Con el serrucho, el mago corta en dos la caja de donde asoman las piernas, los brazos y la cabeza de su partenaire. La cara de la mujer, sonriente al principio, se deforma en una mueca de miedo. En seguida empieza a gritar. Brota la sangre, la mujer aúlla pidiendo socorro y mueve los brazos y las piernas con aparente desesperación mientras la gente aplaude y se ríe. Al rato sólo se queja débilmente. Después se calla. En otras épocas, recuerda el mago, el público era más exigente: pretendía que la mujer volviera a aparecer intacta. Ahora, en cierto modo, todo es más fácil. Excepto conseguir ayudante, claro.
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