguien la asistirá cuando sus ojos lluevan,
mientras, silenciosa, camine hacia las Tierras Desconocidas?


No hay comentarios.:

Publicar un comentario