Los ojos más dulces de la tierra.
Desengañémonos:
aquellos que más nos quieren
no nos convienen nunca.
Acaban siempre
por tener que tomar alguna
decisión muy grave; nos dejan.
Cuando unos días más tarde
nos caemos en medio de la calle,
de dolor, de debilidad, de desamparo,
alguien a quien ni siquiera conocemos
es quien nos ayuda, y al despertar
en cualquier camilla de hospital descubrimos
en la enfermera de turno que nos cuida
los ojos más dulces de la tierra.
Poética.
Tal vez tengas razón
y sea una tonta manía
la de intentar convencer a las palabras
para que escriban juntas un poema
que hable de ti, de mí...
si todo lo que somos ya lo saben
estos días azules
y a nadie más le importa.
Resaca.
Mis resacas, amigos,
nunca fueron de alcohol,
sólo de desesperanza y de tristeza.
¿Debí tal vez
confiaros mi debilidad
y dejarme llevar,
alegre y feliz,
por lo vivido?
Preferí tener sobre los hombros,
mala o buena, pero la mía, mi cabeza.
Cuando hice el idiota
fue a conciencia.
Tú.
Hoy de nuevo he buscado
la mesa de un café
para leer,
para escribir este poema,
para no entender
lo que no entiendo,
para imaginarte
como tantas veces,
en la penumbra
de las horas lentas,
entre las páginas
de un libro
y otro libro,
paseando bajo la lluvia,
en los museos
de Viena, de París, de Roma...
en el amarillo toscana
de una pared
de la Toscana,
en el prau carballalu
una tarde de yerba
y de tormenta,
en las noches azules de lavanda,
una mañana de campanas
en la abadía de Melk,
en las clases de francés,
quels étaient son nom,
sa demeure, sa vie, son passé,
il souhaitait connaitre
les meubles de sa chambre,
toutes les robes qu'elle avait portées,
delante de un gran cuadro de Marc Rothko,
en Monteverdi y en Beethoven,
en los horizontes cercanos del invierno,
y dondequiera
que mis ojos se posaran
era siempre el mismo mi deseo:
tus manos cerca, tu voz,
volver a casa
y que estuvieras tú.
Últimos auxilios.
Al final caemos solitarios
junto a otros solitarios.
Sobre el puente levadizo de la noche
cruza la luna y parece esconder
su cara de exilio y contrabando;
cruza la luna y se lleva tus ojos,
y de repente tus ojos
son disparos al aire, pero yo,
que ya soy apenas nada más
que aire, no muero.
Áspera ciudad de angustia,
inventaré esta noche
una forma de melancolía
en tus húmedos lagos,
donde beben nebulosas
y yo tiemblo.
Y caeré en tus brazos
para que me rescate el frío
y apriete mi abandono
a su pertinaz respiración boca a boca.
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