viernes, 2 de agosto de 2024

Poemas. Ted Hughes (1930-1999)

El punto tierno. 


Tus sienes, donde el pelo se hacía más tupido
eran el punto tierno. Para probar, un día
solté una lima entre los electrodos
de una batería de doce voltios: hizo explosión
igual que una granada. Alguien te llenó de cables.
Alguien bajó la palanca. Te arrojaron
el rayo en la cabeza.
Con sus delantales blancos, con sus caras de nada,
iban revoloteando
para ver cómo estabas, atada en tus correas,
si tenías los dientes intactos todavía.
La mano en la palanca calibrada,
sin sensación alguna a no ser por la falta
de toda sensación, bajó para buscar
algún resabio sensitivo. El miedo
era la nube que formabas
cuando esperabas los relámpagos;
vi la rama de un roble partida por el rayo;
y vos, la pierna de tu Papi. ¿Cuántos ataques
sufriste de ese dios que te arrastraba
de los pelos? Los informes
huían de regreso a las nubes. ¿Qué era lo que subía
hecho vapor? Donde los pararrayos vertían lágrimas de cobre
y el nervio se arrancó su propia piel
como una criatura chamuscada
huyendo de la bomba. Te arrojaron,
hecha un pedazo rígido de alambre retorcido
sobre el tendido eléctrico de Boston. Las luces
del Senado bajaron su tensión
cuando tu voz se zambulló hacia adentro
abriéndose camino más allá del refugio del sótano.
Emergió años más tarde,
sobreexpuesta como una placa radiográfica,
el mapa del cerebro todavía salpicado de negro
con esas cicatrices de tierra calcinada,
producto de tu huida. Y tus palabras, caras
de espaldas a la luz, que se aferraban
a sus propias entrañas.





Imitar a Cristo. 


Vos no querías imitar a Cristo. Aunque tu Dios
era papá y no creías en otro, vos no querías
imitar a Cristo. Por más que caminabas
en el amor de tu papá. Por más que contemplabas
como a una intrusa a tu mamá.
¿Qué tuvo ella que ver con vos,
salvo apartarte de tu padre?
Cuando la luna de sus grandes ojos
de párpados caídos
bajó casi hasta el suelo
prometiendo la tierra que veías,
vos viste tu destino, y le gritaste:
¡Aléjate de mí! Vos no querías
imitar a Cristo. Vos querías
estar con tu papá,
adonde fuera que estuviese. Tu cuerpo
te impidió pasar del otro lado. Y tu familia
que era carne de tu carne y sangre de tu sangre,
hizo las veces de barrera. Y cualquier Dios
que no fuera tu papá
era un dios falso. Pero vos
no querías imitar a Cristo.





Teología.


No, la serpiente no
Sedujo a Eva con la manzana.
Todo esto simplemente es
Corrupción de los hechos.

Adán comió la manzana.
Eva comió a Adán.
La serpiente comió a Eva
Esto es el oscuro intestino.

Mientras la serpiente
Reposaba de su comida lejos del paraíso-
Sonreía al escuchar
Que los quejidos de Dios la llamaban.





Narcisos.


Recordás cómo recogíamos narcisos?
Nadie mas lo recuerda pero yo lo recuerdo.
Tu hija venía con su perjuicio; ansiosa y feliz
De ayudar en la cosecha. Ella lo ha olvidado.
Ella no puede recordarte. Y las agotamos.
Fuimos tan pobres? El viejo hombre piedra, el almacenero,
Aspecto de jefe, la presión de su sangre púrpura desde la raíz
( Fue su última oportunidad.
Como vos, moriría en el mismo gran frío),
Él nos persuadió. Cada primavera
Siempre los compraba: siete centavos una docena
‘Costumbre de la casa’.

Además de nunca estar seguros de querer
Nada para nosotros; principalmente estábamos hambrientos
Por transformarlo todo en provechoso.
Permaneciendo nómadas -permaneciendo extraños
A todas nuestras posesiones. Los narcisos
Fueron tesoros incidentales encontrados
En los dorados hechos. Ellos simplemente vinieron,
Siguieron llegando
Como si no saliesen del césped sino que cayeran del cielo
Nuestra vida, sin embargo, sorprendía nuestra propia buena suerte.
Sabíamos que viviríamos para siempre. No aprendimos
Que los narcisos son una fugaz mirada
De lo eterno. Nunca identificamos
Con nuestros propios días
El nupcial vuelo de las raras efémeras.

