miércoles, 31 de julio de 2024

Poemas. Gerard Manley Hopkins (1844-1889)

La Virgen Bendita comparada con el aire que respiramos. 


Aire agreste, nodrizo aire del mundo
que por doquier me anida,
que las pestañas o el cabello
ciñe; que marcha a casa entreverando
el más delgado y delicadamente delineado
copo de nieve; que con derecho está
mezclado, incógnito, y se interna
en la vida de cada cosa mínima;
este preciso pero inagotable
y preocupado elemento;
mi más que los manjares y bebidas,
mi merienda cada vez que parpadeo;
aire que, por precepto de este paso,
mi pulmón debe tomar y tomar
para alentar ahora sus elogios,
me hace memoria en muchas formas
de aquélla que no sólo
diera a la infinidad de Dios
disminuida hasta la infancia
bienvenida en el vientre y en el seno,
salida, leche y todo lo restante
sino que alumbra cada gracia nueva
que ahora espera nuestra especie—
María Inmaculada,
mera mujer, pero
cuya presencia tiene poder
mayor que en muchas diosas
sonara o se soñara; quien
esta sola obra debe realizar—
deja pasar Su gloria,
gloria de Dios que habría de dar paso
por ella y desde ella fluir
total, y de este modo únicamente.

Yo digo que nosotros estamos navegados
por todas partes de misericordia
como si fuese aire; lo mismo
con María, más de nombre.
Ella, rabiosa red, realzada túnica,
cubre al planeta pecador
desde que Dios dejó que dispensase
Su providencia con plegarias:
no, mucho más que limosnera,
es ella el dulce ser de la limosna
y los hombres deben honrarla compartiendo
su vida cual la vida con el aire.
Si lo he entendido bien,
ella manda maternidad altísima
sobre toda nuestra fantasmal fortuna
y lanza con gracia su parte
en torno al corazón latente de los hombres,
aplastando, como diluvio delicado de aire,
la danza del desahucio en su sangre;
aunque ninguna parte que no sea
sino de Cristo nuestro Salvador.
Él tomó de ella su carne:
la toma cada vez más nueva y nueva,
si bien mucho el misterio es cómo,
ya no carne sino espíritu
y erige, ¡oh Excelente!
nuevas Nazaret en nosotros,
donde ella está por concebirlo aún
de mañana, de tarde y por la noche;
nuevos Belén, y él brote
allí, de tarde, noche y de mañana—
—Belén o Nazaret,
aquí los hombres muestren respirar
más Cristo y rechazar la muerte;
quien, así nacido, viene a hacerse
un nuevo ser y un yo más noble
en uno y cada uno
muestra más, cuando termina todo,
ser el hijo de Dios y de María.
Miren de nuevo arriba
cómo el aire es azul;
¡oh cómo! No hagan nada sino estar
donde se pueda levantar la mano
al firmamento: espeso, espeso lame
los cuatro huecos que hay entre los dedos.
Pero tal sacudida de zafiro,
cargado, saturado cielo, no
manchará la luz. Sí, asómbrense:
no causa ningún daño.
Los días de un azul cristal son ésos
en que cada color brilla,
cada silueta y sombra sale.
Azul sea: este cielo azul
el siete o siete veces siete
matizado rayo de sol habrá de transmitirlo
perfecto, sin alteraciones.
O si allí se asoma suave,
en cosas cautas, altas,
repunta los respiros, por un respiro más
la Tierra es la que triunfa en atractivo.
Si el aire no creara
este alud de azul y apagase
su fuego, se sacudiría el sol,
enojada y enceguecida esfera
envuelta en negrura, y todas
las densas estrellas rodarían enrollándolo,
parpadeando cual pizcas de carbón,
magma de cuarzo o centellas de sal
en mugrienta y vasta bóveda.
Así Dios fue dios de antiguo:
una madre compareció para moldear
esos miembros que son, como los nuestros,
lo que deben dejar a nuestra estrella matutina
mejor amada por el hombre;
cuya gloria desnuda cegaría
o alcanzaría al menos la inteligencia de los individuos.
Por medio de ella podemos verlo a él
más dulce, no apagado,
y la mano de la madona libra la luz
cernida para sentarle a nuestros ojos.
Sé entonces tú, oh tú tierna
Madre, mi atmósfera;
mi dichoso mundo, donde
siga el camino sin encontrar pecado;
sobre mí, en derredor, yaz
enfrentando mis ojos entornados
a un sabroso y suave cielo;
agítate en mi oído, habla allí
del amor de Dios, oh dinámico aire,
de paciencia, penitencia y plegaria:
materno aire del mundo, aire indómito,
embalado contigo, aislado en ti,
dale techo a tu hijo, corta el trecho.





El naufragio del Deutschland.


"Al feliz recuerdo de las cinco monjas franciscanas expulsadas por las leyes de Falk ahogadas entre la media noche y la madrugada del 7 de diciembre de 1875".


Parte primera

1
¡Tú me guías
Díos mío! Dador del aliento y alimento;
Costa del mundo, ir y venir del mar;
Señor de vivos y muertos;
Tú has unidos mis huesos y mis venas, has atado mi carne
Y después casi deshaces, con terror,
Tu obra: ¿me tocas nuevamente?
Una vez más siento tu dedo y te encuentro.

2
Sí dije sí
¡oh! al relámpago y al castigo;
tú me escuchaste más sincero que la lengua
que revela tu terror, ¡oh Cristo!, ¡oh Díos mío!
tú conoces las paredes, el altar, la hora y la noche.
La debilidad de un corazón que tu impulso e ímpetu arrastró
A un camino difícil con un horror a la altura:
Y el diafragma rígido por la posición, atado con el fuego de la fuerza.

3
Ante mí, su rostro de enojo,
el estruendo del infierno
Detrás, ¿dónde, dónde hubo, dónde hubo refugió?
Desplegué las alas en el momento de aflicción.
Y huí con vuelco en el corazón al corazón de la Hostia.
Corazón mío, pero tenías alas de paloma, estoy seguro,
Portador de la inteligencia: estoy a punto de estallar,
Para iluminar desde la flama hasta la flama, escalar de la gracia a la gracia.

4
Soy un liviano grano
Dentro de un reloj de arena- en la pared,
Adelantado, pero minado con un movimiento, un flujo,
Que se arremolina y se enlaza en la caída.
Quieto como el agua en el pozo, en calma hasta el cristal,
Pero siempre unida, en todo su camino, desde las colinas altas
O de las laderas de Voel , un riachuelo
De la gracia del Evangelio, una presión, un principio, un don de Cristo.

5
Lanzo un beso a las estrellas,
Luz estelar adorable y tenue que lo manifiesta;
Resplandece, gloria en el trueno;
Lanzo un beso al ocaso arrebol:
Porque aunque él se encuentra bajo el esplendor y prodigio del mundo,
Su misterio debe ser recalcado, remarcado;
Lo reconozco en los días que lo encuentro y lo alabo cuando comprendo.

6
No de su felicidad
Sale la presión sentida
Tampoco del cielo (esto pocos lo saben)
Proviene el golpe dado-
El golpe y una presión que las estrellas y las tormentas provocan,
Que silencian la culpa, limpian los corazones y los funden-
Pero avanza sobre el tiempo como remontando un río
( y aquí los fieles dudan, los incrédulos fabulan y se equivocan)

7
Tiene su origen
El día que estuvo en Galilea;
Tibia tumba recién tendida de una vida uterina gris;
Pesebre, doncella arrodillada;
La Pasión densa y dura, y el espantoso sudor;
A partir de entonces el alivio, la dicha por venir,
Aunque antes sentidos, en un fuerte torrente-
Donde nadie los hubiera conocido, tan sólo el corazón acorralado.

8
¡Lo manifiesta! ¡Oh!
¡castigamos con la mejor y con la peor
palabra última! ¡Como endrina frondosa aterciopelada
saboreada hasta deshacerse!
¡baña al hombre, el ser con ella, amarga o dulce,
colmada en un relámpago hasta el borde!- Adelante pues, los últimos o primeros, al héroe del Calvario, a los pies de Cristo-
sin preguntar, sin desear, sin advertencia, los hombres van.

9
Adorado seas entre los hombres,
Dios forma tripartita;
Aflige al rebelde, obstinado en su guardia,
Malicia del hombre, con naufragio y tormenta.
Más allá de las dulces palabras, más allá de lo que se puede decir,
Tú eres relámpago y amor; te encontré en un invierno cálido;
Padre tierno que acaricias el corazón que has afligido:
Desciende tu oscuridad y mayor es tu misericordia.

10
Con el estruendo del yunque
Y con el fuego se forja tu voluntad
O más bien, más bien, penetra como primavera fugaz,
Lo disuelve y la domina aún;
Ya sea de súbito, como le ocurrió a San Pablo,
O como a Agustín, un dulce placer que perdura,
Provoca la misericordia en todos nosotros, de todos nosotros
Tu reino, pero adorado seas, pero adorado seas Rey.





Cónsul Jones. Un vistazo a San Beuno según la mirada de un bedel.


