miércoles, 22 de mayo de 2024

Poemas. Katharine Tynan (1861-1931)

Todas las almas.


La Puerta del Cielo está por cerrarse
Ante la noche, muchos aceptan con agrado
Volver al hogar para una vigilia nocturna,
Nuevamente junto a sus amores.

Oh, dónde el padre y la madre se sientan,
Hay un mar de hojas muertas ante la puerta,
Como el repiqueteo de unos pequeños pies
Que ya no volverán.

Sus pensamientos vagan por la noche y el frío,
Sus lágrimas son más densas que las rocas,
¿Pero quién es éste sobre el umbral,
Tan joven y alegre?

Han venido de la Tierra de la Juventud,
Han olvidado cómo llorar,
Palabras de consuelo sobre las lenguas,
Y un beso que atesorar.

Se sientan y se quedan por un tiempo,
Besos y comodidad no faltarán;
En la mañana se robarán una sonrisa
Y una larga mirada hacia atrás.





Ojos tranquilos.


Los muchachos regresan de la guerra,
Con ojos tranquilos para cosas tranquilas,
Un niño, una estrella, un cordero y su esquila,
Un pájaro volcando su canto en la tierra.

Hondos rostros jóvenes, profundamente marcados,
Rasgan el suave satén de la memoria;
Y aún oculta, fuera de la historia,
Continúa ocultando el dolor de los condenados.

Como la pesadilla que muere con el sueño,
La pena y un horror intolerable descansan
En los ojos jóvenes que recuerdan y guardan
Su inocencia, una plegaria sin dueño.

Los ojos mundanos son polvorientos y débiles,
Los ojos del pecado están cansados y fríos,
El joven soldado regresa a casa, vacío,
Con la mirada perdida de los ancianos.

La guerra barre del rostro su inocencia.
¡No hay cura para las heridas invisibles!
Y el alma atisba desde su refugio lo posible:
Ilesa, inmaculada, indemne.





Ninfas.


¿Dónde están ahora,
Oh, hermosas doncellas de la montaña,
Dónde las Oréadas, dueñas de la Mañana?
Nada agita el recuerdo reciente,
El goteo limpio de aquella fuente;
Nada responde nuestros clamores,
Sólo el corazón lleno de dolores
En el Valle de los Zorzales;
Que se agita en los confines,
Pero el brillante rocío
Cae suave sobre los oídos,
Haciendo su delicado lecho de juncos,
Entonces escucha, despierto.





El viento que sacude las espigas.


Hay música en mi corazón todo el día,
La oigo en la aurora y en el crepúsculo,
Proviene de ignotas tierras lejanas,
El viento que sacude las espigas.

Por encima de los montes bañados en rocío
El cielo cuelga suave y perlado,
Un mundo de esmeraldas escucha deseando
Al viento que sacude las espigas.

Sobre las cimas azuladas de las montañas
La alondra esconde su melodía,
Y las rocas continúan la sinfonía
Del viento que sacude las espigas.

Incluso en el verano, atravesada la primavera,
Me convoca tarde y temprano,
Vuelve a Casa, Vuelve al Hogar, así suspira
El viento que agita las espigas.





El final del día.


La Noche oscurece rápido, y las Sombras crecen,
Las nubes y la lluvia se congregan sobre mi casa,
Sólo se oyen los gemidos de la madera, ¿los escuchas?
Quejidos de dolor cuando el agua penetra sus venas.

Soledad y Noche! La Noche es solitaria,
Cubriendo las estrellas en su seno maternal,
Envolviéndolos en su velo oscuro de intimidad;
Protegiendo al afligido, al cansado, al desposeído.

Cuándo se iluminará? La Noche es amable,
No todos sus instantes pasan fugaces;
Ahora, en mi hogar las horas caen a ciegas,
Tras el débil escalofrío del amanecer,
Tras la tímida canción de la alondra.

Duerme ahora! La Noche vuela en las alas del esplendor,
Ocultando la luz de los ojos bajo su negro mar,
Suave y seguro, bajo su mirada tan tierna,
Deberías despertar, deberías despertar y llorar.





El carruaje de la muerte.


En la noche, cuando los enfermos yacen despiertos,
Escucho pasar al Carruaje de la Muerte;
Lo oí pasar salvaje, por senderos desiertos,
Y supe que mi hora aún no había llegado.

Click-clack, click-clack, los cascos pasaron,
Tirando del Carruaje, viajando en rápidas alas,
Viajando lejos, a través de la lúgubre noche.
Los muertos deben descansar hasta el alba.

Si alguien caminase sigiloso tras sus huellas,
El Carro y los caballos, negros como la medianoche,
Verá viajando a la Sombra de la Perdición,
Que atrae a todos, y a cada uno por venir.

Dios es piadoso con los que aguardan en la noche,
Escuchando al Carruaje de la Muerte en el umbral,
Y aquel que lo oiga, aunque sea débilmente,
El espantoso Carro se detendrá para él.

Él partirá con el rostro lívido,
Subiendo al Carro y tomando su lugar,
La puerta se cerrará, sin nunca vacilar.
Rápido se cabalga en compañía de los muertos.

Click-clack, click-clack, la Hora es fría,
El Carruaje de la Muerte sube la distante colina.
Ahora, Dios, Padre de todos nosotros,
Limpia de tu viuda las lágrimas que caen.





Alas en la noche.


En la suave medianoche de primavera
Se oye un zumbido de alas
Cortando el aire, furtivas;
Moviéndose en la noche inquieta.

Volando sobre mares amargos
Juntos han retornado a casa.
Alegres en la luz escasa
De las viejas colinas grises.

Llamando, llamando suavemente
Uno alumbra el cristal de una ventana:
El grajo, sorprendido por la entrada,
Regresa a su sueño quedamente.

La estela yerma del páramo despierta
Y el lavanco efectúa su ingreso,
Las aves derraman sobre los techos
Una manto de agudos y largos llantos.

La paloma despierta bajo la estrella
Hacia un gemido lastimero,
Y aquel tímido lamento sincero
Es por penas que no son de ella.

Pues ellos nunca fueron pájaros,
Sino almas de hombres en el viento,
Buscando, incansables, el seno materno,
El corazón que es suave y amable.

De los muertos son las almas,
Que vienen de los campos de matanza,
Han retornado al hogar, sin esperanza,
Sobre las oscuras aguas salvajes.


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