Apilamos la fragilidad de sus liviandades en un banco de carpintero
Distribuimos docenas de hojas-
Hoja combada – hojas flexibles; a tientas por el aire; cinc – plateada-
Conveniente para su descarnado tallo en el agua del balde.
Su carnoso tallo oval
Y los vendimos, siete centavos un banco –
Viento – heridas, espasmos de la oscura tierra
Con metales sin olores
Una inflamada purificación de las frías lápidas
Como si el hielo hubiese tomado aliento.

Por su palidez los vendimos.
Rápidamente cosechamos lo grueso y pudimos con lo fino.
Finalmente estuvimos abrumados
Y perdimos las tijeras del presente de boda.

Cada marzo se levantaron nuevamente
Fuera de los mismos bulbos, los mismos
Niños llorando al deshelarse
Bailarinas demasiadas cercanas a los estremecimientos de la música
En las alas de las corrientes de aire del año.
En este mismo maremoto de la memoria; flotando
Ellos regresan olvidando que te inclinaste allá
Detrás de la lluviosa cortina del oscuro abril.

Pero en algún lugar tus tijeras recuerdan. Dondequiera que estén.
Aquí en algún lugar las hojas abiertas de par en par,
Abril tras Abril
Profundamente hundidas
A través del césped – Un ancla, una cruz de herrumbre.





Emily Brontë. 


El viento de Crow Hill era su amado,
sólo ella sabía
el secreto de su historia ardiente,
pero su beso fue fatal.

En su oscuro Paraíso
reinaba el arroyo que ella adoraba tanto
y consumió su pecho.

El crespo y húmedo rey de ese reino
salvó el muro y yació en su cama
enferma de amor y zarapito

cubrió sus entrañas,
bajo su corazón creció la piedra,
su muerte es un llanto de niño por el páramo.





Rojo.


Rojo era tu color
Si no rojo, blanco. Pero rojo,
con que te envolvías
Rojo sangre.

Y tras la ventana
Finas amapolas se arrugan frágiles
Como la piel ensangrentada.





Salmo de los mosquitos.


Cuando los mosquitos bailan al atardecer
garabatean en el aire, discuten desquiciados,
componen su loco vocabulario,
barajan su estúpida cábala,
a la sombra de las hojas

hojas y solamente hojas
se interponen entre ellos y los amplios golpes del sol
las hojas amortiguan las estocadas polvorientas del sol vespertino
protegen sus ojos frágiles y su temperamento crepuscular

bailan
bailan
escriben en el aire y luego lo borran todo
convierten sus letras en borrones y amasijos
todos son el yo-yo de todos
imanes inmensos se pelean en torno a un centro

no escriben ni tampoco luchan, sino que cantan
que los ciclos de este universo no importan
que no tienen miedo del sol

que el sol está está demasiado cerca
destruye su canción, la cual es de todos los soles
que ellos son su propio sol
Sus propios excesos
En lo grande de la nada
Sus alas nublan el resplandor
Cantando
que son las uñas
de las manos y los pies danzarines del dios-mosquito
que oyen el sufrimiento del viento
entre la hierba

y el sufrimiento del árbol de la tarde
el viento se inclina con largos gemidos de tripas
y los largos caminos de polvo
bailan al vientoel baile del viento

La danza del viento, la danza muerte, entrando en la montaña
Y la mierda de vaca de los pueblos amontonándose en polvo
pero no los mosquitos, su agilidad
ha sobrepasado ese umbral
y los mantiene un poco por encima de las garras de
la hierba
bailan
bailanbajo las sombras en forma de guante del sicomoro

Una danza que nunca será alterada
Una danza que ofrece sus cuerpos para ser quemados
Y sus caras de la momia nunca serán utilizada
sus pequeñas caras barbudas
tejiendo y meneándose en la nada
sacudiéndose en el aire, sacudiendo, sacudiendo
Y sus pies colgando como los pies de sus víctimas

oh, pequeños rabinos
vuestros propios cuerpos os llevan a la muerte
os lleváis vuestros cuerpos a la muerte
¡sois los ángeles del único cielo!
¡y Dios es un mosquito todopoderoso!
¡sois la mayor de todas las galaxias!
mis manos vuelan al aire, están locas
mi lengua cuelga de las hojas
mis pensamientos se han arrastrado a un rincón

vuestro baile
vuestro baile
hace que mi cráneo expectante salga dando vueltas
al espacio exterior.