Tonada galesa "Cader Idris" o "Jenny Jones"
(Me llamo Edward Morgan y vivo en Langolen)

Me llamo Peter Prestage, en Beuno soy bedel,
mi puesto es una sinecura, sine qua non,
qué pasa ante mis narices me he propuesto saber
y de cuanto sucede va esta breve relación.
Allí está Hayden, trabaja sobre "gracias" y "valores",
Barraud gorjea fragmentos de aires sincopados
mientras tanto Reeve habrá salido con los hurones
nuestros gustos, "cónsul Jones", son así de variados.

Bacon (esta vez por su título debe darme permiso)
y James el Primitivo que viene de allende el mar
son criaturas siempre verdes del jardín del Paraíso
compañeros que aparean sin cesar de aparear.
Cardwell, hace algún tiempo inglés y hombre sincero,
piensa hoy como germano con áspero decir:
ese erudito, amable y casi inhumano chisporroteo
previene a Dubberley que el rapé debe omitir.

Scoles, un apóstol cuyo método es "darles de comer"
tiene tortas para la panza y verdades para el cerebro.
Por todos lados los cariñosos galesitos llegan en tropel:
ellos saben dónde el sol calienta más en el invierno.
Clayton, vigoroso y ostensible Sísifo
trazando un camino que jamás se acaba,
mira y deja que los otros (se lo ve atareado, agitadísimo)
empujen la carretilla y transpiren la pala.

Murphy da sermones tan fieros, de infiernos tan ardientes,
que adelanta los partos y aterra a las solteras.
De su diario Hayes escribe el tomo veintisiete
pero Bodo se priva; no es tiempo de zonceras.
Lund, siempre joven, con velo y turbante vestido,
roba en las colmenas la miel que habremos de beber;
en paz viviríamos si a una sierpe no diésemos asilo,
esta calumnia en labios de Lapasture empieza a crecer.

Esos son los notables, pero otros también tenemos;
Rigby solo hasta las diez me ocuparía;
y aludiré al pasar a dos bivalvos fraternos:
los Splaine del "Polo Norte" y los Kerr de "La Guarida".
De los primeros añadiré algo más, si no me lanzan puñales,
en la caballería pronto se enrolarán, eso supongo yo,
pues creo, al verlos marchar con aires tan marciales,
que nuestro Sib es húsar y nuestro Bill dragón.

¡Bendito el hombre con hogar y un cubo de carbón al lado!
Su compañero del "Hamlet" se sienta helado en el catre.
Los hermanos legos distinguen sutilmente los cuartos:
unos "se calientan por tubos" y en otros "el aire está que arde".
Tales son mis ideas sobre los nuestros y nuestra morada
dichas con lenguaje llano que no quiere ser ofensivo
y cumpliendo mi promesa, porque eso no cuesta nada,
ya no los retengo más y esto doy por concluido.





Brindando en la cosecha. 


Ahora acaba el verano; se amontona la mies
con su ruda belleza, anda el viento en la altura.
Esplendor de las nubes en sedosos costales...





En verdad eres justo, Señor... 


En verdad eres justo, Señor, cuando peleo
contigo; pero, Señor, también lo que defiendo es justo.
¿Por qué en tus empresas prosperan los pecadores?
Y ¿por qué debe de terminar en desengaño cuanto emprendo?
Si fueras mi enemigo, ¡oh, Amigo mío!,
¿Cómo harías peor -me pregunto- de lo que haces
La derrota, para desbaratarme? ¡Ay! Los libertinos y los esclavos de la lujuria
avanzan más en sus horas sobrantes que yo entregado,
Señor, toda mi vida a tu causa. ¿Mira qué espesos
son los matorrales! Adornados están otra vez
de recamado perifollo; mira: un fresco viento
los agita; los pájaros construyen, pero yo no construyo, yo me esfuerzo,
eunuco del tiempo, y no creo una obra que despierte.
A mis raíces, Señor de la vida, envía tu lluvia.





El eco plomizo.


¿Cómo conservarla..., hay algo, algo, no hay nada
en ningún lugar conocido, lazo o broche, o trenza.
o traba, cuerda, cerrojo o pasador o llave para retener
la belleza, preservarla, belleza, belleza..., de la disolución?

Oh, ¿no hay un medio de alisar estas arrugas,
estriadas arrugas profundas
de alejar estos funestísimos mensajeros, callados
mensajeros, tristes y furtivos mensajeros del gris?
No, no hay ninguno, no hay ninguno, oh, no hay
ninguno, ni por mucho tiempo podrás, como ahora, ser llamada bella,
a pesar de cuanto puedas hacer, de que hagas lo que puedas,
y es sabiduría desesperarse por anticipado:
comienza, pues, tú; ya que no, nada puede hacerse para tener a raya
los años y los males de la edad, cabellos blancos,
pliegues y arrugas, la declinación, el morir, el detrimento de la muerte,
sudarios, tumbas y gusanos y el desplomarse de la disolución;
de modo que comienza, comienza a desesperar.
Oh, no hay nada; no, no, no, no hay nada:
comienza a desesperar, a desesperar,
desespera, desespera, desespera.





Varia belleza.


Gloria a Dios por las cosas moteadas,
Por los cielos manchados como la vaca pinta;
Por los lunares rosa salpicados en la trucha que nada;
Las castañas en ascuas al caer; las alas del pinzón;
La tierra parcelada y repartida - labor, barbecho, aprisco;
Y todos los oficios, sus arreglos y aperos y aparejos.

Por todos los contrastes, lo original, lo raro, lo sobrante;
Cualquier cosa que cambia, con pecas (¿cómo así?),
Rápida, lenta; amarga, dulce; fúlgida, tenue;
Todo lo engendra aquél de belleza inmutable: Loado sea.





El hábito de la perfección.


Predestinado Silencio, canta para mí
y golpea mi acaracolada oreja,
condúceme en tu flauta a calmos pastizales,
sé la música que ansío escuchar.

No plasméis nada, labios; sed suavemente mudos:
es el cierre, el toque de queda
lanzado desde donde llega toda renuncia,
lo que te hace elocuente.

Permaneced velados, ojos, por doble tiniebla,
y hallad la luz increada:
esa masa y carrete que adviertes,
envuelve, detiene, molesta la simple vista.

¡Paladar, cofre del concupiscente gusto,
no quieras ser lavado con vino:
más dulce será el ánfora, más fresca
la corteza que trae el ayuno divino!

¡Nasales formas, el indiferente hálito que arrojáis
sobre la agitación y el obstáculo del orgullo,
qué sabor derramarán los incensarios
a lo largo del santuario!

Oh manos como prímulas, oh pies
que quieren lo blando del afelpado césped,
hollaréis la calle dorada
y expondréis y alojaréis al Señor.

Y tu, Pobreza, sé la esposa,
y comienza ahora la fiesta de bodas,
y ropas blancas como lirios brinda
a tu esposo, no trabajes ni hiles.





El puerto del cielo.


He deseado ir
donde los manantiales no cesan,
a esos campos donde no cae el agudo y oblicuo granizo
y unos pocos lirios brotan.

Y he pedido estar
donde no lleguen tormentas,
donde el verde oleaje calla en los puertos,
alejado del balanceo del mar.





Marcha nupcial. 


Incline Dios tu frente con honor,
Novio, y a ti te dé, novia, en tu lecho,
Gráciles hijos, dulces hijos,
Fruto de cuerpos bendecidos.

Sed cálido consuelo uno del otro:
Más aún, más allá de la apariencia,
Cara, sagrada caridad
Os ate fuerte, siempre os ate.

Que la marcha penetre en nuestro oído:
Con lágrimas me vuelvo
A quien al nupcial vínculo, a su admirable vínculo,
Otorga el triunfo y años inmortales.





Noche estrellada.


¡Mirad los astros! ¡Mirad, mirad los cielos!
¡Mirad todos esos duendes de fuego sentados en el aire!
¡Allí los claros arrabales, las curvas ciudadelas!
¡En foscos bosques el diamante escarba! ¡Elficos ojos!
¡Los grises prados fríos donde hay oro, oro vivo!
¡Batir del viento en la mojera! ¡Aéreos álamo en llamas!
¡Copos que flotan, las palomas, después del susto en el corral!
¡Ah, todo es beneficio, todo es premio!

¡Pujad, pues, comprad! ¿Qué? Rezos, paciencia, fines, votos.
¡Mirad, mirad la mezcla en mayo de ramas de frutales!
¡Mirad la flor de marzo, los sauces tintos de amarillo!
Son sin duda el granero, y, adentro, las gavillas.
Se encierra en esta cerca multicentelleante
El lar de Cristo esposo, y su madre, y sus santos.





Yo me despierto y siento el caer de la sombra.


Yo me despierto y siento el caer de la sombra, no el día.
¡Qué horas, oh qué horas tan negras hemos pasado
esta noche! ¡Qué visiones tú, corazón, has visto; qué caminos andado!
Y las que verás y las que andarás en esta más larga dilación de la luz todavía.
Como testigo fiel lo cuento. Pero donde decía
Horas, quería decir años, quería decir una vida. Y mis quejas angustiadas
son gritos sin término, gritos como muertas cartas mandadas
en vano al ser más amado que, ¡ay!, vive en desgarrada lejanía.


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