viernes, 2 de agosto de 2024

Poemas. Alfred Edward Housman (1859-1936)

Toque de Diana. 


Despierta, ya retorna el plateado
crepúsculo que asoma por la playa.
el barco del amanecer se incendia
encallando en el borde del Oriente.

Ya se rompe la bóveda de sombras
y el arco de la luz el suelo toca.
El traje de la noche se hizo harapos
y el cielo cobra una color pajiza.

Vamos, muchacho, arriba, se hace tarde.
Oye, suena el tambor de la mañana.
Escucha los sonidos en las rutas.
¿Quien marcha más allá de las colinas?

Las ciudades, los campos se engalanan
con faros y toques de campanario.
Nunca un muchacho que calzara cuero
compartió en una fiesta su alegría.

Vamos, que quien en un jergón incómodo
recibe luz de sol nunca prospera:
la luz inerte del alba en la cama
no debe recibirla un hombre vivo.

La sangre es vagabunda, no es arcilla.
El aliento es materia que se agota.
Vamos muchacho, cuando el viaje acabe
tendrás para dormir tiempo de sobra.





Cuando tenía veintiún años...


Cuando tenía veintiún años
un hombre sabio me avisó:"
Regala libros, guineas, coronas,
pero nunca tu corazón.

Regala perlas y rubíes, pero
mantén en libertad tus fantasías".
Tenía veintiún años
y de poco valía aconsejarme.

Cuando tenía veintiún años
el hombre sabio me insistió:
"Entregar el corazón
no se hizo en vano nunca"

Se paga con suspiros y amargura,
con arrepentimiento interminable".
Ya tengo veintidós y todo
lo que me dijo era verdad.





No mires en mis ojos, por temor...


No mires en mis ojos, por temor
a que reflejen lo que yo contemplo
y te veas demasiado claro el rostro
y lo ames y te pierdas como yo.

En largas noches uno ha de tenderse
suspirando frustrado bajo el cielo.
Pero ¿por qué has de perecer?
No mires e mis ojos fijamente.

La canción oigo de un muchacho griego
Lo amaron muchos, mas todos en vano.
En el bosque se asomaría a un pozo
y su mirada no pudo emerger

Entre las flores de la primavera,
con la mirada triste, cabizbajo,
resiste a la llovizna en aquel césped,
el narciso que fue un muchacho griego.





A un joven atleta muerto...


El día que ganaste la carrera,
todos te paseamos por la plaza
Hombres y niños coreamos tu nombre,
y en hombros te llevamos a tu casa.

Hoy por la carretera te llevamos
en hombros a la que es tu nueva casa;
te dejaremos en el cementerio
y habitarás la ciudad mas tranquila.

Muchacho astuto, te marchaste pronto
allí la donde la gloria importa.
Sabías que el laurel que crece rápido
se marchitaba antes que la rosa.

Cerrados ya tus ojos por la Noche,
no podrás ver cómo tu récord cae,
pero el silencio no es peor que el éxito
una vez que la Tierra te ensordece.

No rugirá la multitud ya más
ni te harán los muchachos sus ofrendas.
De corredores que alcanzan la fama
se olvida antes el nombre que la imagen.

Antes de que los ecos se hagan humo,
nos hemos acercado hasta tu umbral.,
Encontramos en el dintel la copa
que no podrás ya nunca defender.

El laurel rodeando tu cabeza
todos observarán, pero estás muerto.
Se ha marchitado pronto la guirnalda
a la que diste una vida tan breve.





Cuando por la pradera paséabamos...


Cuando por la pradera paseábamos
mi amor y yo no hace siquiera un año
sobre la piedra y el portillo, el álamo
hablaba en voz baja para sí mismo.
"¿Quienes son estos que ante mi se besan?
Son sólo dos enamorados.
Tal vez pronto se casen.
Llegarán hasta el lecho con el tiempo,
pero ella yacerá bajo la tierra
y él dormirá junto a su nuevo amor"

Fue cierto. Ahora camina junto a mi
por la misma pradera un nuevo amor.
Y el álamo en la cumbre esta agitando
sus hojas plateadas que al sonar
me recuerdan la lluvia. No consigo
comprender sus murmullos. Quizás ahora
le hable a ella con frases muy sencillas,
y le estará contando que muy pronto
yo dormiré bajo los tréboles
y ella junto a su nuevo amor.





Si la verdad del corazón... 


Si la verdad del corazón del hombre
algo influyera en el poder del Cielo,
mi amor por ti no dejaría
que se muriese nunca.

Si la firmeza de unos sentimientos
o el solo pensamiento me bastara,
podría el mundo terminar mañana
que tú jamás conocerías tumba.

Es tan grande mi amor por ti,
tan fuerte mi deseo de quererte,
que si ellos fueran suficientes
por siempre vivirías.

Pero las cosas son de otra manera,
y al menos sé gentil con este
perdido corazón antes de que hayas
de irte allí donde no tendrás amigos.





Allá lejos destella la mañana...


Allá lejos destella la mañana.
Al levantarse el sol yo me levanto
y me aseo, me visto, desayuno,
miro todas las cosas, hablo y pienso
y trabajo. ¿Por qué ? Dios lo sabrá.

Oh, después de asearme y de vestirme
¿os he mostrado a veces mi dolor?
Diez mil horas de lo mejor de mi
os he dado y os las daré otra vez.





Leyes de Dios y leyes de los hombres.


Leyes de Dios y leyes de los hombres
que os cumplan quienes puedan, quienes quieran,
pero no yo. Que Dios y el Hombre
hagan cumplir sus leyes a sus súbditos,

pero no a mi pues no soy como ellos
y siento ajeno todo lo que es suyo.
Juzgo sus hechos, los condeno a veces
mas ¿cuando me atreví a dictarles leyes?

Sólo les pudo que a otro lado miren,
pero ellos necesitan arrancarle
lo suyo a sus vecinos,
para hacerlos bailar como desean,

con cárceles, con horcas, con fuegos del Infierno.
¿Cómo podría superar
esa maldad de Dios y de los Hombres?
Tengo miedo y me siento extaño

en un mundo que no he creado yo.
Son ellos quienes mandan,
tienen la fuerza aunque sean dementes.
Y como de momento no es posible

escaparse a Saturno o a Mercurio,
no nos queda remedio, guardaremos
- aunque sintamos que nos son ajenas -
las leyes de los Hombres y de Dios.





Cuando se acaba el día... 


Cuando se acaba el día
y emiten sus destellos las estrellas
cerca de mi cabaña forestal
truena furioso el bosque de los sueños

Hundidos en arena de alta mar
todos los corazones que me amaron
y que no volverán a amarme nunca,
vienen hasta mi puerta a reclamarme.

Dormid inmóviles, volved a aquellas
arenas que os cubrieron con olvido.
En lejanas moradas, sobre lechos
vacíos, descansad.

Sobre el eterno polvo o en el cieno
allí donde no perturbéis mis noches.
Dormid allí. Que nunca mas volváis
a derribar mi puerta y reclamarme.





Epitafio para un ejército de mercenarios.


El día que el cielo se estaba cayendo,
Cuando los cimientos de la tierra huían,
Ellos, siguiendo su vocación mercenaria,
Tomaron sus pagas y ahora están muertos.

Sus hombres mantuvieron suspendido el cielo;
Se sostuvieron, y los cimientos de la tierra quedaron;
Lo que Dios abandonó, ellos lo defendieron
Y salvaron la suma de las cosas por dinero.


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