viernes, 12 de julio de 2024

El botín de Bombasharna. Lord Dunsany (1878-1957)

Las cosas se le habían puesto muy feas a Shard, capitán pirata, en todos los mares que conocía. Los puertos españoles estaban cerrados para él; le conocían en Santo Domingo; en Siracusa los hombres pestañeaban cuando pasaba a su lado; los reyes de las Dos Sicilias jamás reían después de haber estado hablando de él hasta pasada una hora; todas las ciudades importantes ofrecían enormes recompensas por su cabeza y divulgaban retratos de él para su identificación... todos ellos bastante poco halagüeños. Por tanto, el capitán Shard decidió que había llegado la hora de contar a sus hombres el secreto.

Una noche, abandonando Tenerife, los convocó a todos. Admitió con franqueza que había cosas en el pasado que requerían una explicación: las coronas que los príncipes de Aragón habían enviado a sus sobrinos los reyes de las dos Américas jamás habían llegado a sus Muy Sacras Majestades. ¿Dónde estaban, podía preguntarse la gente, los ojos del capitán Stobbud? ¿Quién había estado incendiando ciudades en las costas de Patagonia? ¿Por qué aceptaría un barco como el suyo un cargamento de perlas? ¿Dónde estaban el Nancy, el Lark o el Margaret Belle? Es posible, alegó, que los curiosos se hicieran preguntas como ésas, y que, si diera la casualidad de que el abogado defensor fuera tonto y desconociera las cosas de la mar, podrían verse envueltos en molestas fórmulas legales.

Y Bill el Sanguinario, como era vulgarmente conocido el señor Gagg, miembro de la tripulación, levantó los ojos hacia el cielo y dijo que la noche estaba ventosa y parecía lúgubre. Y algunos de los allí presentes se acariciaron el mentón con aire pensativo mientras el capitán Shard les revelaba su plan. Dijo que había llegado la hora de abandonar el Desperate Lark, pues era demasiado conocido por las armadas de los cuatro reinos, un quinto empezaba a conocerlo, y los demás tenían sospechas. (Más cúteres incluso de los que el capitán Shard sospechaba, estaban ya buscando su bandera negra con la calavera y las tibias cruzadas, bordadas en amarillo). Existía un pequeño archipiélago que él conocía en la zona más peligrosa del Mar de los Sargazos; tenía unas treinta islas peladas, mas una de ellas iba a la deriva. Se había dado cuenta de ello hacía años y había desembarcado sin encontrar ni un alma. Mas con el ancla de su barco la había afianzado al fondo del mar, que allí era muy profundo, y la había convertido en el mayor secreto de su vida, determinando casarse y establecerse allí si alguna vez le llegaba a ser imposible ganarse la vida en el mar de la forma habitual. Cuando la vio por vez primera, derivaba lentamente, a impulso del viento que azotaba las copas de los árboles. Mas si el cable no se había oxidado, todavía debería estar donde él la dejó; podrían hacer un timón, excavar camarotes bajo la tierra, y de noche izar velas en los troncos de los árboles y navegar así adonde quisieran.

Todos los piratas se alegraron, pues estaban deseosos de desembarcar otra vez en alguna tierra donde el verdugo no los colgase inmediatamente. Y aunque eran estúpidos, requería mucho esfuerzo ver tantas luces siguiéndoles de noche. Incluso entonces... Mas el barco se desvió otra vez y se perdió en la niebla.

Y el capitán Shard dijo que primero necesitaba conseguir provisiones y que él por lo menos intentaría casarse antes de establecerse allí. De manera que, antes de abandonar el barco, combatirían una vez más y saquearían la ciudad costera de Bombasharna, y tomarían provisiones para varios años, y mientras él se casaría con la Reina del Sur. Y de nuevo se alegraron los piratas, pues habían contemplado a menudo las costas de Bombasharna y siempre habían envidiado su opulencia desde el mar.

De manera que se hicieron a la mar, cambiando a menudo de rumbo, y eludieron las extrañas luces hasta que amaneció, huyendo todo el día hacia el sur. Y al anochecer divisaron las agujas plateadas de la esbelta Bombasharna, una ciudad que era el orgullo de la costa. Y en medio de ella divisaron, aunque estaban lejos, el palacio de la Reina del Sur; y éste estaba tan repleto de ventanas que daban al mar y tan iluminado, tanto por el crepúsculo que se fundía con el mar, como por las velas que las criadas habían encendido una a una, que de lejos parecía una perla brillando en su concha de nácar, todavía húmeda a causa del mar.

De manera que el capitán Shard y sus piratas la divisaron al anochecer sobre las aguas, y recordaron los rumores que decían que Bombasharna era la más bella ciudad costera del mundo y que su palacio era aún más hermoso. En cuanto a la Reina del Sur, el rumor no admitía comparación. Entonces llegó la noche y ocultó las agujas plateadas, y Shard se escabulló entre la oscuridad circundante, hasta que a medianoche el barco pirata se colocó debajo de las almenas que daban al mar.

Y a la hora en que la mayoría de los enfermos fallecen y los centinelas velan sus armas en las solitarias murallas, exactamente media hora antes del alba, Shard desembarcó bajo las almenas con la mitad de su tripulación en dos botes cuyos remos habían sido silenciados astutamente. Antes de que sonara la alarma fueron directamente a la entrada del palacio y, tan pronto como la oyeron, los artilleros de a bordo hicieron fuego contra la ciudad; antes de que la soñolienta tropa de Bombasharna se enterara de si el peligro venía de tierra o del mar, Shard había capturado con éxito a la Reina del Sur. Se habrían entregado el día entero a saquear aquella plateada ciudad costera de no haber aparecido con el amanecer unas sospechosas gavias en el horizonte. Por consiguiente, el Capitán descendió inmediatamente a la orilla con su Reina y apresuradamente volvió a embarcar y se fue con el botín que habían capturado precipitadamente, y con menos hombres, pues tuvieron que luchar bastante para regresar a los botes. Todo el día maldijeron la interferencia de aquellos ominosos barcos que constantemente se les aproximaban. Al principio eran seis y esa noche se lograron escabullir de todos ellos excepto de dos. Mas los días siguientes ambos seguían a la vista, y cada uno de ellos tenía más cañones que el Desperate Lark. La siguiente noche, Shard anduvo dando rodeos por el mar, mas los dos barcos se separaron y uno de ellos se mantuvo siempre a la vista. A la mañana siguiente, Shard se encontraba a solas con el barco perseguidor, cuando divisó de pronto su archipiélago, el secreto de su vida.

Shard comprendió que debía combatir y que iba a tratarse de un combate difícil; sin embargo, esto convenía a sus propósitos, ya que cuando el combate comenzó tenía más hombres de los que necesitaba en su isla. Y acabaron antes de que llegara algún otro barco. Y Shard se libró de todos los testigos adversos y aquella noche llegó a la isla próxima al Mar de los Sargazos.

Mucho antes de que se hiciera de día, los supervivientes de la tripulación se pusieron a escrutar el mar y al amanecer apareció la isla, no más grande que dos barcos, con su ancla bien tirante y el viento en lo más alto de los árboles.

Y entonces desembarcaron y cavaron unos camarotes e izaron el ancla de las profundidades, y pronto pusieron en orden la isla (ésas fueron sus palabras). Y al Desperate Lark lo enviaron vacío y a toda vela al mar, donde lo estuvieron buscando más naciones de las que Shard hubiera sospechado, siendo pronto capturado por un almirante español, el cual, al no encontrar a bordo a ningún componente de aquella famosa tripulación al que ahorcar por el cuello del penol, se sintió decepcionado.

Una vez en su isla, Shard ofreció a la Reina del Sur los más selectos vinos de Provenza, y como adorno le dio las joyas indias apresadas en los galeones que transportaban los tesoros a Madrid, y le puso una mesa, donde ella comió al sol, mientras en algún camarote bajo cubierta mandó cantar al menos tosco de sus marineros. Sin embargo, ella siempre estaba taciturna y malhumorada con él; y al anochecer con frecuencia se le oía a él decir que desearía saber más cosas acerca de los modales de las reinas. Así vivieron durante años, los piratas jugando y bebiendo casi siempre abajo, el capitán Shard tratando de agradar a la Reina del Sur y ésta no olvidando nunca del todo a Bombasharna. Cuando necesitaban nuevas provisiones izaban vela en los árboles y, mientras no aparecía ningún barco, iban viento en popa, rizando las aguas la playa de la isla; mas, tan pronto como divisaban un barco, arriaban las velas y se convertían en una roca cualquiera que no figuraba en los mapas.

Generalmente avanzaban de noche. A veces rondaban ciudades costeras, como antaño; otras veces, penetraban audazmente en la desembocadura de algún río, e incluso durante algún tiempo desembarcaban en tierra firme, donde saqueaban el vecindario, y volvían a escapar al mar. Y si algún barco colisionaba de noche con su isla, decían que era provechoso. Cada vez eran más diestros en el arte de la navegación y más astutos en sus acciones, pues sabían que cualquier noticia acerca de la antigua tripulación del Desperate Lark atraería a los verdugos, que bajarían corriendo a cada puerto desde el interior.

Y no se sabe de nadie que les descubriera o que anexionara su isla. Mas surgió un rumor que se transmitió de puerto en puerto, llegando a todos los lugares donde se reúnen marinos, y que incluso subsiste todavía hoy: en alguna parte entre Plymouth y el Cabo de Hornos había una peligrosa roca que no figuraba en los mapas, la cual surgía repentinamente en el más seguro de los rumbos marinos y contra la que, según se cree, colisionaban los veleros, sin dejar, extrañamente, rastros de su funesto destino. Al principio hubo algunas especulaciones al respecto, hasta que éstas fueron acalladas por la casual observación de un anciano que deliraba: "Es uno de esos misterios que hacen del mar un lugar encantado".

Y desde entonces, el capitán Shard y la Reina del Sur vivieron casi felices, aunque al anochecer los que se encontraban de guardia en los árboles podían ver a su capitán sentado con aire perplejo y oírle murmurar de vez en cuando con descontento: "Ojalá supiera más cosas acerca de los modales de las reinas".


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