Singular mañana de Marzo. 


Neblina azul. Abejas suspendidas en el aire, en la boca-colmena.
Obligadas por el sol a arrastrarse con asombro,
sobre el labio-colmena. Amarilis. Dos buitres,
las alas inmóviles, cada uno
atraído por el otro,
órbitas flotantes.
El ganado está parado, tibio. Encendida, feliz quietud.
Un cuervo, bajo la colina,
tose entre robles desnudos.
Aeronave, eufórico, azul cortante.
Ocio para aguantar. El lodo se endurece sobre el abrevadero,
a la altura de la rodilla. Corderos recién liberados, juguetones.

La tierra inválida, hidrópica, magullada, puesta
a tomar el sol,
después de la terrible cirugía.
Boca arriba, sus heridas desnudas al sol,
sanándose,
cubiertas del zigzagueante, frío viento del Norte,
recargada, ojos cerrados, exhausta, sonriente
en el sol. Quizá dormita un poco.
Mientras, nosotros sentados, y sonrientes, y esperamos, y sabemos
que ella no morirá.





Los perros se están comiendo a tu madre.


Eso no es tu madre sino su cuerpo.
Saltó de nuestra ventana
y cayó ahí. Esos no son perros
que parecen ser perros
tironeando de ella. ¿Te acordás del galgo flaco
que corría por el camino llevando en alto
la cruda bamboleante traquea y los pulmones
de un zorro? Ahora mirá quien
se arrastrará en cuatro al final de la calle
y abalanzándose hacia tu madre,
desgarrando sus restos, con su hocico
alzado como belfos de perros
en nuevas posiciones. Protegéla
y ellos te despedazarán
como si fueras más ella.
Les resultarás igual
de suculenta que ella. Demasiado tarde
para recobrar lo que ella fue.
La enterré donde cayó.
Vos jugabas alrededor de la tumba. Pusimos
conchas de mar y grandes guijarros estriados
traídos de Appledore
como si fuéramos ella. Pero una suerte
de hiena vino aullando viento en contra.
La desenterraron. Ahora se atracan
Con la cornucopia
de su cuerpo. Incluso
a mordiscones arrancan la cara de su lápida,
engullen los ornamentos de la tumba,
tragan hasta la tierra.
Dejála.
Dejá que sea su botín. Andá a envolver
tu cabeza en los ríos helados
del Brooks Range. Cubrí
tus ojos con los aires retorcidos
desde Nullarbor Plains. Dejálos
que meneen sus rabos, que se ericen y vomiten
sobre su symposia.
Mejor imaginála
tendida con cuidados sagrados sobre una rejilla
para que los buitres
la lleven de vuelta al sol. Imaginá
estas bocas tritura huesos las bocas
que trabajan para el escarabajo
que la rodará de nuevo al sol.





Wodwo.


¿Qué soy, que así husmeo y vuelvo las hojas
y sigo hasta el río una mancha desvaída del aire
y entro en el agua? ¿Qué soy, que así quiebro la vítrea
superficie al sumirme y alzando los ojos
sobre mí veo, invertido y clarísimo, el lecho del río?
¿Qué hago aquí a mitad del aire? ¿Me apasiona
esa rana porque escruto y hago mías
sus entrañas más secretas? Y esas hierbas, ¿me conocen,
me han visto antes entre sí, repiten mi nombre,
encajo en su mundo? Más bien separado
de la tierra parezco y no con raíces
sino caído al azar de la nada sin hilos
que a alguna cosa me amarren
me desplazo a mi antojo. Tal vez me concedieron
el libre uso de este sitio, ¿qué soy entonces?
Desprender la corteza de un madero putrefacto
no me place y es inútil, ¿por qué sigo haciéndolo?,
extrañamente mi acto y yo coincidimos.
¿Cuál es entonces mi nombre, soy el primero, tengo un amo,
qué forma tengo, qué forma tengo,
soy enorme? Si recorro hasta el final este camino
más allá de estos árboles más allá de aquellos árboles
hasta extenuarme sólo es uno de mis muros
lo que toco y si inmóvil permanezco me vigilan
inmóviles las cosas creo que soy el centro exacto
pero está todo esto ¿qué es? ¿Son raíces?
Raíces, raíces, raíces y aquí el agua
absurdo repito pero sigo buscando.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario