martes, 9 de julio de 2024

Cuando la muerte se enamora. Alibel Lambert.

De espaldas a la puerta, espero su regreso. Impávido mi rostro. Ni un solo músculo de mi cuerpo demuestra inquietud. Con la mirada perdida en la lejanía a través del cristal del Living, que como un inmenso cuadro me deja ver la quietud del campo en el ocaso, bebo la copa de Ron, sorbo a sorbo. El tiempo hace mucho que ha dejado de preocuparme. El paso de los años me ha enseñado a no temerle. La paciencia y la calma son ahora mi mayor virtud. Bebo otro sorbo de Ron, y comienzo a recordar…

“La había conocido veinte años atrás. Una noche me crucé en su camino. Desde aquel día, me sentí dispuesto a echarme en sus brazos. Resuelto estaba a entregarme a ella sin ninguna resistencia, totalmente convencido de que era lo mejor que podía pasarme. Pero entonces, decidió dejarme. Sin importarle cual era mi deseo, sin tener en cuenta mi desesperante necesidad de aferrarme a ella. Sólo contaban su egoísmo y sus caprichos, sus necesidades. Y se fue, dejándome allí parado; destrozando mi espíritu y mi corazón. Inmerso en la más profunda de las desesperaciones”…

Han pasado muchas cosas desde entonces. Ahora, luego de tanto tiempo volveremos a encontrarnos.

De pronto, atravesó el umbral…

Hermosa como entonces, se aproxima a mí. Bajo la cálida luz del cuarto, sus felinos ojos se fijan en los míos, y una delicada sonrisa se dibuja en sus labios. Aún la recordaba así. Cínica y un tanto frívola la expresión de su rostro, pero tan bella, que otra vez comencé a sentir el influjo de sus encantos…

Al son de uno de sus temas preferidos, comienza a arrimar su cuerpo perfecto y delicado junto al mío. Flota su perfume en la atmósfera del cuarto. Ella, danza en derredor mío suavemente, subiendo y bajando, rozando mi cuerpo. El tema musical se esta reflejando en mi sentir. Su cuerpo gira lentamente, se arquea y me envuelve, sensual y atrevido se trasluce bajo la sutil gasa negra del vestido. Siento, en ciertos momentos de esos giros, sus senos tibios pasando por mi pecho y mi espalda. Sus manos ávidas, me acarician deslizándose desde mi nuca, hombros y pecho, hasta aferrarse eróticamente a mis muslos. Estoy cayendo lentamente bajo su influjo. Su mirada colmada de deseo me embriaga. Pero, esta vez, soy yo quien esperaba terminar con nuestro encuentro. La noche recién comienza y el alba, el alba se halla muy lejana todavía.

Sus labios anhelantes, se posan en mi boca. Sonrío casi maliciosamente. Sigue siendo tan mía; que, aún sin proponérmelo, un deseo muy fuerte de vengarme se apodera de mí. Pero domino ese impulso, la aparto de mi cuerpo y dejándola extrañada ante mi reacción, levanto la copa y brindo por ella. Al hacerlo, sus ojos toman nuevo brillo. Me arrebata la copa y brinda por los años pasados y el amor. Me siento en el sofá para contemplarla. Con la copa en la mano, se tiende a mi lado cuán larga es, apoya su cabeza sobre mis piernas y fija sus ojos de gata enamorada en los míos. Le quito la copa y beso sus labios con toda la pasión que he albergado en mis adentros desde su partida; desde antes de haberme dado cuenta que ya no la deseo. La beso largamente, hasta sentir que su postura de triunfo se desvanece, tiembla de amor entre mis brazos. Entonces, al sentir su cuerpo estremecerse me levanto alejándome lo suficiente para observarla, para gozar del placer que me causa verla así, rendida ante mí. Puede adivinar mis sentimientos y se levanta de un salto. Su mirada gatuna se transforma en fuego. Espero el zarpazo de su ira, sin embargo, controla su arrebato y calmadamente dice…

-Te he amado, más que a todo, te he amado. Aquella noche, cuando te ví por primera vez, experimenté como jamás lo había hecho, la necesidad de sentirme mujer, y cambié por ti. Te cruzaste en mi camino suplicando que te ayude. No pude hacerlo. Al verte, algo extraño me ocurrió por primera vez. Y no pude responder a tu súplica, aún cuando era el momento que siempre aguardo para lograr mi victoria. Contigo, había descubierto al amor. ¿Cómo podría hundirte en las profundas noches en las que vivo, si te ví sol, si te imaginé mil mañanas amándome en la frescura de tu lecho? ¿Dime, cómo podría, amándote como te amo?

Sus ojos cargados de llanto hasta las lágrimas, me contemplan, mientras su voz suena con un tono de tristeza tal, que me hace sentir un miserable, y me arrodillo ante ella. Todo el resentimiento que había acumulado por más de veinte años se esfumó en ese segundo…

De súbito, cuando me hallo en acongojado abrazo aferrado a su cuerpo, profundamente apesadumbrado y rendido ante su angustia, una horrorosa carcajada de ultratumba hiela mi sangre. Su manos, que tan calidamente sentí entre las mías, se han transformado. Entonces miro su rostro. La larga cabellera ya no existe, un frío y oscuro manto la cubre al igual que a su cuerpo. Su perfecto cuerpo es sólo un esqueleto bajo la mórbida mortaja. Puedo sentir sus huesos contra mi pecho. Me aparto de un salto. Su risa retumbaba por doquier. Quiero correr. Creo que voy a enloquecer…

Pero entonces, veo en el fondo de la cuenca vacía de sus ojos, una luz de tristeza que duele.
Y comprendo… el final de la noche ha llegado y con él, también el de mi vida.


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