viernes, 15 de agosto de 2025

Poemas III. Wallace Stevens (1879-1955)

De la poesía moderna.


Poema de la mente en el acto en que encuentra
con qué le alcance. No siempre tuvo
que encontrarlo: la escena estaba preparada; repetía lo que
estaba en el texto.
Luego trocaron el teatro en alguna otra cosa.
Su pasado fue un recuerdo.
Ha de estar en la vida, para aprender el habla del lugar.
Ha de encararse a los hombres del tiempo y conocer
a las mujeres del tiempo. Ha de pensar sobre la guerra
y ha de encontrar con qué le alcance. Ha de
levantar un nuevo tablado. En ese tablado
ha de estar y, como actor insaciable, lentamente y
meditando, decir palabras que al oído,
al delicadísimo oído de la mente, repitan
exactamente aquello que desea oír; a cuyo sonido
atiende un invisible auditorio,
no a la función, sino a él, expresado
en sentimiento como de dos personas, como de dos
sentimientos que se aúnan. El actor es
un metafísico en la oscuridad, tañendo
un instrumento, tañendo una cuerda de alambre que emite
sonidos que pasan por súbitos aciertos, que
contienen entera la mente; por debajo no puede descender,
por encima no pretende elevarse.
Tiene
que ser el hallazgo que una satisfacción, y puede
ser el de un hombre que patina, una mujer que baila, una mujer
que se peina. El poema del acto de la mente.





El hombre y la botella.


La mente es el gran poema del invierno, el hombre
que, para encontrar con qué le alcance,
va arrasando románticos edificios
de rosa y hielo

por la comarca de la guerra. Es, más que el hombre,
un hombre con la furia de un linaje de hombres,
una luz en el centro de múltiples luces,
un hombre en el centro de los hombres.

Ha de satisfacer la razón en lo tocante a la guerra,
ha de persuadir de que la guerra es parte de sí misma,
un modo de pensar, una manera
de ir arrasando, como arrasa la mente,

Una aversión, como el mundo se aparta
de un antiguo embeleco, de un antiguo amorío con el sol,
una imposible aberración con la luna,
un espesor de paz.

No es la nieve, la que es pluma y que es página.
El poema fustiga con más saña que el viento,
como la mente, para encontrar con qué le alcance, va arrasando
románticos edificios de rosa y hielo.





Estudio de dos peras.


I
Oposculum pedagogum.
Las peras no son violones,
desnudos o botellas.
No se parecen a ninguna otra cosa.

II
Son formas amarillas
compuestas de curvas
combándose hacia la base.
Son toques rojos.

III
No son superficies planas
de curvados perfiles.
Son redondas,
ahusadas en el vértice.

IV
Tal como están modeladas
hay porciones de azul.
Una tiesa hoja seca cuelga
del vástago.

V
El amarillo resplandece,
brilla en distintos amarillos,
limones, verdes y naranjas
que florecen en la piel.

VI
Las sombras de las peras
son burbujas sobre el verde mantel.
Las peras no se ven
como el observador quiere.





Me pregunto: ¿He vivido una vida de esqueleto...?


Me pregunto: ¿He vivido una vida de esqueleto
Siendo un interrogador de la realidad,

Compatriota de todos los huesos del mundo?
Ahora, aquí, la tibieza que había olvidado se torna

Parte de la realidad mayor, parte de
Una apreciación de una realidad;

Y así en una elevación, como si viviera
Con algo que pudiera tocar, tocar en todo sentido.





La casa estaba callada y el mundo estaba sereno.


La casa estaba callada y el mundo estaba sereno,
el lector se convirtió en libro; y noche de verano.

Era como el ser consciente del libro.
La casa estaba callada y el mundo estaba sereno

Las palabras eran habladas como si hubiese libro,
excepto que el lector se reclinaba sobre la página,

quería reclinarse, quería tanto ser
el escolar para quien el libro es verdad, para quien

la noche de verano es como una perfección del pensamiento.
La casa estaba callada porque debía estarlo,

el silencio era parte del significado, parte de la mente,
el acceso de perfección a la página,

y el mundo estaba sereno. La verdad en un mundo sereno,
en el cual no hay otro significado,

el mismo está sereno, el mismo es verano y noche,
el mismo es el lector reclinado tarde y leyendo ahí.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario