miércoles, 3 de julio de 2024

Poemas. Conrad (Potter) Aikon (1889-1978)

Camposanto. 


A la memoria de. En recuerdo de.
En memoria del muy amado. En su
Recuerdo. Muerto en octubre. Muerto en el mar.
¿Quién se murió en el mar? El nombre de aquel puerto
Se le escapa, arrastrado por el viento del este,
Sobre tumbas y tejos, voló entre los manzanos,
Sobre el camino, donde reluce una carreta,
Y se fue. Desde el mar trota el viento del este
Con sal y con gaviotas. La marisma, además,
Huele fuerte en septiembre, juncos y fango, juncos
Crujiendo como huesos.

Se pasa las tijeras de podar
De una mano a la otra, poda y poda la hierba.
La columna truncada, truncada con cuidado, donde
Se ríe el mirlo hembra — a la memoria de.
¡Burden! ¿Quién fue este Burden que hemos de recordar?
¿O Potter, ese Potter rehusado por el pote?
«Aquí yace Josephus Burden, que abandonó
Este mundo el cuatro de agosto, mil novecientos.
"Y Dios le dijo: ven."» Josephus Burden, de cuarenta,
Irreverente, grueso, manos fuertes, peludas,
Y orejas rojas retorcidas, con pelo, y de ojos azul norte,
En una mano un martillo, en la otra
Un clavo. Lo clavó... ¿Fue suficiente?
¿O es que también amó?

Se cambia
De mano las tijeras. No cortan. La hierba está mojada
Y se pega a los filos. A la memoria de.
Cuatro cadenas cercan la cripta, muy pesadas. ¿Qué posibilidades
Tienen los esqueletos? Los muertos salen por la noche,
Hacen sonar los eslabones. «¡Demasiado pesadas! No se pueden mover...
Otra vez, todos juntos. ¡AHORA!... Es imposible.»
Se sientan en lo oscuro, sin luna, hablan tranquilamente.
«Fue el viejo Jones, sin duda, quien hizo estas cadenas.
¡Me gustaría verlo ahora levantarlas!...» El buho
Que caza en Wickham Wood viene a ver, y maulla.
«Un buho», dice uno. «Seguro», dice otro.
Ladean sus cabezas cenicientas.

La brisa trae el roto
Sonido de campanas entre tejos y tumbas, hace sonar
Las volutas de bronce en las piedras al sol.
Sagrada... A la memoria... Tu muy querido... Oh Dios,
Cuánta parodia. El mirlo ensucia
La columna truncada; el gusano en el cráneo
Se da un festín de médula; y el impúdico tordo
Tritura un caracol en la cripta. Murió embarcado; entonces,
¿qué mejor que una tumba en el mar?

De rodillas,
Mocada contra el césped, poda y poda,
Con el mundo sujeto entre las dos rodillas, medita
Hacía abajo, como si sus pensamientos, tal hombres o manzanas,
Ya maduros cayeran a la tierra. Azul de mar, sus ojos
Se vuelven hacia el mar. Son carroñeras las gaviotas,
De cara cruel, pero al fin bellas. En el embarcadero
Los juncos crujen, moviéndose con el viento del este, crujen
Como huesos. A la memoria de. Dios mío,
La vida es lo que es, y no cambia.
Tú ahí en la tierra, y de rodillas yo encima de ti.
Tú muerto ya, yo viva.

Ella pica un llantén
De raíces demasiado ambiciosas. Ese tejo tan grande
Sujeta la colina.

Se alza de sus rodillas
Entumecidas, rígidas, pisa el camino de guijarros que baja
Al mar y a la ciudad. El olor a marisma
Sube sano y salado, y llena su nariz. Los juncos bailan
Con el viento del este, crujen; las currucas se cruzan,
Brillando en el vaivén de los juncos, y cantan.





Goya.


Goya pintó un cerdo en un muro.
El niño chico del barbero
Grabado vio sobre la plata
El león; y fueron los ocasos.

Goya olió la sangre de los toros.
El pupilo de carmelitas
Sus manos dio a un orfebre, supo
Dorar sin tacha una aureola.

Goya vio los ojos de la Pucela:
Dio serenatas (con guitarra),
Trepó al balcón; en cambio, Keats
Creó «Bright Star» (bajo las drizas).

Goya vio cómo la Gran Puta
Cogía a los gárrulos peleles
Y se reía, belfo laxo,
Y los ahogaba en una taza;

Les exprimía sus juguitos
Con manos secas, sin piedad,
hasta escucharlos balbucir. . .
Goya se fue a las catacumbas.

Vio a los bastos Roñones por el aire,
Con bocio y leporinos, violados
Por chulos lampiños, vampirialados:
Sobre Madrid, bulla nocturna.

Oyó cascarse los segundos
Como semillas, y verter
El sucio abismo del Vacío
Que hay entre el péndulo y el suelo.

Ríos de venas muertas, células descompuestas,
Amígdalas podridas, uñas.
Pelo muerto, piel muerta, garras, pelaje, muertos,
Velos, membranas, párpados, narices.

