martes, 25 de junio de 2024

Poemas. Keith Douglas (1920-1944)

Recuérdenme cuando haya muerto...


Recuérdenme cuando haya muerto
y simplifíquenme cuando haya muerto.

Como los procesos de la tierra
despojan del color y de la piel;
se llevan el pelo castaño y los ojos azules

y me dejarán más simple que en la hora del nacimiento,
cuando sin pelos llegué aullando
mientras la luna aparecía en el frío firmamento.

Acaso de mi esqueleto,
ya tan despojado, un docto dirá:
"Era de tal tipo y de tal inteligencia", y nada más.

Así, cuando en un año se derrumben
recuerdos específicos, podrán
deducir, del largo dolor que soporté

las opiniones que sustentaba, quién fue mi enemigo
y lo que dejé, hasta mi apariencia
pero los incidentes no servirán de quía.

El telescopio invertido del tiempo mostrará
un hombre diminuto dentro de diez años
y por la distancia simplificado.

A través de ese lente observen si parezco
sustancia o nada: merecedor
de renombre en el mundo o de un piadoso olvido,

sin dejarse arrastrar por momentáneo enojo
o por el amor a una decisión,
llegando sin prisa a una opinión.

Recuérdenme cuando haya muerto
y simplifíquenme cuando haya muerto.





El difunto.


Era un maldito, lo admito,
Y siempre ebrio hasta que se quedó sin plata.
Su pelo le colgaba por un lazo de
una Corona Veneris. Sus ojos, mudos
como prisioneros en sus cavernosas hendeduras, estaban
fijos en actitudes de desesperación.
Ustedes que, Dios los bendiga, jamás han caído tanto,
Lo censuran y oran por él que sí había caído;
y con sus flaquezas lamentan los versos
que el tipo hacía, acaso entre maldiciones,
acaso en el colmo de la ruina moral,
pero los escribía con sinceridad;
y al parecer sentía un dolor acrisolado
al cual la virtud de ustedes no puede llegar.


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