Te vi llorar.
¡Te vi llorar! Tu lágrima, bien mío,
en tu pupila azul brillaba inquieta,
como la blanca gota de rocío
sobre el tallo gentil de la violeta.
¡Te vi reír! Y un fecundo mayo,
las rosas deshojadas por la brisa
no pudieron copiar en su desmayo
la inefable expresión de tu sonrisa.
Así como las nubes en el cielo
del sol reciben una luz tan bella,
que la noche no borra con su velo,
ni eclipsa con su luz la clara estrella.
Tu sonrisa transmite la ventura
al alma triste, y tu mirada incierta,
deja una dulce claridad tan pura
que llega al corazón después de muerta.
La lágrima.
Cuando el amor o la amistad debieran
a la ternura despertar el alma,
y ésta debiera aparecer sincera
en la mirada,
podrán los labios engañar fingiendo
una sonrisa seductora y falsa;
pero la prueba de emoción se muestra
en una lágrima.
Una sonrisa puede ser a veces
un artificio que el temor disfraza;
con ella puede revestirse el odio
que nos engaña;
mas yo prefiero para mí un suspiro
cuando los ojos, expresión del alma,
por un momento miro obscurecerse
con una lágrima.
El hombre surca el ignorado Océano
con el soplo del viento que lo arrastra,
en medio de las olas bramadoras que se levantan;
se inclina...
y en las olas procelosas
que amenazantes a su nave avanzan,
mira el abismo, y sus aguas turbias
mezcla una lágrima.
En la carrera de la noble gloria,
el valeroso capitán se afana
por ganar con su muerte una corona
en las batallas;
pero levanta al que postró en el suelo
y sus heridas compasivo baña,
una por una, en el sangriento campo,
con una lágrima.
Y cuando vuelve, henchido de ese orgullo
que hace latir el pecho que avasalla;
cuando teñida en enemiga sangre
cuelga su espada,
la recompensan todas sus fatigas
al abrazar a su consorte amada
y al darle un beso en sus mejillas húmedas
con una lágrima.
Dulce mansión de mi niñez perdida,
donde la franqueza y la amistad gozaba;
donde en medio de amor vi deslizarse
las horas rápidas;
yo te dejé con un hondo sentimiento,
volví hacia ti mis últimas miradas,
y apenas puede percibir tus torres
tras una lágrima.
Aunque no puedo repetir, como antes,
mi juramento a mi María cara,
a la que fuera para mí otro tiempo
fuego del alma,
tengo presentes los felices días
en que, niños aún, tanto me amaba,
cuando ella contestaba a mis promesas
con una lágrima.
¿En otros brazos puede ser dichosa?
¿Tiene el recuerdo de su edad pasada?
Mi corazón respetará ese nombre
que tanto amaba.
Y dije adiós a mi esperanza loca,
con una lágrima.
Cuando al imperio de la eterna noche
tome su vuelo para siempre mi alma;
cuando mi cuerpo exánime repose
bajo una lápida,
si por ventura os acercáis un día
donde mi triste sepultura se halla,
humedeced siquiera mis cenizas
con una lágrima.
Yo no apetezco mármol...monumento
que la ambición la vanidad levanta;
manto suntuoso con que el necio orgullo
cubre su nada;
no darán sus emblemas a mi nombre
el falso orgullo ni la gloria vana;
lo que yo quiero, lo que pido sólo,
es una lágrima.
Al cumplir mis 36 años.
¡Calma, corazón, ten calma!
¿A qué lates, si no abates
ya ni alegras a otra alma?
¿A qué lates?
Mi vida, verde parral,
dio ya su fruto y su flor,
amarillea, otoñal,
sin amor.
Más no pongamos mal ceño!
¡No pensemos, no pensemos!
Démonos al alto empeño
que tenemos.
Mira: Armas, banderas, campo
de batalla, y la victoria,
y Grecia. ¿No vale un lampo
de esta gloria?
¡Despierta! A Hélade no toques,
Ya Hélade despierta está.
Invócate a ti. No invoques
más allá
Viejo volcán enfriado
es mi llama; al firmamento
alza su ardor apagado.
¡Ah momento!