Y ojos que todavía, en la muerte, seguían
(San pestañas ni párpados) conscientes
Del puerco centro y, aún más puerco,
El local verme que aún lo arruina.

Sabó la peste del tictac.
Con ella fue Goya al Espacio,
Sedando tufo de sus miembros,
Y se paró en la faz sin rasgos,

Que no veía ni amparaba,
Pero que era, y que es. Pasó el segundo,
Goya volvió y pintó la cara;
¿pie escribió: «Yo ya lo he visto»...

En un desván pintó fulanas,
Gordas, dormidas, ovilladas;
Y al pie anotó: «Mejor que duerman.
Si despertaran, llorarían»...





Retrato de una muchacha.


Esta es la forma de una hoja, y esta la de una flor,
y éste es el pálido tronco de un árbol
que contempla sus ramas en un charco de agua estancada
en una tierra que nunca veremos.

El tonto en la rama, silencioso, suave cae el rocío,
en el atardecer casi no hay sonidos...
Y las tres hermosas peregrinas que llegan juntas
tocan ligeramente el polvo del suelo.

Lo tocan con pies que apenas turban el polvo, como alas,
tímidas, aparecen juntas, silenciosas,
como bailarinas aguardando en una pausa de la música, la música
que llene el exquisito silencio...

Este es el pensamiento de la primera, y éste el de la segunda,
y éste el grave pensamiento de la tercera:
"Nos demoraremos así por un instante, pálidamente expectante,
y el silencio terminará, y el pájaro

cantará la pura, dulce, clara frase del crepúsculo
hasta llenar la campana azul del mundo;

y nosotras, a quienes la música reunió como a hojas,
como hojas seremos arrastradas.

¿Hacia qué sino la belleza del silencio, perpetuo silencio?
esta es la forma del árbol,
y la flor y la hoja, y las tres hermosas peregrinas pálidas:
eso eres para mí.





Dos cafés en El Español.


Dos cafés en El Español, las últimas
brillantes gotas de dorado Barsac en una copa,
pasta de higo y garrapiñados... Hardy está muerto,
y James y Conrad muertos, y Shakespeare muerto,
y el viejo Moor madura para una tumba obscena,
y Yeats para una estéril; y yo, y tú-
¿Qué sudarios para nosotros, qué tablas y ladrillos,
qué farsas, velas, preces y piadosos engaños?
Tú estarás envuelta en escarlata de Siria, mujer
y te pondrán tus perlas, y brillantes pulseras
y tu anillo de ágata, y colgará en tu cuello
tu lapislázuli azul con pintas de oro.
Y yo , a tu lado -¡ah! pero ¿será así?
Porque hay oscuras corrientes en este mundo oscuro, señora,
corrientes del Golfo y Árticas del alma;
y yo seré quizás, antes que nuestra consumación
nos acueste juntos, mejilla contra mejilla, bajo la tierra
barrido a otra costa donde mis blancos huesos
yacerán olvidados o profanados por gaviotas.

¿Qué dignidad podrá la muerte conferir a nosotros,
que nos besamos bajo un farol en la calle, nos cogemos de las manos
medios ocultos en un taxi o repletos
de café , de higos y Barsac nos dirigimos
a una oscura alcoba en una casa carcomida?
La aspidistra guarda la puerta; entramos,
per aspidiastra –luego ad satra- ¿no es así?
Y nos enllavamos seguros en nuestras tinieblas
nos soltamos del terror... aquí está mi mano,
la cicatriz blanca en mi pulgar, y aquí está mi boca,
para acallar tu rumor, tendidos sin hablar
pensemos en Hardy , Shakespeare, Yeats o James;
calmemos con mágicos nombres nuestro pánico.
Miremos al techo, donde los focos de los taxis
forman espectros de luz, y veamos, más allá de este techo,
aquel otro lecho en que no nos moveremos:
y , junto o separados, no amaremos.





Encuentro.


¿Por qué te contemplo? ¿Por qué te toco? ¿Qué busco en ti, mujer,
que he de apresurarme para estar contigo una vez más?
¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal
Y extraer nada más que dolor?
Fijamente, fijamente miro tus ojos acuosos; pero no quedo más convencido
Ahora que alguna otra vez
De que sólo son dos espejos que reflejan la luz del firmamento,
Eso y nada más.
Y aprieto tu cuerpo contra mi cuerpo como si esperara abrirme una brecha
Directamente a otra esfera;
Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mí palabra,
En las que todas las cosas son claras,
Hasta que exhausto me hundo una vez más en tu nada abisal
Y la fría nada de mí:
Tú, riendo y llorando en este cuarto ridículo
Con tu mano sobre mi rodilla;
Llorando porque me crees perverso y desdichado; y riendo
Por hallar nuestro amor tan extraño;
Con la vista mutuamente clavada en una última esperanza, ciega y desesperada,
De que el mundo entero cambie.


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