viernes, 2 de agosto de 2024

Poemas. Robert E. Howard (1906-1936)

Líneas escritas al saber que se acerca mi muerte. 


El negro umbral se abre, y el negro muro se eleva,
Al abrazo de la noche, el crepúsculo jadea.
Papel y polvo son las gemas que el hombre precia...
Las antorchas se agitan ante mi visión
Que mengua.

Los tambores de gloria se pierden en las eras,
Los pies decalzos flaquean en un roto sendero...
Que mi nombre se borre de las páginas impresas;
Palidecen cada vez más, visiones y sueños

El crepúsculo afluye y nadie me pude salvar.
Eso está bien, pues no me quiero quedar.
Hablaré a través de la piedra que me fue dada;
Ella nunca podrá decir lo que expresar deseaba.

¿Por qué sobrecogerme a la señal de mi partir?
Envuelta en una nube oscura está mi mente;
Ahora, en la noche, las hermanas para mí
Un sudario tejen.

Las torres se sacuden y las estrellas tiemblan,
En el templo del Diablo los cráneos se apilan;
Mis pies envueltos en un trueno que rueda,
Laceran mi mente chorros de agonía.

¿Qué será del mundo que dejo para siempre?
Formas fantasmales en mi visión que se rompe...
Me llevan, por el ébano torrente...
Hacia la noche.





El camino de los reyes. 


Cuando era un gran guerrero, resonaban
Los tambores en mi honor.
El pueblo esparcía polvo de oro ante
Los cascos de mi caballo.
Más ahora que soy rey, la gente murmura
a mi paso con disgusto.
Y temo hallar veneno en mi copa, y recibir
una cuchillada por la espalda.
Reluciente concha de una vieja mentira,
Fábula de derechos divinos,
Tú ganaste tu corona por herencia,
Pero la sangre fué el precio de la mía.
El trono que yo obtuve con sangre y sudor,
Por Crom, que jamás lo venderé,
Ni por un valle lleno de oro, ni ante la
Amenaza de los fuegos del infierno.
¿Qué se yo de los usos cultos, del lujo,
de sutilezas y mentiras?
Yo, que nací en una tierra inhóspita
Y que fuí amamantado bajo el cielo.
El lenguaje sutil, la astucia, todo fracasa
Cuando cantan las espadas.
Venid a morir, perros.
Sabed que fuí un hombre,
Antes de ser rey.





El monarca y el roble.


Antes de que las sombras asesinaran al sol, los halcones en libertad se remontaban
y Kull cabalgaba por el sendero del bosque, en la rodilla su roja espada;
y los vientos susurraban alrededor del mundo : "El rey Kull hacia el mar cabalga."

El sol murió carmesí en el mar, las largas y grises sombras cayeron;
la luna se elevó como un cráneo de plata que recita un conjuro diablesco,
pues en su luz, grandes árboles se erguían como espectros salidos del infierno.

En la luz espectral se erguían los árboles, monstruos opacos
e inhumanos; Kull vió en cada tronco una forma viva, un miembro nudoso en cada ramo,
Y llameaban espantosos ante él, ojos no mortales, malignos y extraños.

Las ramas se retorcían como serpientes entrelazadas, contra la noche latían;
Y un roble gris de espeluznante aspecto, que rígido se mecía,
arrancó sus raíces y bloqueó su paso, tenebroso ante la luz sombría.

Se enfrentaron en el sendero de la foresta, roble pavoroso y monarca;
sus grandes miembros lo plegaron en su abrazo, pero no se dijo una palabra;
y fútil en su férrea mano, surgió una afilada daga.

Y en entre los monstruosos árboles que se sacudían, se cantó un obscuro refrán
cargado con dos veces un millón de años de profundo odio, dolor y maldad:
"Nosotros fuimos lores antes que llegara el hombre, y el poder a nosotros volverá."

Kull percibió un imperio extraño y antiguo que al avance del hombre se plegaba
Como los reinos de las hojas del césped cuando las hormigas avanzan
Y el horror se apoderó de él; como de alguien en trance, al alba.

Se debatió contra un árbol quieto y silencioso hasta sus manos sangrar;
Como de una pesadilla despertó; un viento sopló hacia el pradal,
Y Kull de la soberbia Atlantis cabalgó silencioso hacia el mar.





Cimeria.


Recuerdo los tenebrosos bosques, oscuras pendientes
De colinas sombrías;
El perpetuo y ceniciento arco de las nubes grises;
Los arroyos crepusculares que fluían silenciosos,
Y los vientos solitarios que soplaban al bajar por
Las quebradas.

