viernes, 15 de agosto de 2025

Poemas I. Wallace Stevens (1879-1955)

Rumbo al camión.


Una ligera nevada, como escarcha, ha caído durante la noche.
Melancólico, el periodista confronta

Al hombre transparente en un mundo traducido,
Donde se alimenta de un conocimiento nuevo,

En una estación, un clima matutino, de elucidación,
Un refrigerio de aire frío, aliento frío,

Una percepción de aliento frío, más revelador que
Una percepción de sueño, más poderosa

Que el poder del sueño, una claridad emergiendo
Del frío, levemente irisada, levemente deslumbrada,

Pero una perfección emergiendo de un conocimiento nuevo,
Un entendimiento más allá del periodismo,

Un modo de pronunciar la palabra dentro de la lengua
Bajo los árboles invernales de la terraza.





El vaso de agua.


Que el vaso en el calor se fundiría
Y que el agua en el frío se volvería hielo,
Demuestran que este objeto es tan sólo un estado,
Uno de muchos, entre dos polos.
También lo metafísico posee esos dos polos.

El vaso está en el centro. La luz
Es un león que ha bajado a beber. Allí,
Y en ese estado, el vaso es una charca.
Tiene rojos las garras y los ojos
Cuando la luz desciende a humedecer su quijada espumosa.
Y en el agua se mueve la cizaña arrancada.
Y allí y en otro estado –los reflejos,
La metaphysica, la zona plástica de los poemas,
Estallan en la mente. Pero, gordo Jocundo,
Que no te inquieta el vaso sino el centro.

En el centro de nuestras vidas, este tiempo y día,
Es un estado, primavera entre políticos
Que juegan a las cartas. En un pueblo de indígenas
Uno quisiera descansar. Entre perros y estiércol
Seguiría luchando con las propias ideas.





Atardecer sin ángeles.


los grandes intereses del hombre: el aire y la luz, la dicha de poseer un cuerpo, la voluptuosidad de mirar.
Mario Rossi.

¿Por qué serafines, con su laúd, distribuidos
por encima de los árboles?
Y ¿por qué el poeta como eterno chef d’orchestre?
Aire es el aire:
su vacío destella por doquier, en nuestro entorno.
Sus sonidos no son sílabas angélicas,
sino nuestros espíritus sin forma,
realizados más nítidamente, en identidades más furiosas.

Y la luz que propicia los serafines y para ellos
es peluquera de halos, joyera fecunda...
¿Fue maquinado el sol para los ángeles o para los hombres?
Los hombres tristes hicieron ángeles del sol y de
la luna hicieron su propio séquito espectral,
que ante los ángeles los devolvieran, tras la muerte.

Quede claro que somos hombres del sol
y hombres del día, nunca de la noche ojival, hombres que repiten
los antiquísimos sonidos del aire en un acorde de repeticiones. No obstante,
si repetimos es porque el viento
que nos rodea habla siempre nuestra habla.

También la luz nos encorteza, haciéndonos visibles
los movimientos de la mente, y dando forma
a las insignificancias más tornadizas, como el ansia de día

que se cumple en inmensos destellos del Oriente,
el deseo de descanso, en ese mar de oscuridad
en descenso, que por su propio oscurecerse
es descanso y silencio extendiéndose al sueño.

...Atardecer, cuando el compás se salta un acento tras otro, uno por uno, y todos
prestamente van modulando a un hervoroso tono menor. Lo mejor es la noche desnuda. Lo mejor es la tierra desnuda. Desnuda, salvo de nuestras propias casas, apiñadas
bajo los arcos y su aire de lentejuelas, bajo las rapsodias del fuego y el fuego,
donde la voz que está en nosotros crea una auténtica respuesta, donde la voz que es grande en nuestro interior se alza,
mientras permanecemos con la mirada puesta en la redondez de la luna.





El hombre de nieve.


Hace falta una mente de invierno
para contemplar la escarcha y las ramas
de los pinos con corteza de nieve;

y llevar un largo tiempo frío
mirando los enebros con su pelliza de hielo,
los abetos ásperos en el resplandor distante

del sol de enero; y no pensar
en ninguna desgracia al sonido del viento,
ni al sonido de hojas,

que es el sonido de la tierra
llena del mismo viento
que sopla en el mismo paraje desnudo

para el escucha, que escucha en la nieve
y, nada él mismo, observa
la nada que no está y la nada que está.





El desengaño de las diez.


Por estas casas rondan
blancas camisas de dormir.
No las hay verdes,
ni púrpura con redondeles verdes,
ni verdes con redondeles amarillos,
ni amarillos con redondeles azules.
No las hay raras,
con medias de encaje
y cintos de abalorios.
No va a soñar la gente
con cinocéfalos ni con caracolas.
Sólo, acá y allá, un viejo marinero,
borracho y dormido con las botas puestas,
atrapa tigres
con tiempo rojo.


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