Temor y esperanza mueren.
Dolor y placer huyeron.
Ni me curan ni me hieren.
No son. Fueron.
¿A qué vivir, correr suerte,
si la juventud tu sien
ya no adorna? He aquí tu
muerte.
Y está bien.
Tras tanta palabra dicha,
el silencio. Es lo mejor.
En el silencio ¿no hay dicha?
y hay valor.
Lo que tantos han hallado
buscar ahora para ti:
una tumba de soldado.
Y hela aquí.
Todo cansa todo pasa.
Una mirada hacia atrás,
y marchémonos a casa.
Allí hay paz.
No volveremos a vagar.
Así es, no volveremos a vagar
Tan tarde en la noche,
Aunque el corazón siga amando
Y la luna conserve el mismo brillo.
Pues así como la espada gasta su vaina,
Y el alma consume el pecho,
Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,
E incluso el amor debe descansar.
Aunque la noche fue hecha para amar,
Y los días vuelven demasiado pronto,
Aún así no volveremos a vagar
A la luz de la luna.
Oscuridad.
Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
De esta desolación; y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz;
Y vivieron junto a hogueras - y los tronos,
Los palacios de los reyes coronados - las chozas,
Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
Fueron quemadas en los fogones; las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
Para verse de nuevo las caras unos a otros;
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
De los volcanes, y su antorcha montañosa:
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques - pero otra tras hora
Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito - y todo estuvo negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
Tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto
Los haces caían sobre ellos; algunos se tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
Sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban
Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
Con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban,
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
Y se enroscaron entre la multitud,
Sisando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
Se sació otra vez; - una comida se compraba
Con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;
Toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte,
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
Del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres
Morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
El magro por el magro fue devorado,
Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
Y un corto grito desolado, lamiendo la mano
Que no respondió con una caricia - murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
De una ciudad enorme sobrevivieron,
Y eran enemigos; se encontraron junto
A las agonizantes brasas de un altar
Donde se había apilado una masa de cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
Que era una burla; entonces levantaron
Sus ojos al verla palidecer, y observaron
El aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron -
De su propio espanto mutuo murieron,
Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
La hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío,
Lo populoso y lo poderoso - era una masa,
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -
Una masa de muerte - un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
Dormían en el abismo sin un vaivén -
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda - Ella era el universo.
Soneto a Chillon.
¡Espíritu eterno de la mente sin cadenas!
¡Libertad! Más brillante eres en las mazmorras,
Pues allí tu morada es el corazón -
El corazón al que sólo el amor por tí puede atar.
Y cuando tus hijos son enviados a los grilletes -
A los grilletes, y al húmedo sótano de penumbra sin día,
Su país vence con su martirio,
Y el nombre de la Libertad halla alas en todo viento.
¡Chillon! Tu prisión es un sitio sagrado,
Y tu triste suelo un altar, pues fue hollado,
Hasta que sus pasos dejaron una huella
Gastada, como su tu pavimento fuese un prado,
¡ Por Bonnivard! - ¡Que no se borre ninguna de esas marcas!
Pues ellas claman a Dios contra la tiranía
Cuando nos separamos.
Cuando nos separamos
en silencio y con lágrimas,
con el corazón medio roto,
para apartarnos por años,
tu mejilla se tornó pálida y fría
y tu beso aún más frío...
Aquella hora predijo
en verdad todo este dolor.
El rocío de la mañana
resbaló frío por mi frente
y fue como un anuncio
de lo que ahora siento.
Tus juramentos se han roto
y tu fama ya es muy frágil;
cuando escucho tu nombre
comparto su vergüenza.
Cuando te nombran delante de mí,
un toque lúgubre llega a mi oído
y un estremecimiento me sacude.
¿Por qué te quise tanto?
Aquellos que te conocen bien
no saben que te conocí:
Por mucho, mucho tiempo
habré de arrepentirme de ti
tan hondamente,
que no puedo expresarlo.
En secreto nos encontramos,
y en silencio me lamento
de que tu corazón pueda olvidar
y tu espíritu engañarme.
Si llegara a encontrarte
tras largos años,
¿cómo habría de saludarte?
¡Con silencio y con lágrimas!
Estrofas para la música. No digo...
No digo - No esbozo - No respiro vuestro nombre,
Hay pesar en el sonido - habría culpa en la fama;
Pero la lágrima que ahora arde en mi mejilla puede dar cuenta
Del profundo pensamiento que habita en ese silencio del corazón.
Demasiado cortas para nuestra pasión, demasiado largas para nuestra paz,
Fueron aquellas horas, ¿puede cesar su alegría o su amargura?
Nos arrepentimos - abjuramos - deseamos romper nuestra cadena;
Debemos separarnos - debemos volar a - unirla otra vez.
¡Oh! Vuestra sea la alegría y mía sea la culpa,
Perdonadme adorada - abandonadme si lo deseáis;
Pero el corazón que porto expirará sin haber sido rebajado,
Y los hombres no lo quebraran - sea lo que sea que podáis vos.
Y firme ante el altivo, pero humilde ante vos,
Habrá de ser mi alma en su más amarga oscuridad;
Y nuestros días han de ser más rápidos - y nuestros momentos más dulces,
Con vos a mi lado - que con el mundo a nuestros pies.
Una visión de vuestro dolor - una imagen de vuestro amor,
Habrá de cambiarme o confirmarme, de castigar o reprobar;
Y los sin corazón podrán maravillarse de tanto a lo que renunciamos,
Vuestro labio no habrá de responder a ellos - sino al mío.No digo - No esbozo - No respiro vuestro nombre,
Hay pesar en el sonido - habría culpa en la fama;
Pero la lágrima que ahora arde en mi mejilla puede dar cuenta
Del profundo pensamiento que habita en ese silencio del corazón.
Demasiado cortas para nuestra pasión, demasiado largas para nuestra paz,
Fueron aquellas horas, ¿puede cesar su alegría o su amargura?
Nos arrepentimos - abjuramos - deseamos romper nuestra cadena;
Debemos separarnos - debemos volar a - unirla otra vez.
¡Oh! Vuestra sea la alegría y mía sea la culpa,
Perdonadme adorada - abandonadme si lo deseáis;
Pero el corazón que porto expirará sin haber sido rebajado,
Y los hombres no lo quebraran - sea lo que sea que podáis vos.
Y firme ante el altivo, pero humilde ante vos,
Habrá de ser mi alma en su más amarga oscuridad;
Y nuestros días han de ser más rápidos - y nuestros momentos más dulces,
Con vos a mi lado - que con el mundo a nuestros pies.
Una visión de vuestro dolor - una imagen de vuestro amor,
Habrá de cambiarme o confirmarme, de castigar o reprobar;
Y los sin corazón podrán maravillarse de tanto a lo que renunciamos,
Vuestro labio no habrá de responder a ellos - sino al mío.
Estrofas para la música. Ninguna de las hijas de la belleza...
Ninguna de las hijas de la belleza
tiene la magia que tú tienes;
y es para mí tu dulce voz
como música en el agua:
como si su sonido hiciera
detenerse al encantado océano,
resplandecen las olas en su quietud
y parecen soñar los sosegados vientos.
Y la luna de la medianoche teje
sobre el mar su brillante cadena;
su pecho palpita suavemente
como un niño dormido:
así el espíritu se inclina ante ti,
para escucharte, para adorarte;
con la emoción suave y profunda
de las olas de un mar de Verano.
La gacela salvaje.
La gacela salvaje en montes de Judea
Puede brincar aún, alborozada,
puede abrevarse en esas aguas vivas
que en la sagrada tierra brotan siempre;
puede alzar el pie leve y con ardientes ojos
mirar, en un transporte de indómita alegría.
Pies ágiles también y ojos más encendidos
aquí tuvo Judea en otros tiempos,
y en el lugar del ya perdido gozo,
más bellos habitantes hubo un día.
Ondulan en el Líbano los cedros, mas se fueron
las hijas de Judea, aun más majestuosas.
Más bendita la palma de esos llanos
que de Israel la dispersada estirpe,
pues echa aquí raíces y se queda,
graciosa y solitaria:
ya su suelo natal no deja nunca
y no podrá vivir en otras tierras.
Mas nosotros vagamos, agostados,
para morir muy lejos:
donde están las cenizas de los padres
nunca descansarán nuestras cenizas;
ya ni un solo sillar le queda a nuestro templo
y en trono de Salem se ha sentado la Burla.
La peregrinación de Childe Harold.
VIII
Muchas veces, y cuando su alegría
era más exaltada, se veía la angustia
planear sobre la frente de Childe-Harold
cual un raro relámpago: diríase
que el recuerdo de una lucha mortal
o de un amor infeliz le traicionaba.
Pero nadie había aclarado este misterio,
pues su alma no era abierta e ingenua,
que encontrara consuelo en confiar sus penas,
para nada quería la compañía de amigos
que le consolaran o con él se afligieran
ante una desgracia inevitable.
La peregrinación de Childe Harold.
IX
Así, en el fondo, nadie le quería,
aunque reuniera en su mesa y en sus salones
invitados llegados de cerca o de lejos,
a quienes conocía como aduladores
de sus días de fiesta, parásitos
sin corazón del festín ofrecido,
Nadie le amaba, ni aun sus amantes,
pues la mujer sólo ama el lujo y el poder,
y cuando se desvanece, el amor
levanta el vuelo; como la mariposa
nocturna, la hermosura se deja
atraer por cuanto brilla y Mammón
triunfa donde el querubín fracasa.
Camina bella...
Camina bella, como la noche
De climas despejados y de cielos estrellados,
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Resplandece en su aspecto y en sus ojos,
Enriquecida así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día.
Una sombra de más, un rayo de menos,
Hubieran mermado la gracia inefable
Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro,
Donde dulces pensamientos expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada.
Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan
Y hablan de días vividos con felicidad.
Una mente en paz con todo,
¡Un corazón con inocente amor!
La destrucción de Senaquerib.
Bajaron los asirios como al redil el lobo :
brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura ;
sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,
como en tu onda azul, Galilea escondida.
Tal las ramas del bosque en el estío verde,
la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:
tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,
yacía marchitada la hueste, al otro día.
Pues voló entre las ráfagas el Angel de la Muerte
y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:
los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,
palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.
Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta,
mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:
al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,
fría como las gotas de las olas bravías.
Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,
con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,
y las tiendas calladas y solas las banderas,
levantadas las lanzas y el clarín silencioso.
Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan
y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,
y el poder del Gentil, que no abatió la espada,
al mirarle el Señor se fundió como nieve.
El corsario. Canción del corsario.
En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace reposado;
mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.
Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
hay en su centro a modo de fúnebre velón,
pero su luz parece no haber brillado nunca:
ni alumbra ni combate mi negra situación.
¡No me olvides!... Si un día pasaras por mi tumba,
tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido...
La pena que mi pecho no arrostrara, la única,
es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.
escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras-
la virtud a los muertos no niega ese favor-;
dame... cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡la sola recompensa en pago de tu amor!...
El corsario. (Fragmento)
Del negro abismo de la mar profunda
sobre las pardas ondas turbulentas,
son nuestros pensamientos como él, grandes;
es nuestro corazón libre, cual ellas.
Do blanda brisa halagadora expire,
do gruesas olas espumando inquietas
su furor quiebren en inmóvil roca,
hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
no medida extensión, de playa a playa,
todo se humilla a nuestra roja enseña.
Lo mismo que en la lucha en el reposo
agitada y feliz nuestra existencia,
hoy en el riesgo, en el festín mañana,
brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas.
¿Quién describir pudiera nuestros goces?
¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva,
siervo de los deleites, que temblaras
de las montañas de olas en la incierta,
móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso,
del hastío sumido en la indolencia,
a quien ya el sueño bienhechor no halaga,
a quien ya los placeres no deleitan.
Sólo el infatigable peregrino
de esos caminos líquidos sin huellas,
cuyo audaz corazón, templado al riesgo,
al sordo rebramar de la tormenta
palpitando arrogante, hasta la fiebre
del delirio frenético en sus venas
sintiese hervir la sangre enardecida,
nuestros rudos placeres comprendiera.
Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
y sólo por luchar la lucha anhela
el pirata feliz, rey de los mares.
Cuando ya el débil desmayado tiembla,
se conmueve él, apenas... se conmueve
al sentir que en su pecho se despierta
osada la esperanza, que atrevida
su corazón para el peligro templa.
¿Qué es a nosotros la temida muerte
como el rival odioso también muera?
¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo...
cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea!
Serenos aguardémosla. Apuremos
la vida de la vida, y después venga
fiebre traidora o descubierto acero
implacable a romper su débil hebra.
Cobardes otros, de vejez avaros,
revuélquense en el lecho que envenena
dolencia inmunda, y el impuro ambiente
con flaco pecho aspiren y fallezcan
luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
fúnebre lecho de agonía lenta;
¡césped fresco es mejor...! Y mientras su alma
sollozo tras sollozo tarda quiebra
los nudos de la vida, de un impulso
sus ligaduras rompe y se liberta
osado nuestro espíritu. Sus restos
del blanco mármol de su tumba estrecha,
grabado por el mismo que su muerte
hipócrita anhelaba, se envanezcan:
Cuando sepulte el mar nuestro cadáver
le bastará una lágrima sincera,
¡una lágrima sola! Henchido el vaso
del alegre festín en la ancha mesa
honra de nuestros bravos la memoria.
Corto epitafio su valor celebra
cuando en el día augusto del peligro,
al repartir el vencedor la presa,
recuerdo de dolor su frente anubla
y con voz ronca que insegura tiembla:
«¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha
los valientes que han muerto compartieran!»
Así grito salvaje en sordo acento
repite el eco en las cortadas peñas
del islote escarpado del Corsario,
do del vivac se apagan las hogueras;
y en alegre cantar sus agrias notas
de los piratas al oído suenan.
En pintorescos grupos esparcidos
de fresca playa en la dorada arena,
aguzan unos sus puñales; otros
alegres ríen, bulliciosos juegan,
o sus fieles alfanjes desnudando
indiferentes, sin afán, contemplan
la sangre que los mancha. Precavidos
otros, con mano previsora pliegan
las anchas velas del bajel osado,
o el negro flanco recomponen; mientras
pensativos algunos por la orilla,
de las olas al son, lentos pasean.
A quien aguija de inquietud oculta
el afán incesante, allá en las quiebras
de las ásperas rocas, lazos tiende
a las marinas aves, o al sol seca
la red humedecida; y en la mancha
que del mar en los límites blanquea,
con los ojos de la ávida esperanza
del incauto bajel mira las velas.
De cien noches de horror y de combate
los lances con placer todos recuerdan.
Y de luchar ansiosos se preguntan:
«¿En dónde buscaremos nuevas presas?»
¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe,
y basta, el capitán. Fiel obediencia
es su único deber: saben que nunca
les faltará el botín, y más no anhelan.
¿Y quién es ese capitán? Su nombre
pronuncian en voz baja y lo respetan
cuantos habitan las hermosas playas
que aquellas olas complacidas besan:
y más no saben, ni saber más quieren
Les basta un gesto, una mirada. Apenas
oyen su voz. De sus banquetes rudos
no anima el regocijo su presencia.
Mas ¿cómo ante la gloria de sus triunfos
acusar sus desdenes? Jamás llenan
para él la roja copa: indiferente
la mira y a sus labios no la acerca;
y es su sobrio manjar, que desdeñara
el más grosero de su banda, y fue
a ermitaño frugal ración escasa,
secas raíces de silvestres yerbas,
rústico pan y los jugosos frutos
que brinda el árbol en sus ramas tiernas.
El impuro placer de los sentidos
desdeñoso su espíritu desprecia,
¿Será que su energía no domada
de esa abstinencia misma se alimenta?
«Pronto a la mar.»-Y el mar surcan sus naves.
«A aquella playa el rumbo.»-Y allá vuelan.
«¡Sus!, ¡a las armas!»-¡Y el botín es suyo!
Así a su voz, que imperativa ordena,
sigue la acción; y todos obedecen,
Y su oculta intención nadie penetra.
Si suena escrutadora una palabra,
una mirada de desprecio muestra
de su temida indignación un rayo:
no sabe dar su orgullo otra respuesta (...)
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