miércoles, 31 de julio de 2024

El fantasma del mayor Sydenham. Joseph Glanvill (1636-1680)

Concerniente a la aparición del fantasma del Mayor George Sydenham, (muerto en Dulverton, en el condado de Somerset) al Capitán William Dyke, fallecido también en Skilgate, en el mismo condado: conténtense con tomar la relación del hecho tal como la obtuve del entendido y digno de confianza Dr. Thomas Dyke, pariente cercano del Capitán, de este modo:

Poco después de la muerte del Mayor, el Doctor marchó a su casa para atender a un niño que estaba enfermo, y en su camino hacia allá, él invitó al Capitán, que tenían deseos de ir al lugar, ya que debía, según dijo, haber ido a la casa esa noche, a pesar que no había tenido anteriormente el ánimo necesario. Luego de su arribo al lugar, fueron oportunamente conducidos a sus aposentos, según sus preferencias, en el mismo dormitorio. Luego de un rato, el Capitán se golpeó con algo, y de inmediato pidió a la servidumbre que le trajeran algunas velas para alumbrar la estancia.

El Doctor le preguntó que significaba todo esto. Y el Capitán le respondió: “Usted sabe que con el Mayor tuvimos algunas disputas acerca de la naturaleza de Dios y de la inmortalidad del alma; un punto en el que jamás nos llegábamos a poner de acuerdo, por más que quisimos. Hasta que al final surgió una gran concordancia, cuando pactamos que el primero que muriera de nosotros, debería volver la tercera noche luego de su funeral, entre la medianoche y la una, a la casita del jardín, y brindar un completo relato al superviviente acerca de estos asuntos; el otro debería asegurarse de estar presente en el lugar indicado y al momento oportuno, de manera que ambos quedamos satisfechos; y esta —dijo el Capitán— es la noche indicada, y he venido con el propósito de cumplir mi promesa.”

El Doctor le disuadió entonces, llamándole la atención sobre los peligros de continuar con esas extrañas sugerencias; el Capitán replicó agradeciéndole su buena voluntad, y que si quería podía continuar descansando, pero que por su parte, había decidido esperar y vigilar, de manera que se aseguraría de estar presente a la hora citada: para este propósito sincronizó su reloj. Tan pronto como se dio cuenta que eran once y media, se levantó y tomó los candelabros, uno en cada mano, y salió por una puerta trasera de la que previamente se había munido de llave, y caminó hacia la casita del jardín, donde permaneció durante las siguientes dos horas y media. A su regreso declaró que no había visto ni escuchado nada más que lo usual. Pero, según dijo, “sé que mi Mayor hubiera seguramente venido, si hubiera podido”.

Cerca de seis semanas después, el Capitán marchó a Eaton para llevar a su hijo a una escuela de ahí. El Doctor le acompañó. Se hospedaron en una posada, llamada el Signo, y se quedaron allí durante dos o tres noches, esta vez descansando cada uno en su recámara, no como en Dulverton. La mañana anterior a la que se fueron de allí, el Capitán se quedó en su recámara más de lo normal; finalmente entró en la recámara del Doctor, pero su cara y aspecto era muy diferente al suyo normal, su pelo estaba erizado y su vista fija, el cuerpo temblaba por completo. El Doctor le preguntó cuál era su afección, y el Capitán replicó:

“He visto a mi Mayor”. El Doctor pareció sonreír, y el Capitán inmediatamente confirmó su aseveración, relatándole tal cuál lo que le sucedió: “Cuando salió el sol, alguien apareció a un lado de mi lecho, y súbitamente corrió las cortinas, llamándome 'Cap, Cap' (que es el término con el cual familiarmente el Mayor me llamaba). Yo repliqué casi en sueños '¿Qué, mi Mayor, qué?' y por respuesta: 'No pude ir en el plazo estipulado, pero aquí estoy para contarte, hay un Dios, y es muy justo y terrible, y si tu no comienzas a hacerte una nueva vida (su expresión aquí fue puntualmente recordada por el Doctor), lo encontrarás terrible.”

El Capitán prosiguió: “En la mesa había una espada, que el Mayor me había dado hacía mucho tiempo. Ahora, luego de que la aparición había dado un par de vueltas alrededor de la recámara, tomó su espada, y la desenvainó, encontrándola no tan brillante y limpia que como cuando él la poseía, 'Cap, Cap' me dijo, 'esta espada no acostumbraba a estar así cuando yo la usaba'. Luego de estas palabras, desapareció súbitamente.

El Capitán no estaba solamente persuadido de lo que había visto y escuchado, sino que también se vio afectado por ello. Su anterior humor cambió, antes era jovial y enérgico, y luego extrañamente se alteró, de manera que, en la cena apenas probó bocado.

Tiempo después se observó que lo que el Capitán había visto y oído tuvo una perdurable influencia sobre él, y esto fue observado por aquellos que tuvieron detallado conocimiento de esta conversación, y el recuerdo de este hecho permaneció siempre cercano a él, de manera que las palabras de su amigo muerto frecuentemente resonaron en sus oídos, durante el resto de su vida, que fue de unos dos años.”


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