miércoles, 10 de julio de 2024

Poemas. Aleister Crowley (1875-1947)

Himno a Pan.


¡Estremécete con el muelle deseo de la luz !
¡Oh hombre !¡Oh, tú, hombre !.
¡Ven corriendo desde la noche
de Pan !¡Io Pan !
¡Io Pan !¡Io Pan ! ¡Ven a través del mar
desde Sicilia y Arcadia !
¡Vagando como Baco, con faunos que te acompañan
y ninfas y sátiros que te guardan,
sobre un asno blanco como la leche, ven a través del mar
a mí, a mí,
ven junto Apolo, en traje de novia
(pastora y pitonisa).
Ve junto a Artemisa, calzado de seda,
y lava tu blanco muslo, oh, bellísimo Dios,
entre la luna de los bosques, sobre el marmóreo monte,
en la aurora surcada de hoyuelos de la ambarina fuente!
Sumerge el púrpura del rezo apasionado
en el sagrario carmesí, en el lazo escarlata
el alma que se sobresalta en una mirada azul,
al observar los gemidos de tu exuberancia, a través
de la espesura del matorral, del nudoso tronco
del árbol viviente, que es espíritu y alma,
y cuerpo y mente... ¡Ven a través del mar,
(¡Io Pan !¡Io Pan !)
Dios o Diablo, a mí, a mí !
¡Oh, tú, hombre!¡oh, tú, hombre !
¡Ven con trompetas que suenen estridentes
sobre la colina !
¡Ven con tambores que murmuren por lo bajo
desde la fuente!
¡Ven con flautas y gaitas !
¿No estoy maduro ?
Yo, que aguardo, sufro y lucho
con aire que no permite a las ramas
abrigar mi cuerpo, cansado de abrazos vacuos,
fuerte como un león y aguzado como un áspid...
¡Ven, oh, ven !
Me encuentro torpe
a causa de la solitaria lujuria del poder del diablo.
Mete tu espada entre los mortificantes grilletes,
tú, que todo extingues, y todo creas,
dame el signo del Ojo Insomne,
y el exaltado augurio del áspero muslo,
y la palabra de insensatez y misterio.
¡Oh, Pan ! ¡Io Pan !
¡Io Pan !¡Io Pan ! Me he despertado
entre los anillos de la serpiente,
el águila me fustiga con garras y pico ;
los dioses se apartan :
las grandes fieras se acercan, ¡Io Pan ! He nacido
para morir en el cuerno
del Unicornio.
¡Yo soy Pan ! ¡Io Pan ! ¡Io Pan Pan ! ¡Pan !
Soy tu compañero, soy tu hombre,
el macho de tu rebaño, soy oro, soy dios,
carne de tus huesos, flor de tu vara.
Con pezuñas de acero, corro sobre las rocas,
inflexible, de solsticio a equinoccio
Y deliro ; y entre delirios estrupo y desgarro
eternamente, en un mundo sin final,
enano, doncella, ménade, hombre,
por la voluntad de Pan.
¡Io Pan ! ¡Io Pan Pan ! ¡Pan ! ¡Io Pan !.





Sócrates. (El hombre de la nariz rota)


Perfecta belleza labrada de deformidad,
oh filósofo de la nariz rota, la tuya.
Así como los diamantes, más profundos en el limo azul,
así es el secreto de tu sólida fortuna
resplandor daimónico más allá de moda e importancia
de rasgo atormentado; el espíritu de la virtud relumbra,
el genio y la sabiduría de la divina fuerza
que insufla tu rostro; ¡esplendor!, nada menos.

¡Ay! Beberás la cicuta, sufrirás
y morirás por respeto a ti mismo, ¡por amor a los demás!
¿Son hoy los hombres hermanos inseparables?
¿Es mi vida más plácida que la de los griegos?
Los griegos, al menos, me ayudarán en mi arte.
¡Crucificad a Crowley! ¡No, mis amigos!, la pócima.





Balzac. 


Gigantesco, oscurecido por los misterios del hierro,
embozado, Balzac álzase y mira. El desdén inmenso,
el silencio egipcio, el poder del dolor,
la carcajada de Gargantúa, agitan o acallan la ígnea
estatura del Maestro, vívida. A lo lejos, aterrado,
el aire ensordecedor estremece la piel. En vano
el Maestro de «La Comedia Humana»
oscurece sus profundos ojos, genio iluminado.

Epitalamios, canciones de cuna y epitafios
están escritos en el misterio de sus labios.
La triste sabiduría, la insolente ignominia y la agonía
sublime
yacen en los pliegues mortuorios de la capa,
escarpadas montañas;
y la piedad se oculta en el corazón. El torvo saber
estrecha
a la humanidad esencial. Balzac álzase, y ríe.





El pensador. 


¡Ciega agonía del pensamiento! Quien
brinda su pluma,
su pincel o su lira al Arte puede
comprender en éste
el símbolo de su batalla en contra y a favor
de los hombres, el retrato del atormentado
deleite
de su necesidad; se sienta próximo a él
el consumado del pensamiento mágico.
Rodeado por su propio abrazo se sienta;
¡rastrean
los sabuesos invisibles el dolor sobre las
hendiduras!
Pronto, pronto estarán sobre él; pronto, los
colmillos del odio,
¡los afilados dientes del infinito sobre él!
¿Podrá el amor, o la gloria, o la riqueza,
abolir esos tormentos?
¿Qué sirena de voz y pecho dulces podrá
conquistarle?
¡Ninguna, estad seguros! Con sereno
espanto
el pensador formula la ley eterna.


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