En una sucesión de visiones tras visiones, colina
Sobre colina, pendiente tras pendiente,
Oscurecidas por los hoscos árboles,
Yacía desnuda nuestra tierra.
Y al escalar un hombre un abrupto pico para observar,
Protegiéndose los ojos con las manos, vislumbraba
Sólo el paisaje sin fin...
Colina sobre colina, pendiente tras pendiente
Todas encapuchadas como hermanas.

Era una tierra tenebrosa, que parecía capturar
Todos los vientos y las nubes y
Los sueños que escapaban al sol, con las ramas
Desnudas que crepitaban en los vientos solitarios,
Y los oscuros bosques propagándose
Por sobre todo, sin siquiera la luz del
Raro y opaco sol
Que convertía a los hombres en sombras
Agazapadas: la llamaban Cimeria, tierra de las tinieblas
Y de la noche profunda.

Fue hace tanto tiempo, y tan lejos que ya he olvidado
Hasta el nombre que me daban los hombres.
El hacha y la lanza con punta de piedra son como
Un sueño, y las cacerías y las guerras son como sombras.
Recuerdo sólo la quietud de aquella tierra sombría;
Las nubes que se apilaban para siempre sobre las colinas,
La penumbra de los eternos bosques.
Cimeria, tierra de tinieblas y de la noche.





Una canción de la raza.


Sentado en su alto trono estaba Bran Mak Morn
cuando el dios-sol se hundía y el oeste enrojecía;
llamó a una joven con su cuerno de beber,
y le dijo: «Cántame una canción de la raza».

Oscuros eran sus ojos como los mares de la noche,
rojos sus labios como el sol poniente,
en tanto que, como una rosa negra en la luz huidiza,
dejó correr sus dedos como en sueños

sobre las cuerdas de dorados susurros,
buscando el alma de su anciana lira.
Bran sentado inmóvil en el trono de los reyes,
rostro broncíneo cincelado por el fuego del crepúsculo.

«Los primeros en la raza del hombre—cantó—,
de una tierra lejana e ignota vinimos,
desde el borde del mundo donde cuelgan las montañas
y los mares arden rojos con la llama del crepúsculo.

"Somos los primeros y los últimos de la raza,
perdido está el orgullo y adorno del viejo mundo,
Mu es un mito del mar occidental,
por los salones de la Atlántida se deslizan los tiburones blancos."

Como una imagen de bronce, sentado e inmóvil el rey;
jabalinas escarlata asaeteaban el oeste;
rozó las cuerdas y un murmullo emocionado
recorrió los acordes hasta el tono mas alto.

«Escuchad la historia que narran los ancianos,
prometida desde antaño por el dios de la luna,
arrojada a la costa una concha del mar profundo,
esculpida en la superficie una runa mística:»

"Así como fuimos primeros en el místico pasado,
surgiendo de las nieblas borrosas del Tiempo,
así serán los hombres de tu raza los últimos
cuando el mundo se derrumbe", tal decía la rima.

»"Un hombre de tu raza, sobre picos que se enfrentan,
contemplará el torbellino del mundo bajo él;
con oleadas de humo lo ve chocar,
la niebla flotante de los vientos que soplan."

» "Polvo de estrellas cayendo para siempre en el espacio,
girando en el remolino de los vientos.
Vosotros, que fuisteis los primeros, sed la última de las
razas, pues uno de los vuestros será el último de los hombres".»

En el silencio se arrastró su voz,
y con todo resonó en la penumbra;
sobre los brezales el suave viento nocturno
llevaba el aroma del bosque almizclado.

Rojos labios se alzaron, y oscuros ojos soñaron;
girando vinieron los murciélagos sobre sus alas sigilosas.
Pero la luna dorada se alzó y relucieron las estrellas lejanas,
y el rey siguió sentado en el trono de los reyes.





Crónicas de Nemedia.


Has de saber, oh príncipe, que entre los años del hundimiento
de la Atlántida y sus brillantes ciudades, tragadas por los océanos,
y los años del nacimiento de los Arios, hubo una época no soñada
de reinos esplendorosos, diseminados por el mundo
como mantos azules bajo las estrellas.
Nemedia, Ophir, Brithunia, Hyperbórea,Zamora
con sus mujeres de cabellos negros y torres encantadas,
Zingaria con su hidalguía, Koth, que limitaba con las
tierras pastoriles de Shem, Stygia con sus sombrías
torres custodiadas, Hirkania, cuyos jinetes usaban acero,
y seda y oro. Pero el más soberbio reino del mundo
era Aquilonia, reinante supremo del Oeste.
Hacia acá vino Conan, el cimerio de cabellos negros,
Mirada hosca, espada en mano, un ladrón,
Un guerrero, un asesino.
Y pisoteó con sus sandalias los enjoyados
tronos de la tierra.


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