Proverbios del infierno.
- La cólera del león es la sabiduría de Dios.
- La desnudez de la mujer es obra de Dios.
- El exceso de pena ríe; el exceso de dicha llora.
- El rugir de los leones, el aullido de los lobos, el oleaje furioso del mar huracanado y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para que las aprecie el ojo humano.
- El zorro condena a la trampa, no a sí mismo.
- El júbilo impregna; las penas procrean.
- Que el hombre vista la melena del león y la mujer el vellón de la oveja.
- Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad.
- El egoísta y sonriente necio y el necio que frunce malhumorado el ceño han de considerarse sabios, que podrían ser cetros.
- Lo que hoy está probado, en su momento era sólo algo imaginado.
- La rata, el ratón, el zorro y el conejo vigilan las raíces; el león, el tigre, el caballo y el elefante vigilan los frutos.
- La cisterna contiene; el manantial rebosa.
- Un pensamiento llena la inmensidad.
- Presto has de estar para decir lo que piensas que así el ruin te evitará.
- Todo lo que es posible creerse es imagen de la verdad.
- Nunca el águila malgastó tanto su tiempo como cuando se avino a aprender del cuervo.
- El zorro provee para sí mismo; pero Dios provee para el león.
- Piensa por la mañana, actúa a mediodía, come al anochecer y duerme por la noche.
- Quien ha sufrido tus imposiciones, te conoce.
- Como el arado sigue a las palabras, Dios recompensa las plegarias.
- Los tigres de la ira son más razonables que los caballos de la instrucción.
- Del agua estancada espera veneno.
- No sabrás lo que es bastante hasta saber lo que es más que suficiente.
- ¡Escucha los reproches de los tontos! ¡Forman un título regio! Los ojos del fuego, las narices del aire, la boca del agua las barbas de la tierra.
- El débil en coraje es fuerte en astucia.
- El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer tal como el león no interroga al caballo sobre cómo atrapar la presa.
- Quien recibe agradecido da copiosas cosechas.
- Si otros no hubiesen sido tontos, tendríamos que serlo nosotros.
- El alma de la dulce delicia no puede mancillarse. ver un águila ves una porción de genio. ¡Alza la cabeza!
- Tal como la oruga elige las hojas mejores para depositar en ellas sus huevos, el sacerdote reserva su anatema para las mejores dichas.
- Crear una florecilla es labor de eras.
- La condena estimula, la bendición relaja.
- El mejor vino es el más añejo; la mejor agua, la más nueva.
- ¡Las oraciones no aran!
- ¡ Los elogios no cosechan!
- La cabeza es lo Sublime; el corazón, lo patético; los genitales, la Belleza; manos y pies son la Proporción.
- Como el aire es al ave o el mar al pez es el desdén para el despreciable.
- El cuervo quisiera que todo fuese negro; el buho, que todo fuese blanco.
- La exuberancia es belleza.
- Si el león recibiese consejos del zorro, sería astuto.
- El perfeccionamiento traza caminos rectos; pero los torcidos y sin perfeccionar son los caminos del genio.
- Mejor matar a un niño en su cuna que alimentar deseos que no se llevan a la práctica.
- Donde no está el hombre, la naturaleza es estéril.
- La verdad nunca puede decirse de modo que sea comprendida sin ser creída.
- ¡Basta! o demasiado.
- Los antiguos poetas animaban todos los objetos sensibles con dioses o genios. Les prestaban nombres de bosques, ríos, montañas, lagos ciudades, naciones y de todo lo que sus dilatados y numerosos sentidos podían percibir, y en particular estudiaban el genio de cada ciudad o país y los colocaban bajo el patrocinio de su divinidad mental. Hasta que se formó un sistema del cual algunos se aprovecharon para esclavizar al vulgo pretendiendo comprender o abstraer las divinidades mentales de sus objetos. Así comenzó el sacerdocio. Que escogió formas de culto tomándolas de cuentos poéticos. Hasta que por fin sentenciaron que eran los dioses quienes habían ordenado aquello.
Así los hombres olvidaron que todas las deidades residen en el pecho humano.
El verdadero amor pasa.
Mis sedas y mi fino atuendo,
mis sonrisas y mi aspecto lánguido
el amor se lleva
y el lúgubre y flaco desaliento
me trae tejos para adornar mi tumba:
tal es el fin que los verdaderos enamorados hallan.
Su rostro es bello como el cielo
al abrirse los briosos capullos.
Ah, ¿porqué le fue dado
un corazón que es helado invierno?
Su pecho es la venerada tumba del amor de todos,
a la que acuden los peregrinos de la pasión.
Traedme pala y hacha:
traed mi mortaja.
Cuando haya cavado mi fosa
dejad que azoten los vientos y las tempestades;
en la tierra yaceré, frío como la arcilla.
¡El verdadero amor pasa!
El libro de Urizen.
Capítulo I.
¡Mirad, una sombra de horror se ha alzado
En la Eternidad! Desconocida, estéril,
Ensimismada, repulsiva: ¿qué Demonio
Ha creado este vacío abominable,
Que estremece las almas? Algunos respondieron:
"Es Urizén". Pero desconocido, abstraído,
Meditando en secreto, el poder oscuro se ocultaba.
Los tiempos dividió en tiempo y midió
Espacio por espacio en sus cerradas tinieblas,
Invisible, desconocido: las mutaciones surgieron
Como montañas desoladas, furiosamente destruidas
Por los vientos oscuros de las perturbaciones.
Porque luchó en batallas funestas
En conflictos invisibles con formas
Nacidas en su yermo desolado:
Bestia, ave, pez, serpiente y elemento,
Combustión, ráfaga, vapor y nube.
Sombrío, daba vueltas en silenciosa actividad,
Invisible, en medio de pasiones que atormentan;
Una actividad desconocida y horrible,
Una sombra que se contempla a sí misma
Entregada a una labor enorme.
Pero los Eternos contemplaron sus bosques inmensos.
Edades tras edades él yació, misterioso, desconocido,
Meditando, prisionero del abismo; todos eluden
El caos petrífico y abominable.
Urizén, el sombrío, preparó en silencio
Sus fríos horrores; sus legiones de truenos
Dispuestas en tenebrosas formaciones, se despliegan a través
Del mundo lógrebo, y el rumor de ruedas,
Como agitado mar, se oye en sus nubes,
En sus colinas de nieves guardadas, en sus montañas
De hielo y granito: voces de terror
Resuenan como truenos de otoño
Cuando la nube se inflama sobre la cosecha.
El libro de Thel.
El Lema de Thel.
¿Sabe el águila lo que está en el foso
o irás a preguntárselo al topo?
¿Puede la sabiduría encerrarse en un cetro
y el amor en un cuenco dorado?
I.
Las hijas de Mne. Seraphim cuidaban sus soleados rebaños, con excepción de la más joven que, lívida, buscaba la brisa secreta para desvanecerse como la belleza matutina de su día mortal.
A largo del río de Adona se oye su delicada voz.
De esta manera cae su tierno lamento, similar al rocío de la aurora:
¡Oh vida de esta primavera nuestra! ¿Porqué se marchita el loto sobre el agua?
¿Porqué se marchitan estos hijos de la primavera, nacidos sólo para sonreír y caer?
Ah, Thel es como un arco acuoso, como una nube que se aleja, como la imagen en un espejo, como sombra en el agua, como el sueño del infante, como la risa en el rostro juvenil, como la voz de la paloma, como el día fugitivo, como la música en el aire.
Ah, dulcemente desearía yacer, con ternura posar mi cabeza y dormir el sueño de la muerte, escuchando la voz de aquel que se pasea por el Jardín de la noche.
El lirio del valle, que respiraba confundiéndose con la modesta hierba, respondió así a la hermosa doncella:
Soy una brizna acuosa, y pequeñísima, a quien gusta habitar las tierras bajas. Tan débil soy, que la dorada mariposa apenas puede posarse sobre mi cabeza. Sin embargo, recibo visitas del cielo. Aquel que a todos sonríe camina por el valle, y cada mañana sobre mi extiende su mano diciéndome:
Regocíjate, humilde hierba, flor de lirio recién nacida, gentil doncella de los prados silenciosos y de los tímidos arroyos, pues de luz te habrán de vestir y te alimentarás con el maná de la aurora; hasta que el calor del verano te derrita junto a las fuentes y los manantiales, para florecer en eternos valles. ¿Porqué pues, habría de lamentarse Thel? ¿Porqué dejaría escapar un suspiro la Señora de los valles de Har?
Calló y sonrió entre lágrimas, antes de sentarse en su altar de plata.
Respondió Thel:
Oh, tú, pequeña virgen del tranquilo valle, que das a quienes no pueden implorar, a los sin voz, a los exhaustos; tu aliento nutre al inocente cordero que huele tus prendas lácteas, y cosecha tus flores mientras tu le sonríes al rostro, limpiando en su tierna y mansa boca toda mácula. Tu vino purifica la áurea miel; el aroma que viertes sobre cada hoja de hierba, anima el alma de las reses, y doma al corcel de flamígero aliento. Pero Thel es como una desfalleciente nube que el sol nuevo ilumina: me esfumo en mi trono perlado. ¿Quién podrá hallar mi lugar?
Pregunta a mi tierna nube, reina de los valles -respondió el lirio.- y te dirá porqué rutila en el cielo matutino, y porqué siembra su belleza brillante en el aire húmedo. Desciende, pequeña nube, desciende sobre los ojos de Thel.
Bajó la nube; el lirio inclinó su tímida cabeza, y se retiró a descansar sobre la hierba.
II.
Oh, pequeña nube, -dijo la virgen- te conmino a que reveles porqué no te quejas cuando en una hora te desvaneces. Cuando el instante pasa, te buscamos sin poder hallarte. Ah, similar eres a Thel, ya que cuando me voy, nadie me lamenta, nadie escucha mi voz.
La nube reveló entonces su dorada cabeza, y así surgió en su refulgente forma, flotando resplandeciente en el aire, ante el rostro de Thel.
Oh, virgen, ¿acaso ignoras que nuestros corceles beben en los manantiales dorados, dónde Luvah renueva sus caballos? ¿Has contemplado mi juventud y temes que me desvanezca y nadie pueda ya verme? Nada permanece, doncella. Al morir me dirijo a una vida decuplicada en amor, paz, y sagrado éxtasis. Invisible desciendo y poso mis ligeras alas sobre las flores aromáticas, seduciendo al rocío de bello mirar, para que consigo me lleve a su fulgurante morada. La llorosa virgen, temblorosa, se arrodilla ante el sol que se eleva hasta que nos levantamos, unidas por una cinta de oro, para no separarnos jamás, llevando por siempre el alimento a nuestras tiernas flores.
¿Eso haces, pequeña nube? Me temo que no soy como tú. Yo paseo por los prados de Har saboreando las flores más fragantes, pero no alimento trémulas hierbas; escucho las aves cantoras, pero no las nutro; ellas mismas vuelan en busca de sustento. Sin embargo, Thel ya no se deleita con ello, pues lentamente se va desvaneciendo, y todos dirán: ¿habrá vivido tan sólo para convertirse en hogar de lascivos gusanos?
La nube se reclinó en su aéreo trono, y así repuso:
Si has de ser alimento de gusanos, virgen de los cielos, ¡cuánta será tu utilidad! ¡Qué amplia tu gracia! Nada de cuanto vive existe para sí mismo. Nada temas, pequeña. Llamaré al débil gusano que en su lecho subterráneo yace, para que oigas su voz. ¡Acude gusano, larva del silente valle, junto a tu pensativa reina!
El indefenso gusano se asomó, y fue a detenerse sobre la hoja del lirio. La nube refulgente voló para encontrarse con su compañero en el valle.
III.
Thel contempló asombrada al gusano en su lecho, bañado de rocío.
¿Gusano eres? Tú, emblema de la fragilidad, ¿eres sólo un gusano? Te veo como un niño envuelto en la hoja de lirio. Ah, no llores, diminuto, que si no puedes hablar eres capaz de llorar. ¿Es esto un gusano? Te veo, inerme y desnudo, llorando sin que nadie te responda, sin que nadie te reconforte con maternal sonrisa.
Inclinándose sobre el lloroso infante, la madre del gusano su vida exhaló en lácteo afecto. Luego dirigió a Thel sus humildes ojos.
Oh, belleza de los valles de Har -dijo el gusano.- No vivimos para nosotros mismos. Ante ti tienes a la cosa más irrisoria, pues eso soy en realidad; mi seno está frío de sí mismo, y de sí mismo oscuro. Pero aquel que lo humilde ama, unge mi cabeza y me besa, tendiendo sus cintas nupciales en torno a mi pecho, mientras dice: Madre de mis hijos, te he amado y te he regalado una corona que nadie podrá arrebatarte.
Cómo es esto, dulce doncella, es algo que ignoro y que averiguar no puedo. Reflexiono y no puedo pensar. Sin embargo, vivo y amo.
La Hija de la Belleza enjuagó sus compasivas lágrimas con su velo blanco, diciendo:
Ay, nada sabía de esto, y en consecuencia lloraba. Sabía, sí, que Dios amaba al gusano y que castigaba al pie malvado, si caprichosamente hería su indefenso cuerpo; pero que le regalara con leche y aceite, lo ignoraba, y de ahí mi llanto. Al aire tibio lanzaba mi queja porque me esfumaba, tendida en tu lecho yerto dejaba mi luminoso reino.
Reina de los valles, -repuso el terroso gusano- he oído tus suspiros, tus lamentos sobrevolaron mi tejado y los llamé para que bajaran. ¿Quieres, oh reina, entrar en mi casa? Dueña eres de penetrar en ella, y de volver. Nada temas. Entra con tus virginales pies.
IV.
El formidable centinela de las eternas puertas alzó la barra septentrional.
Entró Thel, y contempló los secretos de la ignota tierra; vio los lechos de los muertos y el sitio donde la raíz de cada corazón terreno hinca su incansable vibrar. Tierra de pesares y lágrimas, donde jamás se viera una sonrisa.
Erró por el país de las nubes atravesando oscuros valles y escuchando gemidos y lamentos. A menudo se detenía cerca de una tumba, de rocío bañada.
Permaneció en silencio para oír las voces de la tierra. Finalmente, a su propia tumba llegó, y cerca de ella se sentó.
Escuchó entonces aquella voz del dolor que alentaba en la hueca fosa.
¿Porqué es incapaz el oído de permanecer cerrado a su propia destrucción, y el rutilante ojo al veneno de una sonrisa?
¿Porqué están cargados los párpados de flechas, donde mil guerreros al acecho yacen?
¿Porqué está el ojo lleno de dones y gracias que siembran frutos y monedas de oro?
¿Porqué la lengua se endulza con la miel de todos los vientos?
¿Porqué es el oído un torbellino afanoso que pretende envolver en su seno a toda la creación?
¿Porqué la nariz se dilata al inhalar el terror, temblorosa y espantada?
¿Porqué un suave ondular sobre el muchacho levemente?
¿Porqué una tenue cortina de carne yace sobre el lecho de nuestro deseo?
La virgen dejó su asiento y, lanzando un grito, huyó desesperada, hasta llegar a los valles de Har.
El jardín del amor.
Me dirigí al Jardín del Amor,
y observé lo que nunca viera:
una capilla habían construido en su centro,
allí donde yo solía jugar rodeado de verdor.
Las puertas de la capilla estaban cerradas
y escrito en la puerta se leía: “No lo harás”,
de modo que presté atención al Jardín del Amor,
que tantas amables flores ofreciera.
Y vi que estaba cubierto de sepulcros,
y lápidas se erguían donde flores debieran crecer.
Sacerdotes de hábito negro cumplían sus rondas,
enlazando con espinas mis sueños y anhelos.
El hada.
Acudid, gorriones míos,
flechas mías.
Si una lágrima o una sonrisa
al hombre seducen;
si una amorosa dilatoria
cubre el día soleado;
si el golpe de un paso
conmueve de raíz al corazón,
he aquí el anillo de bodas,
transforma en rey a cualquier hada.
Así cantó un hada.
De las ramas salté
y ella me eludió,
intentando huir.
Pero, atrapada en mi sombrero,
no tardará en aprender
que puede reír, que puede llorar,
porque es mi mariposa:
he quitado el veneno
del anillo de bodas.
El ángel.
Un sueño he soñado ¿significado?
Yo era una virgen con un reinado,
Un ángel bueno me custodiaba,
(¡Maldito llanto a nadie encantaba!)
Lloraba de noche, lloraba de día,
Mis lágrimas él recogía
Lloraba de día, lloraba de noche,
Supe yo ocultarle mi goce.
La mañana se ruborizó
Él sacó sus alas y voló.
Sequé mi rostro, armé el temor:
Escudos, lanzas, diez mil o mayor.
Pronto mi Ángel regresó:
Armada estaba yo, él vino en vano;
Pues el joven tiempo desapareció
Y así mi cabello encaneció.
A Tirzah.
Todo aquello que nace de mortal
debe consumirse con la tierra,
para alzarse libre de la generación.
¿Qué tengo que ver yo contigo?
Los sexos nacieron de la vergüenza y el orgullo:
surgieron con la mañana y en la tarde murieron;
pero la Misericordia transformó la muerte en sueño:
los sexos se levantaron para trabajar y llorar.
Tú, Madre de mi padre mortal,
con crueldad forjaste mi corazón
y con falsas lágrimas, engañándote,
encadenaste mi nariz, mis ojos y mis oídos.
Paralizaste mi lengua con la insensible arcilla
y me entregaste a la mortalidad.
La muerte de Jesús me hizo libre.
¿Qué tengo que ver yo contigo?
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